lunes, 29 de noviembre de 2010

Cultura : Goethe, científico Ricardo Bada

Goethe, científico
Ricardo Bada
Hace doscientos años que se publicó la Teoría de los colores, de Johann Wolfgang von Goethe, una personalidad que todo el mundo celebra justamente como gran escritor, entre los más grandes: Homero, Virgilio, Shakespeare, Cervantes, Dante... y a quien se lo conoce universalmente como el autor de Fausto, de Werther, de Las afinidades electivas y de tantas otras obras maestras más, además de su poesía, inaccesible por muy bien que se traduzca.
Pero este hombre, Goethe, era al mismo tiempo un investigador científico de la más variada curiosidad. Un día, en Jena, dedicado a la disección anatómica en el hospital de la ciudad, realiza un descubrimiento que hoy estudian todos los futuros médicos del mundo sin saber que fue el autor de Fausto el primero en encontrar cierta pieza de nuestro esqueleto.
Esa misma noche de su descubrimiento, exaltado, Goethe le escribe a Herder: “He encontrado no oro ni plata sino, ¡oh maravilla!, el hueso intermaxilar del ser humano. Me puse sobre la pista comparando cráneos humanos con cráneos de animales y, de repente, lo hallé [...] ¡Seguramente mi descubrimiento te causará el mayor placer, pues este hueso intermaxilar constituye, por así decirlo, la piedra angular del ser humano; no obstante haberse buscado en vano, estaba allí!”
Pero no sólo la Anatomía despierta el interés universal de Goethe, en ello comparable al de Alejandro de Humboldt: también la Mineralogía, la Botánica y la teoría de los colores atrajeron su atención y requirieron su paciencia.
En su extenso libro sobre la teoría de los colores, a veces el poeta le gana la mano al científico, y encontramos entre sus anotaciones algunos pasajes con un toque lírico desde luego tal vez involuntario: “Hay flores blancas cuyos pétalos han alcanzado la pureza máxima: pero también las hay coloreadas que ostentan el hermoso fenómeno elemental. Y asimismo las hay que sólo parcialmente se han elevado del verde hasta una categoría superior.”
En el prólogo de ese libro singular, que recomiendo a los amantes de la buena literatura, Goethe habla de la teoría de los colores de Newton como de un “viejo castillo roquero” que debe ser ampliado y modificado poco a poco, y algo después, hablando de ese mismo castillo, le sale del alma su espíritu revolucionario, o al menos la nostalgia de sus cuarenta años, recordando las vivencias de la Revolución francesa; y en un texto inequívocamente científico escribe: “Si en un supremo alarde de fuerza y maña logramos demoler esa Bastilla y reducirla a un mero solar, lo utilizaremos para hacer desfilar por él un lucido cortejo de policromas figuras.”
Dicho sea de paso y para concluir: la ciencia le ha rendido a Goethe, a su debido tiempo, el homenaje que le debía. Los mineralogistas bautizaron con el nombre de goethita un óxido de hierro que al soplete se funde sólo en los bordes. Es casi una metáfora de la obra literaria del genio de Weimar: por mucho fuego crítico que le apliquen a su superficie, el centro es refractario al incendio exterior, y es porque, como el sol, se alimenta –o se consume– de su propia combustión. 
Fuente, vìa :
http://www.jornada.unam.mx/2010/11/28/sem-ricardo.html

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