Tiempo atómico
En 1863 Karl Marx escribió a Frederick Engels: “El reloj es la única máquina automática aplicada a fines prácticos; toda la teoría de la producción de movimiento regular fue desarrollada a través de él.” Como señala James Gleick, durante la mayor parte de su historia, nuestra especie ha pasado el tiempo mirando al cielo. La referencia temporal actual se basa en una escala atómica que consiste en la medición de vibraciones del átomo de cesio. Desde 1984 dejamos de confiar en la puntualidad de los cuerpos celestes. Si el tiempo es dinero, la Oficina Internacional de Pesos y Medidas no podía permitir el despilfarro provocado por definir un segundo en términos del período de revolución de la tierra alrededor del sol, ya que, como se sabe, desde hace tiempo ese no es un fenómeno suficientemente uniforme y es imposible tomarlo en serio como referencia para organizar nuestra vertiginosa y eficiente cotidianidad.
Tiempo de Guerra fría
Los procesos industriales dependen de la capacidad de medir el tiempo con precisión y de sincronizar la maquinaria con el hombre. La defensa militar, por su parte, depende de la velocidad de reacción, de la capacidad de tomar decisiones contra reloj, desplegar recursos y anticipar las acciones del enemigo, todo en un parpadeo. Desde los orígenes de la guerra, los estrategas militares han sabido que el sabio empleo del tiempo es una de sus armas principales. Durante la Guerra fría se cultivó obsesivamente la noción de que la amenaza de los misiles atómicos enemigos únicamente podía enfrentarse con una ofensiva casi instantánea. El cuento que escuchamos hasta perder el miedo al holocausto nuclear era que en el momento mismo en que alguien disparara el primer misil intercontinental se respondería con docenas de misiles dirigidos a las principales bases militares y ciudades del agresor. Durante cincuenta años nos obsesionamos imaginando gigantescos mapamundis iluminados –como los de la excepcional parodia kubrickiana Dr. Strangelove (1964)– en los que se encendían las trayectorias cruzadas de las bombas que arrasarían con las urbes y convertirían al planeta en un desierto radiactivo. La respuesta masiva y desproporcionada de la Destrucción Mutua Asegurada (o MAD, por sus siglas en inglés) era nuestra única garantía de supervivencia.
Creímos en el poder redentor de ese preciso timing balístico y en la fulminante velocidad de respuesta del arsenal occidental, hasta que se presentó la primera auténtica amenaza en contra de Estados Unidos, muchos años después del fin de la Guerra fría, el 11 de septiembre de 2001. Ese día se desplomó el mito de la velocidad supersónica de respuesta al enemigo. Podemos creer en la versión oficial de que el ataque con aviones comerciales fue inesperado (aunque ha sido ampliamente desacreditada: ese “escenario” había sido considerado en incontables análisis, simulaciones, juegos de guerra, programas militares y hasta filmes hollywoodenses). Sin embargo, resulta difícil aceptar que el Pentágono no sólo no fue capaz de defender a EU, sino que ni siquiera fue capaz de defenderse a sí mismo. Como apuntó Elaine Scarry, el país que invirtió miles de millones de dólares en sistemas de defensa no pudo contener un ataque con cuatro aviones de pasajeros, a pesar de que pasaron, entre el impacto del vuelo 77 contra el muro externo del Pentágono (9:45 am) y el momento en que se supo que un grupo terrorista tenía varios aviones secuestrados (8:24 am), una hora y veintiún minutos; y el choque del vuelo 11 contra la torre 2 del WTC en Nueva York (8:47 am), cincuenta y ocho minutos; y el momento en que perdió contacto de radio con la tierra (8:50 am), cincuenta y cinco minutos; y el momento en que pierde la señal del transpondedor (8:56 am), cuarenta y nueve minutos.
Quizás cuarenta y nueve minutos es muy poco tiempo para proteger al Pentágono, pero entonces podemos concluir que durante medio siglo vivimos engañados por otra faceta del mito bélico estadunidense.
Tiempo perdido
Entre el día del Nakba (el día de la catástrofe palestina), un día después de la declaración de independencia del Estado israelí (14 de mayo de 1948) y la solicitud de membresía plena en la ONU para Palestina (23 de septiembre de 2011) pasaron 63 años, 4 meses y 8 días, o bien 33.33 millones de minutos. La expulsión, desplazamiento y masacre que comenzó con la declaración unilateral de independencia del Estado judío sigue siendo la hora cero de la mayoría de los conflictos entre Occidente y el mundo árabe. En esos minutos, miles de palestinos e israelíes han perdido la vida en un espantoso conflicto territorial, hegemónico y religioso. La respuesta a la solicitud de reconocimiento internacional de Mohammed Abbas fue el anuncio del gobierno israelí de que se construirán mil 100 viviendas más, exclusivas para judíos, en Jerusalén este. Hoy la solución al problema medular del Medio Oriente, el cual ha incitado a fundamentalistas a cometer crímenes y actos dementes como los ataques del 11 de septiembre, está más lejos que nunca, y el reloj sigue corriendo.
Fuente, vìa :
http://www.jornada.unam.mx/2011/10/09/sem-naief.html
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