(APe).- -Tirá primero. Preguntá después. Así se tiene que hacer – eso es
lo que decía Agustín Feced, ex gendarme e integrante del Servicio de
Inteligencia del Ejército, el tristemente célebre Batallón 601. Alguna
vez le ofrecieron comandar la Triple A pero él solamente aceptaba si el
nombramiento se transmitía en vivo y en directo desde Canal 7. López
Rega se asombró ante tanta locura.
Feced fue el jefe de la policía rosarina a principios de los años setenta y luego volvió de la mano del golpe de estado para imponer su consigna que llega hasta estos días.
Alguna vez declaró que más de 3 mil policías participaron del terrorismo de estado en la provincia de Santa Fe.
A 35 años de la noche carnívora solamente hay una veintena de detenidos.
Los demás siguieron allí.
Se reciclaron.
Multiplicaron el huevo de la serpiente.
La tortura no figura en ningún plan de estudio de la democracia, sin embargo, cada tanto, aparecen casos que manifiestan que hay una enseñanza que viene desde aquellos días de Feced.
La tortura se enseña en la práctica.
Se transmite de generación en generación. No viene desde el fondo del averno.
No es un mal metafísico, sino un aprendizaje que alguien dicta y otro capta.
El presente siempre es consecuencia del pasado abierto.
Nadie sabe, en realidad, qué pasó con Feced.
Inventó su propia muerte pero su metodología continuó a través del tiempo.
Una forma de ejercer el poder policial impune, hija directa de un poder judicial que jamás se animó a limpiar la fuerza, la Santafesina SA.
A mediados de julio de este año, una brigada de Seguridad Personal de la Unidad Regional I, con asiento en la ciudad capital de Santa Fe, allanó un domicilio en el barrio Yapeyú. Buscaban un supuesto asesino. Se llevaron a un hombre detenido al que le encontraron una escopeta calibre 36.
En la jefatura policial lo molieron a golpes y le exigieron que pague 5 mil pesos en efectivo para no culparlo del homicidio de marras.
Cuando fue a buscar el dinero, el hombre denunció lo sucedido ante Asuntos Internos y allí tomó participación en juez de instrucción.
La investigación determinó que la policía estaba lejos de buscar averiguar el homicidio. Era una brutal forma de extorsión.
La noticia fue, entonces, que “cuatro efectivos de la policía de Santa Fe, incluido un jefe, fueron separados de sus cargos y detenidos, acusados de golpear y exigir el pago de una coima a una persona para que no se la acuse en un homicidio”.
Los policías de La Santafesina SA que torturaron al hombre fueron el jefe de Seguridad Personal de la Unidad Regional I, comisario principal Jorge Schuck; el sargento primero Walter Riviglio y los suboficiales Pablo Sánchez y Javier Domínguez. Están acusados por “tentativa de extorsión y severidades”, pero sólo Riviglio y Sánchez fueron detenidos durante algunas horas, aunque ya se encuentran en libertad.
La tortura, los apremios ilegales campean en el interior de todas las fuerzas policiales de las provincias argentinas.
El fantasma de Feced continúa vigente.
Feced fue el jefe de la policía rosarina a principios de los años setenta y luego volvió de la mano del golpe de estado para imponer su consigna que llega hasta estos días.
Alguna vez declaró que más de 3 mil policías participaron del terrorismo de estado en la provincia de Santa Fe.
A 35 años de la noche carnívora solamente hay una veintena de detenidos.
Los demás siguieron allí.
Se reciclaron.
Multiplicaron el huevo de la serpiente.
La tortura no figura en ningún plan de estudio de la democracia, sin embargo, cada tanto, aparecen casos que manifiestan que hay una enseñanza que viene desde aquellos días de Feced.
La tortura se enseña en la práctica.
Se transmite de generación en generación. No viene desde el fondo del averno.
No es un mal metafísico, sino un aprendizaje que alguien dicta y otro capta.
El presente siempre es consecuencia del pasado abierto.
Nadie sabe, en realidad, qué pasó con Feced.
Inventó su propia muerte pero su metodología continuó a través del tiempo.
Una forma de ejercer el poder policial impune, hija directa de un poder judicial que jamás se animó a limpiar la fuerza, la Santafesina SA.
A mediados de julio de este año, una brigada de Seguridad Personal de la Unidad Regional I, con asiento en la ciudad capital de Santa Fe, allanó un domicilio en el barrio Yapeyú. Buscaban un supuesto asesino. Se llevaron a un hombre detenido al que le encontraron una escopeta calibre 36.
En la jefatura policial lo molieron a golpes y le exigieron que pague 5 mil pesos en efectivo para no culparlo del homicidio de marras.
Cuando fue a buscar el dinero, el hombre denunció lo sucedido ante Asuntos Internos y allí tomó participación en juez de instrucción.
La investigación determinó que la policía estaba lejos de buscar averiguar el homicidio. Era una brutal forma de extorsión.
La noticia fue, entonces, que “cuatro efectivos de la policía de Santa Fe, incluido un jefe, fueron separados de sus cargos y detenidos, acusados de golpear y exigir el pago de una coima a una persona para que no se la acuse en un homicidio”.
Los policías de La Santafesina SA que torturaron al hombre fueron el jefe de Seguridad Personal de la Unidad Regional I, comisario principal Jorge Schuck; el sargento primero Walter Riviglio y los suboficiales Pablo Sánchez y Javier Domínguez. Están acusados por “tentativa de extorsión y severidades”, pero sólo Riviglio y Sánchez fueron detenidos durante algunas horas, aunque ya se encuentran en libertad.
La tortura, los apremios ilegales campean en el interior de todas las fuerzas policiales de las provincias argentinas.
El fantasma de Feced continúa vigente.
Fuente, vìa :
http://www.pelotadetrapo.org.ar/agencia/index.php?option=com_content&view=article&id=5950:el-fantasma-de-feced&catid=35:noticia-del-dia&Itemid=106
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