El
problema principal con la democracia mexicana no es que algunos actores
políticos no “acepten su derrota”, sino que demasiados aceptan la
impunidad y la complicidad como algo normal y cotidiano. La debilidad
más importante de la cultura política del país no es la supuesta
ausencia de una “cultura de la legalidad”, sino una obediencia y respeto
exagerados a los dictados de la autoridad. El presidente del Partido
Revolucionario Institucional (PRI), Pedro Joaquín Coldwell, ha pedido
“darle vuelta a la hoja” de la impugnación de la elección de Enrique
Peña Nieto. Pero los ciudadanos deberíamos hacer todo lo contrario si
esperamos tener impacto en la agenda nacional durante el próximo
sexenio.
Décadas de dominio de un régimen
de partido de Estado comandado por el presidente de la República han
inculcado una profunda admiración hacia la figura presidencial entre los
mexicanos. A diferencia de otros países en América Latina, en México la
tasa de aprobación para quien ostenta la banda presidencial pocas veces
baja de 50%, aun en los momentos más difíciles. Esto contrasta con
tasas que llegan a ser incluso menores a 30% en muchas naciones
centroamericanas y de Sudamérica. Ni siquiera los desastrosos sexenios
de Vicente Fox y Felipe Calderón rompieron con esta tendencia histórica.
Pero esta situación podría
cambiar, y para bien, en caso de que Peña Nieto llegue a Los Pinos. Los
cuestionamientos hacia su persona y su elección son mucho más fuertes
que los de 2006 con respecto a Felipe Calderón. Hace seis años Calderón
hizo pactos inconfesables con dirigentes políticos y sociales como Elba
Esther Gordillo, así como con el Consejo Coordinador Empresarial, y
evidenció su falta de respeto por los principios más básicos de la
democracia y la transparencia al rechazar la posibilidad de un recuento
generalizado de la votación.
Pero hoy únicamente 37% de la
población cree que Peña Nieto haya “ganado limpiamente”, de acuerdo con
la encuesta más reciente de Covarrubias. La compra de votos, el sesgo
mediático y la triangulación de recursos de procedencia desconocida
hacia su campaña son innegables. Es también más complicado lidiar con un
movimiento social autónomo y descentralizado como #YoSoy132 y la
Convención Nacional Contra la Imposición que con un movimiento político
que sigue las indicaciones de su líder...
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