Para Lucila, María Luisa, Brisa y Víctor, peregrinos del Evangelio
El origen de esa corrupción pude mirarlo en Asís, al que el último día de nuestra agotadora visita al Vaticano fuimos para agradecer y también, en mi caso, para reclamar a san Francisco no haber guardado de los asesinos a mi hijo, a quien en su bautismo su madre y yo consagramos. En medio de la sobria belleza de Asís, la corrupción de la que hablo aparece de una manera extremadamente clara y brutal en lo que fue la cuna del franciscanismo y el lugar en el que el propio san Francisco, enfermo y devastado, eligió morir: la Porciúncula (“Pequeña porción de tierra”). Esa pequeña capilla, erigida a 4 kilómetros del pueblo de Asís en un bosque de robles por los eremitas del valle de Josafat, entre los años 352 y 366 y restaurada por el propio Francisco, está hoy no sólo rodeada de comercios y suburbios, sino cobijada por una inmensa iglesia, Santa María de los Ángeles, edificada en el siglo XVII: inmensa, monstruosa y fea en su inane barroquismo como el poder del imperio romano al que quiere imitar.
Nada más alejado de Jesús y de Francisco, para quienes el Evangelio es inseparable de la pobreza, hija de la libertad, de la proporción, de la negación de cualquier administración política y, por lo mismo, de la inestabilidad.
La iglesia de Santa María de los Ángeles, que envuelve a la Porciúncula, no es más que la expresión en piedra del resultado de haber querido unir lo innatural: el recurso, dice Illich, al poder, al dinero, a la organización, a la gestión, a la manipulación y a la ley, para asegurar la presencia social de lo que sólo puede ser –es lo que se lee en el Evangelio, en la vida del Pobre de Asís y en la Porciúncula– la inestable y hermosa libertad de ir al encuentro de otros para vivir en la pobreza y la gratuidad del amor.
La vida verdaderamente evangélica tiene, por lo mismo, y como lo muestran Jesús, que nunca tuvo “dónde reclinar la cabeza”, y Francisco, que eligió para vivir, fundar su orden y morir, una capilla pobre, derruida y restaurada con sus manos, un hermoso grado de locura en términos del poder. Por desgracia, la historia del cristianismo, cuyo rostro es la iglesia de Santa María de los Ángeles, del rostro imperial que es el Estado Vaticano, y de las formas modernas y seculares del Estado y de sus instituciones de servicio, es la traición gradual a esa pobreza y a esa libertad de la que Cristo es el modelo y el testimonio, la traición grotesca a esa hermosa locura llamada Francisco de Asís y la Porciúncula que reactualizaron el Evangelio que el poder volvió a pervertir en su intento innatural por preservarlo.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar todos los presos de la APPO, hacerle juicio político a Ulises Ruiz, cambiar la estrategia de seguridad y resarcir a las víctimas de la guerra de Calderón.
Vìa:
http://www.jornada.unam.mx/2012/04/01/sem-javier.html
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