Hoy termina el periodo de las llamadas
precampañas. La veda silenciosa, prevista por la ley, difícilmente
impondrá silencios o cerrojos sobre la electrificada inercia que ya
traen los candidatos y sus inseparables equipos de operadores. En este
mazacote de palabrería, gentíos y proyección de imágenes a contraespejo
destaca en especial la perniciosa injerencia del señor Felipe Calderón.
Soportado por los recursos públicos y por los mecanismos de autoridad de
los que dispone, se ha venido entrometiendo en los asuntos que deberían
concernir, en exclusiva, a los aspirantes a candidatos por los
distintos partidos nacionales. Su diaria insistencia en aparecer en
medios es apabullante. Por ahora todas las baterías del oficialismo que
él dirige están enfocadas sobre el priísmo; pero, en un posible cambio
de simpatías populares, también lo harían sobre las izquierdas. Tiene la
dupla PAN-gobierno municiones de sobra y sin duda las usará con el
mustio descaro y cinismo que acostumbra.
De manera harto parecida a la injerencia, por demás ilegal, de
Vicente Fox en el transcurso de 2005 y parte de 2006, el actual titular
del Ejecutivo federal mete su enorme cuchara en la disputa por el poder.
Armado de todo un arsenal de mañas y recursos a su disposición,
Calderón se adueña del espacio difusivo. No hay momento, noche o tarde,
de noticiarios radiotelevisivos que no dediquen tiempos privilegiados a
su accionar. En ambos casos, el de hace seis tristes años y el de hoy
día, intentan lograr objetivos parecidos. El primero es disminuir el
ímpetu de los rivales en la que hoy es, de verdad, una cerrada
competencia. En segundo término, pero concomitante a tal pretensión,
tratan de impulsar a la ahora candidata del PAN (JVM) y presentarla como
opción humana, maternal, recatada y vaporosa. Una síntesis perfumada de
sencilla mujer mexicana.
Bien se sabe que la conformación de la opinión ciudadana radica,
mayoritariamente, en los noticiarios televisivos. Televisa, con sus
múltiples canales de alcance nacional en lo particular, moldea, con
interés creciente, la conciencia de sus audiencias. Y ahí, en esos
canales y noticieros, la imagen del señor Calderón se torna ubicua.
Trátese de aparentar ser un jinete versado con motivo de la Marcha de la
lealtad, trasladando paquetes de auxilio para la Tarahumara o, en fin,
levantando la ceja izquierda para acentuar enojos o preocupaciones
aunque estén carentes de sustancia. El objetivo es aprovechar los
minutos, las horas, días y semanas de espacios difusivos a su
disposición en este tembloroso final de sexenio. Tiene además un enorme
garrote que blande, mustiamente, pero con premeditado coraje, frente a
los concesionarios de medios. A unos les presenta el cebo de los
ansiados combos. A otros, ya muy toreados, les pica sus ambiciones de
entrar en la televisión encadenada (tercera o cuarta opciones) A los
demás, para limitarlos o no, sus pretensiones de ofrecer, mediante
algunos trámites pendientes, el posible cuádruple servicio (play)
en telecomunicaciones. Pero, en especial, a Televisa y Tv Azteca, los
viene amenazando con una caprichosa cuan endeble autorización para
asociarse, o no, en telefonía inalámbrica. Muchos, quizá cientos de
miles de millones están en juego en este manipuleo que se cobija en la
inasible libertad de mercados. Ese fetiche neoliberal en el que ya pocos
creen y menos aún practican en su cotidiano trajinar.
Es imposible negar la influencia que la presencia de señor
Calderón, revestida con el hálito presidencial, tiene en la mente
colectiva de los mexicanos. Es ya insoportable la intensidad con la que
aparece en las pantallas por cualquier motivo, incluso los más baladíes.
A veces se trata de un simplón discurso para celebrar un aniversario
que nadie recuerda ni solicita. En otras ocasiones simplemente le dan
tribuna para sus múltiples inauguraciones (carreteras, hospitales y
otras obras) o clausuras de seminarios y asambleas por demás inocuas. El
propósito es encontrar un motivo, por tonto e impersonal que sea, para
exhibirlo, de cuerpo entero, como un líder atractivo y preocupado por el
bienestar del pueblo. A últimas fechas se ha visto hasta repartiendo
dinero en efectivo a damnificados. Las tomas detrás de un atril, para
escudar su reducido tamaño, le permiten aparentar que dicta las líneas
de un mandato que, parea su desgracia, se desvanece por anodino. No
importa el contenido real. Lo importante es el conjunto de tomas,
encuadres, las sonrisas y las solícitas manos alargadas en pos de
ayudas. Eso que, de manera artificial, torna familiar y hasta deseable
al líder responsable.
Pero la realidad es por demás terca, hasta necia se puede decir, en
contraponerse a la manipulación. Ahí surgen, sin desearlo por los
estrategas comunicacionales de Los Pinos, los datos duros del
fantasmagórico desempleo y la creciente precariedad de los salarios: 36
por ciento del total de los asalariados reciben, cuando mucho, dos
salarios mínimos. Y otro 26 por ciento ingresan de dos a tres de esos
raquíticos emolumentos mensuales. Ésta es una tragedia verdadera que,
por más disfraces que se le pongan encima, golpea de frente las
conciencias y ensancha la desigualdad que en México se vive. Así, la
presumida clase media nacional es aquella que ingresa de tres a cinco
salarios mínimos (19 por ciento), completada con otro corto tramo de los
que llegan a ocho de esos escuálidos salarios. Tal estadística,
difundida desde las mismas instancias oficiales, presenta esa parte
oscura, terrible, de las consecuencias de un modelo económico impuesto a
rajatabla. Seguir alardeando, como repetidamente hace el señor
Calderón, de contar con cobertura universal de salud recibe, de
inmediato, un brutal desmentido del Coneval: 37 por ciento de las
comunidades indígenas no tienen servicios de salud, 50 por ciento no
cuentan con servicios básicos de vivienda y 47 por ciento sufren rezagos
en educación alternada con carencias alimentarias (40 por ciento) En
ello, hay que decirlo, han colaborado, con alevosía evidente, varias
gestiones federales de PRI y PAN. Las evidencias negativas, ante los
alardes de efectividad justiciera del prianismo, brotan a
borbotones por doquier. Lo peor acontece cuando todo ello adquiere la
cruenta forma de una violencia criminal incontrolada.
Vìa,fuente :
http://www.jornada.unam.mx/2012/02/15/opinion/024a1pol
http://www.jornada.unam.mx/2012/02/15/opinion/024a1pol
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