Habría
que tener particular cuidado con las propuestas de reforma política que
se inspiran en una nostalgia autoritaria. Estas surgen del diagnóstico
equivocado de que el problema principal con el sistema político actual
sería una supuesta ausencia de acuerdos y una falta de respeto para la
figura presidencial. En lugar de abrazar al pluralismo democrático y
fomentar el debate de ideas, este enfoque busca la recuperación de la
supuesta «unidad» de la época del partido de Estado.
Es probable que con el retorno del
PRI a Los Pinos este tipo de propuestas se multipliquen y cobren más
relevancia. De ahí la importancia de exponer sus verdaderos motivos y
delinear una agenda mínima de reformas estratégicas encaminadas a dotar
al sistema político de un sentido democrático.
La propuesta de Enrique Peña Nieto
de reducir de 200 a 100 el número de diputados federales plurinominales
es un excelente botón de muestra de una propuesta que mira hacia el
pasado en lugar del futuro. El fondo de esa iniciativa es retornar a la
época del presidencialismo priista en el cual el jefe del Ejecutivo
contaba con una mayoría legislativa predeterminada, lo que le permitía
ignorar a la oposición. Otra iniciativa que camina en el mismo sentido
es la presentada recientemente por Manlio Fabio Beltrones Rivera, en la
que apuesta por la creación de un «gobierno de coalición».
La representación proporcional
tiene la crucial función de asegurar que el Congreso de la Unión muestre
de manera más fiel la pluralidad de voces e intereses sociales. Si solo
hubiera diputados uninominales elegidos en su distrito correspondiente,
quedarían excluidos los grupos que no alcanzaran la mayoría de votos en
un distrito en particular. Los plurinominales, elegidos por listas,
existen precisamente para complementar el criterio territorial con otros
más temáticos, de identidad o ideológicos que aseguran la participación
política de la más amplia diversidad del pueblo mexicano.
La aplicación del principio
mayoritario a secas y a rajatabla termina inevitablemente en una
dictadura de la mayoría. Pero la democracia no es el gobierno de las
mayorías, sino del pueblo. Y para su buen funcionamiento requiere que
predominen los principios de inclusión y pluralidad por encima de una
supuesta gobernabilidad o unidad excluyente e intolerante...
ARTICULO COMPLETO DISPONIBLE EN REVISTA VARIOPINTO
John M. Ackerman
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