La historia cierra un círculo completo en
Siria. En febrero de 1982, el presidente Hafez Assad irrumpió en las
ciudades antiguas para poner fin a una insurrección islamita. Fueron
asesinados al menos 10 mil (de hecho pudieron haber sido hasta 20 mil)
hombres, mujeres y niños. Algunos de los hombres eran miembros de la
organización armada Hermandad Musulmana.
Casi todos los muertos eran musulmanes sunitas; incluso miembros de
alto rango del partido Baaz fueron ejecutados si en sus documentos de
identidad aparecía la palabra Hamwi, es decir, originario de la ciudad
de Hama.
Muerte mil veces a los miembros de la Hermandad Musulmana que se aliaron a los enemigos de la patria, sentenció Assad después de la matanza.
Años después, el diplomático retirado holandés Nikolaos van Dam
escribió un estudio detallado del partido Baaz y su liderazgo alawita
titulado
La lucha por el poder en Siria, en que parece presagiar la actual situación, a partir de la matanza de Hama, al afirmar que
la represión masiva bien puede haber sembrado las semillas de una disputa y la futura venganza. Verdad más grande jamás ha sido dicha. Y si es correcta la cifra que dan activistas de que 250 mil estuvieron en las calles de Hama el pasado a fin de semana para exigir el fin del mandato de la familia Assad, entonces las semillas de la disputa, en efecto, fueron plantadas en el suelo de esta ciudad histórica hace 29 años.
Recuerdo la primera vez que fue sitiada la ciudad de Hama, cuando
logré entrar a esa localidad vía la carretera internacional y me
encontré en medio de tanques sirios que disparaban contra la más bella
mezquita de Hama. Dos soldados nos pidieron aventón; querían que mi
conductor los llevara cerca del río Orontes, donde sus unidades
combatían a la Hermandad Musulmana. Los soldados nos ofrecieron té a mi
chofer y a mí mientras atestiguábamos la horrible escena.
Los combates llevaban 16 días. Hubo jovencitas que actuaron
como atacantes suicidas y mataron a muchos soldados al hacer estallar
granadas que llevaban cuando eran detenidas. Las fuerzas defensoras de
Rifaat Assad vestían unos deslavados uniformes y esperaban sentados
sobre sus tanques. Algunos estaban mal heridos y llevaban los brazos
vendados.
Una mujer desplazada con su hijo en brazos abordó mi automóvil.
Cuando traté de darle comida al niño, su madre me la arrebató y no hizo
caso de nada más. Estaba muerta de hambre. Ella es parte de esa
generación de la que provienen los manifestantes del fin de semana.
Quizá el niño hambriento estaba en las calles de Hama hace tres días.
La situación fue similar este martes, después de que 500 elementos
militares irrumpieron en la ciudad y causaron 20 heridos tras disparar
armas de fuego. Pero esta vez no se trata de un levantamiento islámico,
los insurgentes de Hama estaban asesinando a las familias de miembros
del partido Baaz en 1982, el nombre mismo de la ciudad suena como una
campana de alerta en la historia del mandato de los Assad. En aquellos
días, el gobernante permitía que la prensa reportara desde Damasco, que
fue el motivo por el que fui a Aleppo y regresé vía Hama a la capital.
Esta vez el régimen simplemente ha cerrado la frontera a casi todos los
reporteros.
En 1982 no había YouTube, ni Twitter, ni teléfonos móviles. No se
publicó una sola fotografía de un cadáver. Ahora, algunos de los tanques
sirios parecen nuevos y recién importados de Rusia. El problema es que
la tecnología que está al alcance del pueblo es nueva también.
© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca
Vìa :
http://www.jornada.unam.mx/2011/07/06/opinion/028a1mun
http://www.jornada.unam.mx/2011/07/06/opinion/028a1mun
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