En el libro Decision points –que empezó a circular en Estados Unidos–
el expresidente George W. Bush describe hechos y decisiones que
marcaron su administración, entre ellas las invasiones de Afganistán e
Irak y la guerra contra el terrorismo. Reconoce “errores”, pero los
justifica: sí autorizó “el submarino” para interrogar a presuntos
terroristas, pero lo consideró necesario para obtener información; sí
ordenó la invasión a Irak sobre la premisa falsa de que había en ese
país armas de destrucción masiva, pero sostiene que hizo lo correcto al
derrocar a Sadam Husein…
SAN DIEGO, 22 de noviembre (Proceso).- Revisé la lista de técnicas de
interrogación y había dos que pensé que iban demasiado lejos, aun en el
caso de que fueran legales. Pedí a la CIA que no las usaran. La otra
técnica era el waterboarding (submarino), un proceso que simula el
ahogamiento del interrogado. No me cabe duda que el procedimiento era
muy duro, pero los médicos expertos le aseguraron a la CIA que la
técnica no provocaba daños permanentes”.
El expresidente de Estados Unidos George W. Bush justifica así la
autorización de métodos de tortura que dio a la CIA en marzo de 2002. Lo
hace en su libro Decision points, publicado el martes 9: un recuento de
los principales acontecimientos que marcaron su administración.
“Cuando el director de la CIA, George Tenet, me pidió autorización
para seguir utilizando la técnica del submarino, valoré cuidadosamente
esa alternativa. Pensé en las 2 mil 971 personas que fueron arrebatadas a
sus familias por Al Qaeda el 11 de septiembre (de 2001) y pensé:
demonios, claro que sí”, escribe Bush.
“Bajo mi dirección los abogados del Departamento de Justicia
revisaron todos los aspectos legales y concluyeron que el Programa de
Técnicas Mejoradas de Interrogación cumplía con todos los preceptos de
la Constitución y todas las leyes aplicables, incluyendo aquellas
relacionadas con la tortura (…) Las nuevas técnicas probaron ser
sumamente efectivas, ya que los prisioneros empezaron a revelar
información muy valiosa”, justifica.
No todos están de acuerdo con esas afirmaciones. El exagente de la
CIA Robert Baer, quien durante dos décadas estuvo asignado al Medio
Oriente, reveló el 19 de abril de 2009 durante una entrevista con MSNBC
que los interrogatorios se hacían sin control alguno.
Y sí.
En los memorandos internos de la CIA del 30 de mayo de 2005 se indica
que a Khalid Sheikh Mohammed, presunto jefe de propaganda de Al Qaeda,
se le practicó el “submarino” 183 veces en marzo de 2003, mientras que
al supuesto terrorista Abu Zubaydah se le aplicó la misma técnica en 83
ocasiones en agosto de 2002.
Baer aseguró entonces que “Khalid Sheikh Mohammed quedó al borde de
la muerte cerebral y la información que se obtuvo no tenía utilidad
alguna”.
Paranoia
A Bush la tragedia del 11 de septiembre de 2001 le cayó,
literalmente, del cielo y le permitió reivindicar su imagen, que se
encontraba por los suelos después de que llegó a la Presidencia de
Estados Unidos en medio de una gran controversia que se resolvió con
unos cuantos cientos de votos a su favor en el estado de Florida, donde
su hermano era gobernador.
Decision points es un libro de autojustificación y autodefensa del
presidente número 43, que en 2008 dejó la Casa Blanca con índices de
popularidad muy bajos, sólo ligeramente superiores a los de Richard
Nixon, quien fue obligado a renunciar por el escándalo de Watergate.
Bush detalla las horas siguientes a los atentados del 11 de
septiembre de 2001. “Empecé a sentir la niebla que cubre la guerra, con
reportes contradictorios (...) Había rumores de que habían bombardeado
el Departamento de Estado, que había fuego en el National Mall, en
Washington; que habían secuestrado un avión de Korean Airlines que se
dirigía a Estados Unidos y que había llamadas de amenaza al Air Force
One. La persona que había llamado para amenazar el avión presidencial
había usado un nombre en código, ‘Ángel’, que muy pocas personas
sabían.
“Un reporte que recibí resultó cierto: un cuarto avión había caído en
algún lugar de Pennsylvania. ‘¿Lo derribamos o se estrelló?’, le
pregunté al vicepresidente Dick Cheney. Nadie sabía nada.”
Bush recuerda que una vez pasada la emergencia de las primeras horas
le preguntó a Tenet (director de la CIA) quién estaba detrás de los
ataques. “Al Qaeda”, respondió éste.
Las semanas posteriores a los ataques terroristas fueron clave para
definir el perfil de la administración de Bush, lo que acarreó profundas
consecuencias internas e internacionales.
En los primeros días de octubre de 2001, los estadunidenses –que aún
no se reponían de la conmoción por los ataques al World Trade Center–
empezaron a sufrir la sicosis de una nueva guerra, pero ahora biológica.
La prensa reportó el 2 de octubre de ese año que una persona en Florida
había sido infectada por el virus del ántrax. A partir de ese momento
decenas de cartas contaminadas con el microorganismo fueron enviadas a
las principales cadenas de televisión y a oficinas del Senado.
Estados Unidos entró en paranoia y para Bush toda medida de seguridad era justificada.
“Nuestros servicios de inteligencia en Europa nos dijeron que
sospechaban de Irak. Que el régimen de Sadam Husein era uno de los pocos
en el mundo que tenía antecedentes de haber utilizado armas biológicas
de destrucción masiva y se sabía que en 1995 tenía ántrax”, escribe
Bush.
En esos días Tenet informó al presidente que se aproximaba un ataque
mayor al del 11 de septiembre de 2001. Le precisó: sería para el 30 o 31
de octubre.
“Ordené al vicepresidente Dick Cheney que saliera de Washington. Yo
decidí que debía quedarme en la Casa Blanca. Si era decisión de Dios que
muriera en la Casa Blanca, la aceptaba”, afirma Bush.
No hubo ataque alguno. Pero en esos días el procurador general, John
Aschroft, dio a conocer el Acta Patriótica. Una legislación que otorgó
al gobierno facultades para intervenir llamadas telefónicas, revisar
archivos de empresas y ciudadanos, inspeccionar de manera exhaustiva a
personas en aeropuertos, intervenir cuentas bancarias y otras medidas
que en otras circunstancias se habrían considerado violatorias de los
derechos individuales.
La ley fue firmada el 26 de octubre de 2001, 45 días después de los ataques al World Trade Center.
En 2010, una investigación del Departamento de Justicia y del FBI
reveló que los ataques con ántrax fueron realizados por el doctor Bruce
Ivins, un científico que trabajaba para el gobierno de Estados Unidos y
que se suicidó en 2008. El reporte concluyó que Ivins llevó a cabo los
ataques por cuenta propia.
La invasión a Irak
Bush inicia el capítulo sobre la guerra contra Irak con la reunión
del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca que se llevó a cabo
el 19 de marzo de 2003.
Luego reflexiona: “Durante más de un año había tratado de evaluar el
tamaño de la amenaza que constituía Irak, pero cuando Don Rumsfeld,
secretario de Defensa, me dijo ‘nuestras fuerzas están listas’, me di
cuenta de la gravedad del momento (...) El 8 de noviembre (de 2002) ya
habíamos obtenido la resolución 1441 de la ONU con una votación unánime
de 15 a 0. Sadam tendría una última oportunidad para cumplir con las
exigencias de la comunidad internacional. La resolución puso en claro
que la responsabilidad de probar que no tenía armas de destrucción
masiva ya no era de los inspectores de la ONU, sino de Sadam Husein”.
Ya entonces no había poder humano que lo convenciera de que
probablemente Husein no tuviera las armas de destrucción masiva. Bush
afirma que los servicios de inteligencia de Estados Unidos aseguraban
que el líder iraquí las tenía. Ni siquiera el informe que Hans Blix,
jefe de inspecciones de armas de las Naciones Unidas, entregó el 27 de
enero de 2003 al Consejo de Seguridad de la ONU logró convencerlo:
“Desde que llegamos a Irak hemos realizado más de 400 inspecciones
cubriendo más de 300 sitios. Las inspecciones se han realizado en zonas
industriales, depósitos de armas, centro de investigación,
universidades, sitios presidenciales, laboratorios móviles, casas
privadas, fábricas de producción de misiles, campos militares y áreas
agrícolas. Con base en lo visto puedo decir que por nuestra experiencia,
Irak ha decidido en principio cooperar con el proceso”, dijo Blix en
esa ocasión.
Independientemente del informe Bush ya tenía firmes sus planes de
guerra. “El 7 de septiembre de 2002 llamé en Camp David al equipo de
Seguridad Nacional para darles a conocer mi decisión. 51 semanas antes
nos habíamos reunido en ese mismo sitio para planear la guerra de
Afganistán, ahora estábamos ahí, en el mismo salón tratando de encontrar
un camino para eliminar la amenaza de Irak. Les di a todos la
oportunidad de exponer sus puntos de vista. Dick Cheney recomendó que
reiniciáramos el caso contra Sadam, que le diéramos entre 30 y 60 días
para cumplir con nuestras demandas. Si no lo hacía, lo desarmaríamos.
‘Es tiempo de actuar’, dijo Cheney. ‘No podemos posponer esto un año
más. El régimen de inspecciones no resuelve nuestros problemas’. Colin
Powell (secretario de Estado) insistía en una resolución de la ONU. ‘Si
llevamos el caso a la ONU podemos obtener aliados; si no, tenemos que
actuar de manera unilateral y no tendremos el apoyo internacional para
ejecutar nuestros planes militares’”.
Según Bush, las agencias de seguridad estadunidenses clasificaron de
la siguiente manera las amenazas a Estados Unidos: Estados que
patrocinaban el terrorismo, Estados que eran enemigos jurados de Estados
Unidos y Estados con gobiernos hostiles que amenazaban a sus vecinos.
“Irak combinaba todas esas amenazas –escribe Bush–. Sadam Husein no era
sólo un enemigo jurado de Estados Unidos, había disparado en contra de
nuestros aviones, había hecho una declaración celebrando el ataque del
11 de septiembre de 2001 y había intentado asesinar a mi padre”.
Continúa: “A fines de enero (de 2003), durante una visita de Tony
Blair (primer ministro de Gran Bretaña), llegamos a la conclusión de que
había llegado el momento de que Husein encarara las consecuencias de
sus actos. Se introdujo una petición para una segunda resolución de la
ONU, para que Blair pudiera enfrentar la presión política de ir a una
guerra aliado con Estados Unidos. Por petición de Blair hice un último
esfuerzo para persuadir a México y a Chile, miembros del Consejo de
Seguridad de la ONU, para apoyar una segunda resolución.
“Mi primera llamada fue a Vicente Fox. La conversación fue directa.
Le dije que quería aconsejarle que no se aliara con la posición francesa
que no nos respaldaba. Me dijo que lo pensaría y que me hablaría para
darme a conocer su decisión. Pasó una hora, entonces Condi (Condoleezza
Rice, asesora de Seguridad Nacional) me dijo que había escuchado en la
embajada que Vicente Fox había ingresado a un hospital para una cirugía
de espalda. No me volvió a llamar para hablar del tema.
“Mi conversación con el presidente Ricardo Lagos de Chile no fue
mejor. Habíamos ya negociado un tratado de libre comercio que
esperábamos fuera aprobado por el Congreso, pero la opinión pública en
Chile estaba en contra de una potencial guerra, y Ricardo estaba seguro
de no apoyarla. Me dijo que deberíamos darle a Sadam otras dos o tres
semanas. Le pregunte una vez más cómo iba a votar en la Asamblea de la
ONU y me dijo que lo haría en contra.”
El 17 de marzo de 2003, el embajador de Estados Unidos en la ONU,
John Negroponte, retiró la propuesta para una segunda resolución del
Consejo de Seguridad debido a que no contaba con los suficientes votos
para ser aprobada.
“Esa noche dirigí un mensaje a la nación: el Consejo de Seguridad de
las Naciones Unidas no asumió su responsabilidad, por lo que tendremos
que asumirla nosotros. Sadam Husein y su hijo tendrán que salir de Irak
en un plazo de 48 horas. Si no lo hace, provocará un conflicto
militar...
“En ese momento –recuerda Bush– estaba convencido de que la vía
diplomática y la militar habían confluido ya en un mismo cauce y que la
decisión de la guerra estaba ya en manos de Sadam.
“El miércoles por la mañana reuní al Consejo Nacional de Seguridad de
la Casa Blanca y di la orden de lanzar la operación Irak Freedom. En
las dos primeras semanas las cosas ocurrieron tal y como lo teníamos
planeado y en menos de 20 días nuestras tropas estaban en Bagdad.”
Todo iba a pedir de boca. “En ese momento Tommy Franks (general en
jefe de la invasión a Irak) sentía que había concluido una fase de la
guerra y que estaba por empezar otra. Como una forma de mostrarlo, el 1
de mayo de 2003 me subí a un jet militar y aterrice en la cubierta del
USS Lincoln y les dije: ‘Americanos, las mayores operaciones de combate
en Irak han terminado’. No me había dado cuenta que atrás de mí había
una gran lona que decía ‘misión cumplida’, y que estaba dirigida a los
marinos que volvían a casa, no a la misión en Irak. Pero fue percibido
como una declaración de victoria”.
En efecto, la frase “misión cumplida” se volvió contra Bush cuando
las cosas salieron mal en Irak. “Mi discurso hizo claro que estábamos
muy lejos de haber terminado, pero todas las explicaciones no pudieron
revertir la percepción de que estábamos declarando victoria antes de
tiempo. Ese fue un error muy grande”, reconoce.
Luego cuenta que “cuando Sadam no utilizó las armas me sentí
aliviado, pero no encontrarlas me sorprendió. Cuando pasó todo el verano
sin encontrar ninguna arma, me empecé a alarmar. La prensa empezaba a
levantar cada vez con más fuerza la pregunta ¿dónde están las armas de
destrucción masiva? Yo me preguntaba lo mismo. Los militares y los
equipos de inteligencia me aseguraron que las estaban buscando.
Examinaron los lugares en los que Sadam había guardado armas durante la
Guerra del Golfo. A través de la CIA seguimos cientos de pistas y
denuncias. Buscamos bajo un puente en el río Éufrates, excavamos cientos
de millas de túneles y nada...”.
Confiesa: “Sabía que no encontrar las armas iba a cambiar la
percepción de la guerra, aunque el mundo era indudablemente más seguro
sin Sadam, la realidad es que enviamos a miles de soldados a la guerra
basados en una información que resulto falsa. Eso fue un golpe a nuestra
credibilidad, a mi credibilidad (…)”.
Fuente, vìa :
http://proceso.com.mx/rv/modHome/detalleExclusiva/85645
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