“Cuando la hipocresía comienza a ser de muy mala calidad, es hora de comenzar a decir la verdad” (Bertolt Brecht).
Cada
vez son más los analistas, pensadores, escritores y observadores que
consideran que en la actualidad –y desde hace ya varios años- son las
megacorporaciones las que realmente ejercen el poder en el planeta
Tierra. Según este razonamiento, los Estados nacionales, aún siendo
importantes, han quedado reducidos a simples carcasas, como entes que
ejercen el control y la administración de los países, pero no detentan
el verdadero poder.
La escritora y ensayista británica Noreena Hertz, en su libro titulado “El poder en la sombra. Las grandes corporaciones y la usurpación de la democracia”
(Grupo Editorial Planeta, 2001), nos advierte acerca del alarmante
avance de este proceso en el mundo. Cita, por ejemplo, que de las cien
mayores economías del mundo sólo 49 son Estados-nación, mientras que 51
son empresas. La autora afirma sin eufemismos, que “el nuevo orden
mundial pone en serio riesgo la supervivencia de las democracias como
sistemas representativos de la voluntad, los deseos y las aspiraciones
de las mayorías, aún en las naciones más desarrolladas y menos
dependientes del orbe”. Hertz atribuye esta alarmante posibilidad al
desmesurado poder de las multinacionales, alimentado por la
globalización del capital y de los sistemas financieros, la expansión
del imperialismo económico y la cómplice obsecuencia de los gobiernos
nacionales. Y asegura que, actualmente, 300 multinacionales detentan
nada menos que el 25% del total de los activos del mundo. Para
ejemplificar esta teoría, veamos el caso de la empresa Nokia cuya sede y
origen están en Finlandia. Según el doctor Conrado Varotto, Director
Ejecutivo de la Comisión Nacional de Actividades Espaciales de la
República Argentina –CONAE-, “la facturación actual de Nokia equivale
exactamente a cinco veces el producto bruto anual de Bolivia y más del
doble del producto bruto anual de Ecuador”.
Analicemos: Cuando
Bush padre hablaba frecuentemente acerca de que la humanidad se estaba
aproximando a un “nuevo orden mundial”, sabía perfectamente a lo que se
refería. Cuando Gorbachov, todavía en el poder en la ex Unión Soviética,
le contestaba que para que “un nuevo orden mundial fuera posible,
Estados Unidos debía previamente ayudar a la URSS”, también sabía
perfectamente bien de lo que estaba hablando. Concretamente, se estaban
refiriendo a la conformación de una especie de ente supranacional que,
“flotando” por encima de los gobiernos nacionales gracias a su inmenso
poder económico, manejaría en un futuro próximo -cual titiritero
habilidoso- los hilos de los grandes asuntos mundiales.
Pensemos
en los tremendamente poderosos conglomerados económicos, financieros,
tecnológicos y productivos que controlan el petróleo, la banca, la
fabricación de armas y elementos militares, los laboratorios
farmacéuticos, los megamedios de comunicación, las terminales de
automóviles, camionetas y camiones, los fabricantes de aviones, etc. El
alcance de estos verdaderos “monstruos” es fenomenal, llegan con sus
producciones hasta los rincones más recónditos del planeta. Un Estado
nacional no, por supuesto que no.
Además, los omnipotentes dueños
de estos grupos suelen poseer intereses cruzados por pertenecer a dos o
más sectores, lo que incrementa su poderío.
Al respecto, vale analizar detenidamente un punto de vista muy especial: Arnold Toynbee,
autor de la obra en veinte volúmenes “Historia de la Civilización
Occidental”, pensaba que si se hacía un recorrido histórico y estudiaba a
las principales civilizaciones, se constataba que cada una de ellas
había comenzado un inexorable declive muy poco después de haber
alcanzado su máximo esplendor, y poco después de haber estado a punto de
alcanzar una fase “global”. Bien, la elite anglo-norteamericana como
depositaria del poder mundial y conocedora de este concepto de Toynbee,
estaría buscando lo mismo que el Imperio romano, Napoleón, el Egipto de
las pirámides y la corona británica habrían intentado lograr sin éxito,
esto es la perpetuación de su dominio internacional. La diferencia,
ahora, sería que con el actual desarrollo de la ciencia, la tecnología,
la informática, las comunicaciones, el mundo es más “pequeño”, y la
posibilidad de globalizarlo en un esquema petrificado y sin cambios, en
lo posible perpetuo, es para la elite no sólo posible sino también mucho
más probable y deseable.
Me pregunto lo siguiente: ¿Podemos hacer
algo los que somos simples ciudadanos, compradores de los productos y
sustancias que elaboran estos grandísimos “pulpos” de la economía
internacional? ¿Tenemos entre nuestras manos la posibilidad de hacer
algo? La leo a Noreena Hertz, según su punto de vista, sí, las personas
comunes debemos “redoblar las movilización antiglobalización, denunciar
los excesos de las multinacionales y realizar boicot de consumidores
contra empresas de probada conducta antiética”.
Hagámosle caso…
Fuente, vìa :
http://www.kaosenlared.net/noticia/el-poder-de-la-elite
http://www.kaosenlared.net/noticia/el-poder-de-la-elite
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