El apabullante
triunfo de Eruviel Ávila no debe rayar en el triunfalismo, pues el alto
índice de abstención resulta preocupante y su análisis resulta
obligado. Según los datos del IEEM, la abstención es de 57 por ciento y
es uno de los índices más altos desde 2005 en la propia entidad. Estamos
ante cerca de 6 millones de personas que no acudieron a las urnas, por
diferentes motivos, entre ellos la decepción hacia la clase política.
Salvo en el Valle de Toluca, la lluvia no puede pretextarse como excusa,
pues en la gran metrópoli comenzó a llover muy tarde, un par de horas
antes del cierre de casillas. Dicho de otra manera, la mayoría de los
mexiquenses, le dieron la espalda a un proceso electoral deteriorado por
los excesos, cinismos y trapacerías de los principales actores
involucrados, incluyendo las autoridades electorales, cuyo
comportamiento equívoco alejó la ciudanía de las urnas.
En Casa Lamm, diferentes intelectuales se reunieron unos días antes
de la jornada electoral para analizar el proceso. En el panel organizado
por Dictamen Ciudadano participaron brillantes analistas como John
Ackerman, Sergio Aguayo, José Antonio Crespo, Alonso Zárate y Eduardo
Huchim, Jenaro Villamil y Ricardo Alemán. La mayoría coincidía en que
asistimos a una dolorosa involución política de los procesos electorales
que refleja la actual circunstancia política que impera en el país.
Todas las reformas y esfuerzos políticos y sociales de los años noventa
se han debilitado; es decir, tener órganos electorales ciudadanizados,
partidos profesionalizados y contiendas electorales equitativas con
abundantes recursos forma parte de una arqueología política rebasada.
Zárate nos refería un hartazgo de la ciudadanía, y cómo las campañas exhibían como en
vitrina las miserias de los partidos, llenos de corrupción, de trampas, de cooptación de instituciones y de medios locales; Huchim, de manera elocuente, destacaba la desmesura en los gastos de las campañas, especialmente la priísta:
son un gran insulto a los núcleos marginales del estado de México, un neocaciquismo de aparato gubernamental que corrompe la lógica de una competencia en equidad. Aquí no hay buenos ni malos, nos advertía Ricardo Alemán: en el caso del estado de México tanto el PAN como el PRD son corresponsables tanto de las reformas electorales, a excepción de la ley Peña, como de la construcción de las instancias electorales y de las desmesuras financieras vía prerrogativas. Alemán alerta en el arcaico leguaje del
fraudey de la
elección de Estadocomo retórica está altamente erosionada. Por tanto es muy cuestionable la victimización de los actores y la búsqueda de culpables en fracasos. La elección en el estado de México puede ser en anticipo de la regresión en 2012, a diferencia de otras votaciones en años previos, nos decía Crespo; en suma, y recojo la expresión de Sergio Aguayo, hay crisis ética de la política en los actores, hay una sensación de una democracia fracasada.
El resultado mexiquense es tan abrumador en favor del PRI que
puede inhibir las críticas al proceso. Porque no hay forma de decir que
estas elecciones se perdieron por una masiva operación fraudulenta. Ni
que el conjunto de las inequidades y los ilícitos que se cometieron
expliquen el resultado apabullante que arrojaron las urnas. Sin embargo,
no podemos pasar por alto algunos factores que nos explican el
alejamiento ciudadano de la participación en las urnas. Primero: costoso
proceso electoral; altas prerrogativas y ausencia de una protegida
fiscalización propicias gastos desmedidos e insultantes. Segundo:
procesos electorales inequitativos. Excesiva e ilegal operación de los
aparatos de gobierno que operan electoralmente, como ocurrió en el
estado de México. La omisión de las autoridades electorales y de los
tribunales condenadan aún más la inequidad del proceso. El paradigma del
video de Bernardo García Cisneros no debe verse como caso aislado, sino
como una lamentable mutación sistémica que regresa como un tumor
invasivo. Tercero: autoridades electorales colonizadas. Nada más
incierto en el juego electoral que un árbitro vendido. El IEEM fue
secuestrado por el gobierno de Peña Nieto; sus consejeros fueron
notoriamente parciales, dejaron de ser garantes de la certeza e
independencia y se convirtieron en artesanos de la inequidad. Cuarto:
campañas electorales convencionales. El PRI en el estilo propio y en las
multitudes simuladas, en las promesas arrebatas para el aplauso. Ni el
PAN ni el PRD pudieron elaborar un discurso, una campaña ni una
simbología alternativas a las del PRI. El mimetismo fue desesperante al
grado de la similitud de sus plataformas electorales. El concepto cambio
desapareció del vocabulario electoral durante las campañas que jamás
prendieron entre la población. Hubo tedio y tonalidades de campañas
placeras con arrebatos de nostalgia hacia el siglo pasado. Los debates
pudieron ser novedosos pero no lo fueron, a falta de contenidos los
comentarios se centraron en los copetes, la chapitas, el antidoping y las carteras. Todo para olvidar.
Finalmente, el abstencionismo ha sido derrotado por el voto duro.
Estamos ante el riesgo, como diría Villamil, de que el sufragio no sea efectivo, pero tampoco la abstención es un recurso. Toda la maquinaria en esta elección estuvo apuntando no sólo a ganar la elección a gobernador, sino mostrar un músculo potente para crear la percepción de inevitabilidad en el regreso del PRI a Los Pinos. Un regreso a como dé lugar y a costa de todo.
Vìa :
http://www.jornada.unam.mx/2011/07/06/opinion/023a2pol
http://www.jornada.unam.mx/2011/07/06/opinion/023a2pol
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