La inhabilitación del muy controvertido ‘juez estrella’ Baltasar Garzón clausuró una de
las últimas grandes disputas entre ‘izquierda’ y ‘derecha’. Sin embargo, la polarización
entre detractores y defensores cerró también varias discusiones que abarcan
desde la responsabilidad de los jueces, hasta el peso de las estrategias jurídicas en
las luchas, pasando por los procesos de construcción de símbolos en ‘la izquierda’, o
su coherencia y consistencia discursiva. Abrimos una reflexión desde abajo.
JOSÉ ÁNGEL BRANDARIZ GARCÍA, activista y profesor de la Universidad de A Coruña
Viernes 6 de abril de 2012.
Número 171
- ISA
El pasado febrero parece
haber concluido un periodo
de dos años de movilizaciones
sociales de apoyo
a Garzón, como consecuencia de
su procesamiento por prevaricación
en la causa contra los crímenes del
Franquismo. Por ello, en este momento
quizá resulta procedente reflexionar
sobre cuál ha sido el resultado
de esa movilización, en términos
de impulso de la recuperación
de la memoria histórica y, más allá,
de las luchas emancipatorias. La impresión,
vale la pena adelantarlo, es
muy negativa: seguramente ambos
objetivos no requerían haber llevado
a cabo ese proceso de movilización.
En efecto, en línea de principio no
se intuye que ningún elemento del
caso obligase a la movilización de la
izquierda –oficial, pero no sólo–. El
procesamiento de Garzón es un
evento analizable en el marco de relaciones
de poder del 1%; ¿por qué
habría de interpelar, por tanto, al
99% restante? Por lo demás, es evidente
que el pulso ha terminado en
doble victoria: la de quienes pretendían
que fuese condenado y la del
propio penado, que ha visto relanzada
su carrera profesional en el plano
internacional de manera antes inimaginable,
hasta el punto de llegar a
ocupar puestos para los cuales su
presencia es tan incomprensible como
el de miembro del Comité Europeo
para la Prevención de la Tortura.
Por el camino, la movilización de
apoyo a Garzón ha cometido diversos
errores, algunos de grueso
calado, que dificultan poder afirmar
que los resultados para los movimientos
sociales sean tan favorables.
Para pensar sobre esta hipótesis,
vale la pena confrontar diversos
interrogantes.
¿Por qué no marcar claras delimitaciones
entre los diversos procesamientos
de Garzón? Para luchar por
la memoria histórica no era necesario
oponerse a los restantes procesamientos,
en los cuales una defensa
del imputado desde una posición de
izquierdas era ciertamente difícil. La
resolución de los casos por el Tribunal
Supremo no ha venido sino a
mostrar ese error. En el camino se
han llegado a sustentar justificaciones
de la restricción de los derechos
de defensa de los imputados en la
trama Gürtel, algo que constituye
una aberración desde cualquier planteamiento
democrático, ya no digamos
de izquierdas. La interrelación
de los casos podría tener el interés
de abrir un debate técnico sobre los
límites de la prevaricación judicial, o
uno político sobre las responsabilida desde
los jueces, pero fuera de ello
había muy poco que ganar no marcando
un claro distanciamiento del
proceso que finalmente ha conducido
a la inhabilitación.
¿Por qué haber centrado la lucha
por la memoria histórica en el ámbito
judicial? Durante los dos años de
movilización, el debate sobre la memoria
ha tendido a verse eclipsado
por el apoyo a Garzón. Siendo así,
cabría preguntarse si esta estrategia
de recurrir a la vía judicial ha sido
acertada. Es probable que se hayan
logrado mejores resultados en los
años en que el trabajo de recuperación
de la memoria, impulsado fundamentalmente
por la ARMH, se
realizó al margen de vías de institucionalización.
La activación de la
instancia penal, tal vez como una
copia mimética de casos no plenamente
homologables –como el argentino–
no parece que haya aportado
nada sustancial; todo lo contrario:
ha generado el deslizamiento hacia
la defensa personalista.Si queda mucho
camino por recorrer en la recuperación
de la memoria, es probable
que deba ser transitado desde, pero
sobre todo más allá de esas vías de
institucionalización.
Si ambos interrogantes pueden
servir para entender por qué los resultados
de este proceso de movilización
han sido tan magros, una duda
adicional sugiere directamente
un marco de derrota; tal vez sea ésta
una afirmación especialmente pesimista,
pero es mejor incurrir en ese
exceso que no percibir que el futuro
debe ser de replanteamiento de los
graves errores cometidos. Ese interrogante
básico es ¿realmente era
conveniente apoyar a Garzón para
luchar por la memoria histórica? El
precio, de partida, era muy elevado.
Sólo quienes quieran cultivar la desmemoria
pueden olvidar que Garzón
es el principal protagonista de la
nueva etapa de excepcionalismo en
la gestión del conflicto vasco, abierta
tras la llegada al poder central del
PP en 1996. Su centralidad en la elaboración
de la denominada “teoría
del entorno de ETA” y sus instrucciones
en casos infaustos, como
AEK, Egin, Xaki, Ekin, Egunkaria o
Batasuna son la mejor evidencia.
Para aquellos menos sensibles con
los derechos humanos, o más refractarios
a la problemática vasca, la singular
conexión teleológica entre
Garzón y el nuevo gobierno conservador
se plasmó en instrucciones como
la del BBVA por blanqueo, o la
del detenido en Guantánamo de nacionalidad
española.
Sacrificar esa desmemoria y desatender
el riesgo de apoyar a una persona
con un currículum muy cuestionable
en aras de defender la memoria
histórica era una apuesta peligrosa.
Y salió mal. La razón fundamental
de la derrota consiste en que ha
obligado a contestar con claridad
una pregunta que, en el peor de los
casos, debía haberse obviado, porque
la respuesta sólo iba a beneficiar
a los sectores conservadores.
La pregunta que no debía haberse
respondido es ¿hasta cuándo alcanza
la memoria histórica? Es
arriesgado confrontar esa cuestión,
porque la respuesta más obvia,
aquélla que hace referencia a la dictadura,
a las primeras elecciones,
etc., acarrea la pesada consecuencia
del ‘exterior constitutivo’: lo que
ha pasado después de ese momento
no es excepcionalismo, ni expresión
de las crónicas pulsiones autoritarias
de la sociedad española. El apoyo
a Garzón ha conducido a responder
de forma equivocada aquella
pregunta, en la medida en que ha
supuesto la defensa de uno de los
principales protagonistas del excepcionalismo
posfranquista.
Si el riesgo era evidente, la única
explicación de que se haya desatendido
es la grave carencia de la capacidad
de construir imaginarios
emancipadores de buena parte de la
izquierda institucionalizada, y de sus
redes afines. Es dudoso que pueda
desconectarse la manifiesta ineptitud
del mundo de PCE-IU –entre
otras organizaciones– para conformar
narrativas de liberación a la altura
de los tiempos con su anclaje en
hechos que sucedieron hace 70 años.
No creo que nadie piense que la
memoria histórica ha de ser arqueología,
sino –en todo caso– genealogía:
historia del presente. Quizás la
principal lección que quepa derivar
de estos errores estratégicos es que
es urgente relanzar la pelea por la
memoria histórica. Cuanto antes se
haga, antes podremos comenzar a
trabajar la memoria de los excesos
del poder posteriores al 20N de 1975,
algo mucho más urgente.
Vìa:
http://diagonalperiodico.net/Garzon-desmemoria-y-falta-de.html
http://diagonalperiodico.net/Garzon-desmemoria-y-falta-de.html
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