La amenaza comienza a reiterarse. Lo
advierten las profesionales que atienden los llamados al Centro de
Llamadas que responde al número 137 del Programa Las Víctimas contra las
Violencias dependiente del Ministerio de Justicia, Seguridad y Derechos
Humanos.
Al escuchar la angustiada voz de la
joven mujer que reclamaba atención, las operadoras registraron que
distintas mujeres habían repetido el llamado con la misma amenaza. La
Brigada Móvil contra la Violencia familiar concurrió para asistirlas. No
obstante, el riesgo se mantiene latente. En particular si la mujer
sostiene su relación con el sujeto esperando que “él cambie”. Porque
“quizá lo dijo en un mal momento”. Neutralizar estas amenazas mediante
racionalizaciones ingenuas –debido al interés amoroso hacia esa persona–
puede desembocar en un ataque concreto. Es probable que el responsable,
si es acusado, niegue haberlo dicho o que, en caso de encontrar
testigos de esa amenaza, insista en afirmar “¡Estaba jugando! Lo dije en
broma”. De manera que prioritariamente contamos con el testimonio de
quien fue amenazada.
¿Familiar o doméstica?
¿Se
trata de violencia familiar o doméstica? ¿Y si el sujeto no es miembro
de la familia de la mujer amenazada? Cualquiera sea su posición en
relación con ella, esta amenaza está incluida en los contenidos de las
leyes.
Es pertinente revisar las expresiones
violencia familiar y violencia doméstica, ya que ambas seleccionan un
segmento de víctimas que encubre y silencia el tema clave: la violencia
contra las mujeres.
Si se presentara ante el Poder
Legislativo un proyecto de ley que se refiriese a este tema llamándolo
por su nombre, violencia contra las mujeres, ¿sería fácilmente aprobado?
Es un interrogante que merece ser considerado. Pero si se menciona al
género –hablando de violencia de género– el reconocimiento de estas
violencias no tergiversa su contenido esencial. Hablar de violencia de
género supone (estadísticamente) que se trata de violencia contra las
mujeres. Aceptado este planteo, ¿cuál es el problema si nos referimos a
violencia doméstica y/o familiar?
Las expresiones
que focalizan una particular índole de víctimas, porque es necesario
distinguirlas para responsabilizarse por ellas y solicitar la sanción a
sus agresores, generan un recorte: se instituyen en “mujeres golpeadas”,
o en “víctimas de violencia”. Se instalan como “aquellas” a las que les
sucedió –o les sucede– algo terrible y a las que es preciso ayudar.
Conclusión certera e indiscutible.
Si refinamos el
análisis de estas dos expresiones, precisamos alertarnos y no
distraernos pensando que violencia familiar o doméstica es otro fenómeno
propio de “la violencia” que siempre existió. Cuando en realidad se
trata, específicamente, de violencia contra las mujeres.
Quienes
sostienen que “violencia hubo siempre” proponen neutralizar esta
especificidad al desconocer que los hechos violentos contra las mujeres
construyen historia, como lo evidencian las narrativas que, mediante el
lenguaje, incorporan herramientas para amenazar, dañar y matar. El
incremento de la actual amenaza “Te voy a rociar con nafta y voy a
prender fuego” o “te voy a quemar viva” son verbalizaciones que si bien
no constituyen inventos propios de la época –ya que el fenómeno existió
previamente– la aplicación de esas frases adquirió actualidad merced a
las últimas historias conocidas. Enriqueció el imaginario social con la
incorporación del fuego como colaborador del ataque contra las mujeres.
Enriquecimiento que se postula a sí mismo como más refinado debido a las
huellas que puede dejar en la sobreviviente, además del espantoso dolor
que las quemaduras generan.
Dentro del campo de
las violencias familiares o domésticas (cualquiera de las dos
expresiones es semánticamente discutible), haber incorporado esta nueva
amenaza, que comprobadamente se reitera, alerta acerca de la
premeditación que se pone en juego: ha sido preciso pensar en el líquido
que podría utilizarse, tener cerca el fósforo o el encendedor y
seleccionar la ocasión. También fantasear con los resultados del hecho:
“la dejo marcada para siempre”. O bien “la mato”.
La historia y la narrativa
Esta
índole de crueldades forma parte de la historia de los actos violentos
protagonizados por el género masculino, mientras que la verbalización de
lo que “se va a hacer” o ya se llevó a cabo aparece como un nuevo
estilo, propio de las narrativas que caracterizan los ataques a las
mujeres. La descripción se instituye como narrativa histórica que
enuncia o interpreta lo que se narra. Por ejemplo, la milonga que canta
“Si no te rompo de un tortazo es por no pegarte en la calle” representa
una ideología masculina muy cuidadosa, ya que advierte que para pegar es
mejor que no haya testigos. Se sigue pegando, preferentemente dentro de
los domicilios (el domus de los latinos) y en familia, familiar y
doméstica.
La inclusión de la amenaza por el fuego
se actualizó como extensión de hechos cercanos publicitados por los
medios, o sea, dependiente de la época.
La
violencia que suscita la amenaza del fuego y su posterior puesta en acto
reproduce el tiempo de las mujeres quemadas en las hogueras de la
Inquisición, incorpora el terror previo de quien se imagina a sí misma
envuelta por las llamas. Tiende a historizar en el pensamiento y las
sensaciones de la víctima un suceso anticipado que conduce a la mujer a
su propia imagen como una persona inerme. Ella no podrá hacer cosa
alguna, paralizada por el espanto y el triunfo de la combustión. Lo cual
es diferente de la amenaza del golpe.
Recortar
este sector de las víctimas de violencia familiar o doméstica –por
razones comprensibles y necesarias– arriesga descuidar la concepción de
las violencias contra las mujeres que nos involucra a todas. Aunque “a
mí nunca me violentaron”, como sostienen algunas congéneres,
absolutamente desprendidas de su propia realidad como integrante de las
culturas patriarcales y sexistas que nos regulan la cotidianidad.
Asistimos
al surgimiento de una “moda” en las políticas de las amenazas contra
las mujeres que se articulan con el estudio de las narrativas derivadas
de distintas formas de violencia actualizadas por los medios de
comunicación según las posibilidades de la época.
Estos
sujetos amenazantes a veces, asesinos en oportunidades, han aprendido
cómo ejercer otra forma de poder verbal. Alcanza con escucharlos una
vez, habitualmente precedido por golpes, para comprender que un asesino
potencial disfruta al escucharse a sí mismo. Quizá decida cerrar el
circuito para escuchar los gritos de su víctima. Esta “moda”
transparentó una dimensión de la violencia masculina hasta ahora
escasamente ejercida. Ahora logró su plenitud.
Fuente, vìa :
http://www.kaosenlared.net/noticia/te-voy-a-quemar-viva
http://www.kaosenlared.net/noticia/te-voy-a-quemar-viva
No hay comentarios:
Publicar un comentario