En Bolivia los
campesinos-indígenas que producen para autoconsumo pero venden sus
excedentes (y que pueden producir sea individualmente, sea en formas
comunitarias de diverso tipo), los peones rurales y pastores, los
pequeños mineros privados, los trabajadores mineros asalariados, los
asalariados urbanos que trabajan en talleres semiartesanales o en las
fábricas, en el pequeño comercio informal o formal, en los organismos
estatales o instituciones privadas, coexisten con los indígenas de
Oriente, que viven en comunidades autónomas basadas en el autoconsumo y
que tienen relaciones muy laxas con el mercado, vendiendo a veces
algunos productos, comprando algunos insumos y trabajando en ocasiones
por salario.
La influencia de las ideas y valores capitalistas dominantes, en
general, es mayor en las ciudades que en las zonas rurales, mayor en el
altiplano que en la selva oriental, mayor entre los mestizos que entre
los indígenas, mayor entre los aymaras de El Alto y de La Paz que entre
los que aún viven en los restos de los comunitarios ayllus cerca de la
frontera con Perú. En cuanto a la economía de Bolivia, es capitalista,
extractiva y depende, como el país, de los cambios tecnológicos que se
suceden en el capitalismo internacional, como se expresó en los ciclos
sucesivos de la plata, el estaño, ahora el petróleo y el gas, el litio y
las tierras raras, más la soya. El capital financiero internacional
dirige esa economía y está entrelazado con los grandes burgueses
nacionales, sobre todo de oriente. El Estado, que es debilísimo,
enfrenta a multitud de otros poderes en germen, sea en los conflictos
con los obreros y los indígenas-campesinos que lo desafían por motivos
corporativos, sea en las luchas con los intentos reaccionarios de
sectores capitalistas locales (terratenientes e industriales) de
construir una autonomía regional semiseparatista.
Como en Bolivia, tradicionalmente, los puestos públicos se compraban,
el gobierno debe combatir por igual la tendencia al uso particular de
los recursos públicos, a la corrupción, al prebendarismo y al
caudillismo. Al mismo tiempo, tiene que reducir el regionalismo, la
visión provinciana y corporativa que sobrepone los intereses de cada
gremio o sector a los del conjunto de explotados y oprimidos. La
debilidad del Estado y la carencia de cuadros preparados del gobierno lo
lleva, por otra parte, a imponer la dependencia de las empresas y
capitales extranjeros o de las ONG con ellos relacionadas. Todo eso
refuerza en su seno el jacobinismo centralizador y autoritario, el
decisionismo verticalista, la concentración del poder y la tendencia a
tratar de unificar a la población recurriendo fundamentalmente a una
retórica nacionalista similar a la de Bush-Villarroel y del MNR de 1952,
que el gobierno presenta y decora con una salsa indigenista tipo new age,
en buena parte inventada, para tratar de juntar aymaras, quechuas,
urus, guaraníes y otras etnias chaqueñas o los pueblos amazónicos.
Al mando efectivo del mercado mundial y del capital
internacional y sus imposiciones, el Estado boliviano, como el de otros
países dependientes, opone esencialmente un voluntarismo
neodesarrollista, buscando a toda costa divisas fuertes para que la
cadena que lo apresa sea más liviana y más larga. ¿Cómo combinar el
desarrollismo y el extractivismo heredados y necesarios en una primera
fase de transición hacia la independencia económica y política con el
desarrollo de políticas que fomenten una producción y un consumo
alternativos a los del capitalismo? En primer lugar, no dándose el
objetivo de desarrollar un capitalismo
bueno, andino-amazónico, porque ese animal no existe y, en cambio, se crea un monstruo. En segundo lugar, respetando las formas no dañinas de utilización de la naturaleza (los cultivos en el bosque y la caza y pesca en éste, la pequeña ganadería, la pequeña minería, el artesanado tradicional, la economía campesina basada en la producción combinada de cereales, tubérculos, frutas, legumbres y hortalizas y la cría de animales de traspatio). En tercer lugar, con una reforma agraria que no destine las tierras de Oriente al monocultivo capitalista de soya para exportación o a la exportación de maderas preciosas, sino al asentamiento de familias campesinas del altiplano que de todos modos serán corridas de allí por la falta de agua. Además, desarrollando el cooperativismo, el espíritu de colaboración comunitaria o colectiva y respetando la voluntad de los indígenas, sean ellos campesinos o no, y de las poblaciones rurales, así como los diversos tipos de autonomías que les garantizan las leyes, en vez de decidir todo desde La Paz.
El conflicto con los pueblos del Chaco y del Beni, y con los
guaraníes, por ejemplo, provino de un atropello: no hubo consulta
previa, como fija la Constitución, en el trazado de la carretera que
atravesaría su territorio. Y, tras obligarlos a iniciar una marcha de
protesta de 650 kilómetros a pie, desde la selva hasta el altiplano,
siguió con otro atropello aún peor, o sea, con las declaraciones de que
la carretera
se haría sí o síy con la salvaje represión policial y las falsas negociaciones con un puñado no representativo de gente del TIPNIS.
Si ahora los marchistas son recibidos multitudinariamente en La Paz y
si Evo Morales debe negociar con ellos allí y no en el TIPNIS, es
porque no hubo consulta previa sino un intento de imponerles, como en el
caso del gasolinazo, las decisiones inconsultas y arbitrarias
del gobierno y del mercado. Si un problema técnico se transformó en un
caso político grave es porque el gobierno no entiende que el carácter
plurinacional del Estado y la Constitución resultante de las luchas no
pueden ser ignorados ni rebajados al nivel de la retórica y de los ritos
new age, sino que son vinculantes. Las políticas económicas
dependen del consenso y de la estabilidad política, y no éstos del éxito
de aquéllas.
Fuente, vìa :
http://www.jornada.unam.mx/2011/10/23/opinion/022a1pol
http://www.jornada.unam.mx/2011/10/23/opinion/022a1pol
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