Por Alejandro Gaviria
El Espectador, 06 de octubre, 2011.- Usualmente se dice que en
Colombia coexisten dos países distintos, casi opuestos, un centro
próspero y una periferia atrasada, unas laderas y mesetas densamente
pobladas donde el Estado es una realidad y unas selvas y llanuras menos
populosas donde el Estado es tan sólo una ficción, una Colombia
temperada y otra tropical. “Nuestras
cordilleras son verdaderas islas de la salud rodeadas de un océano de
miasmas”, escribió Miguel Samper en el siglo XIX. Esta clasificación es
imperfecta, parcial, descomedida incluso, pero iluminante. Explica de la
única manera posible: simplificando.
Quiero proponer una clasificación
distinta. Imperfecta, especulativa, apenas sugerente, pero fructífera en
mi opinión. Desde hace un tiempo, Colombia se ha venido dividiendo en
dos países distintos: el del norte y el del sur, uno de Cali hacia
arriba (me estoy imaginando un paralelo que pasa por la ciudad de Cali y
continua hacia el oriente) y otro de Cali hacia abajo, uno donde
existen asomos de modernidad económica y otro donde el futuro luce aún
peor que el pasado. En suma, hay un país en trance de transformación y
otro que parece moverse en sentido contrario: la república cocalera del
sur. Estos ejercicios, ya lo dije, pueden ser descomedidos.
Cartagena, Barranquilla e incluso Santa
Marta están creciendo aceleradamente; el aumento del comercio está
corrigiendo un disparate histórico: la concentración de la actividad
económica en las laderas andinas, más cerca de las estrellas, pero muy
lejos del mar. Medellín está transformando su economía poco a poco, de
la manufactura está moviéndose hacia los servicios especializados. Una
ecología de pequeñas y medianas empresas, algunas con vocación
exportadora, ha surgido en Bucaramanga y sus alrededores. Villavicencio
parece destinada a convertirse en la capital petrolera del oriente.
Bogotá disfruta de una doble ventaja: la de su tamaño y la de la
presencia Estado. En fin, muchas ciudades y regiones de Colombia tienen
una vocación económica clara, no consolidada pero sí evidente.
En la república del sur, de Cali hacia
abajo, del puente para allá, la situación es distinta. No parece existir
una vocación económica más allá del narcotráfico y la corrupción, del
negocio de la droga y del negocio de robarle al Estado. La plata del
narcotráfico permite capturar al Estado y la captura estatal facilita, a
su vez, la operación del negocio de la droga. Es un círculo vicioso tan
perjudicial como poderoso. No sucede solamente en el sur de Colombia.
Pero allí es predominante. No es casual que Cauca y Nariño se hayan
convertido en el epicentro de la guerra, que DMG y DRFE hayan surgido
precisamente en el sur (el espejismo de las pirámides ocurrió en medio
de la aridez económica), que la canciller se haya reunido esta semana
con su homólogo ecuatoriano a hablar de refugiados, de quienes huyen de
la violencia y del atraso.
Infortunadamente muy poco se está
haciendo para contrarrestar la tendencia descrita. Hay una retórica
oficial, repetida insistentemente, sobre la necesidad de cerrar las
brechas regionales. Pero la retórica no está acompañada de políticas
concretas. “El aumento del pie de fuerza no es suficiente…necesitamos
desarrollo”, dijo Antonio Navarro esta semana. Y tiene razón. La república del sur está ocupada militarmente, pero no mucho más. Ya casi parece otro país.
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Fuente: http://www.elespectador.com/impreso/opinion/columna-302959-el-sur-tambien-existe
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Fuente: http://www.elespectador.com/impreso/opinion/columna-302959-el-sur-tambien-existe
Vìa :
http://servindi.org/
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