“Porque
muchas aquí no estamos simplemente por Mel, y ustedes dirigentes del
Frente lo saben e incluso lo comparten; estamos aquí para lograr nuevos
espacios políticos de participación y necesitamos que sobre esto se
aclaren las alianzas con Manuel Zelaya y se logren los acuerdos mínimos
políticos que nos den nuevas fuerzas, nuevos alientos y nuevas
actitudes ante la lucha. Necesitamos rumbo y consolidar una dirección
compartida de este movimiento para que al final no se quede nada más
que en el regreso de Mel al gobierno.”
(Delfina Bermúdez “Escenarios para el Retorno a la Democracia”, 19 de julio, 2009)
Dicen
que los golpes más fuertes que recibe el pueblo vienen con frecuencia
de sus propios dirigentes. Este proverbio bien se aplicaría a la
situación por la que atraviesa Honduras en este
momento, tras la firma del acuerdo que permitió el regreso de Zelaya y
la normalización del régimen de facto derivado del Golpe, liderado por
Lobos. Ni los varios miles de personas que con gran júbilo fueron a
recibir a Mel Zelaya a su regreso a Honduras el 28 de mayo, sirven para ocultar el hecho de que lo que se pactó en Cartagena de Indias, Colombia, representa una derrota para el movimiento popular hondureño en resistencia.
Dicen
también que es propio del reformismo disfrazar las derrotas de
victoria. Los sectores más adeptos al chavismo y a Zelaya, nos
presentan el acuerdo como una gran victoria, cuando en realidad lo que
se ha hecho es limpiar la cara del Golpe y normalizar la más anómala de
las situaciones: un gobierno instalado en unas elecciones fraudulentas
y de bajísima convocatoria, ocurridas apenas unos meses después del
derrocamiento del presidente constitucional, y en un clima de terror,
persecución y censura que no ha cesado. Es más, el riesgo es que esta
violencia, validada por la “legitimidad” del régimen e invisibilizada,
se profundice, como advierte un campesino del Bajo Aguán:
“Se ha intensificado la ofensiva de los terratenientes y a los
campesinos organizados les da temor salir de las fincas, porque tienen
miedo que los puedan asaltar y asesinar (…) Por lo que hemos visto en
estos últimos días, pareciera que esta situación les ha dado [ie., a
los golpistas] más seguridad para seguir agrediendo.”[1]
Las
implicancias de esta negociación tienen repercusiones muy profundas -la
oligarquía latinoamericana ha demostrado que sí puede realizar golpes
en pleno siglo XXI y gozar de todos los beneficios de la impunidad del
siglo XX.
EL ACUERDO DE CARTAGENA DE INDIAS
El Acuerdo es la culminación de un proceso de diplomacia intensiva del régimen de Porfirio Lobos
por normalizar sus relaciones internacionales. La desesperación de la
oligarquía hondureña, que enfrentaba una situación muy difícil con el
aislamiento impuesto tras el Golpe a Honduras, finalmente hizo que
tuvieran que comerse su orgullo y negociar con Zelaya y Chávez. Después de que el golpista Micheletti fanfarroneara que Honduras no necesitaba a la comunidad internacional, en vista que los EEUU no
incrementaron la ayuda económica a ese país, la oligarquía hondureña
tuvo que ceder al verse literalmente arruinada por su aventura
golpista. Con la firma de este acuerdo, nuevamente gozarán de la
cooperación internacional suspendida tras el Golpe y de los beneficios
de la reactivación de la membresía hondureña de Petrocaribe.
Además estaba el factor popular, de tanta importancia como el factor
económico y diplomático: esta negociación representaba la única vía
para pacificar a un pueblo en constante movilización y resistencia, el
cual había vuelto al país ingobernable.
A
comienzos de año ya se había enviado una señal para el diálogo con la
suspensión de los juicios por corrupción en contra de Zelaya. Luego el
9 de abril vino la reunión de Cartagena, en la cual Chávez y Santos,
que se encontraban en una reunión bilateral, recibieron la sorpresiva
visita de Lobos para discutir la reincorporación de Honduras a la OEA.
De ahí vino un proceso de negociaciones secretas y a espaldas de la
Resistencia, que culminaron el 22 de mayo con el Acuerdo de Cartagena
de Indias, el cual se puede resumir de la siguiente manera:
autorización de Zelaya para volver, cese de la persecución contra sus
partidarios, investigación de violaciones a los derechos humanos,
conformación del FNRP
como partido político de cara a las elecciones del 2013 y garantías
para convocar a un proceso constituyente. Como se puede apreciar, está
redactado de manera tal que pareciera rescatar puntos centrales de las
demandas del movimiento popular, pero no establece ni plazos para el
cumplimiento de los compromisos, ni mucho menos establece mecanismos
concretos e imparciales mediante los cuales se pueda supervisar el
cumplimiento de éstos. Y lo peor, deja todos los hilos en las manos de
los golpistas.
¿Quién garantizará
que el proceso de la constituyente se lleve a efecto? ¿Bajo qué
condiciones? ¿Quién monitoreará el cese a la persecución de los
miembros de la resistencia y los luchadores sociales en Honduras? ¿Los
mismos que en estos dos años han hecho la vista gorda ante las
violaciones sistemáticas de los regímenes de Micheletti y Lobos? ¿Quién
investigará las violaciones a los derechos humanos? ¿El poder judical o
las instituciones del Estado o la Iglesia que han sido cómplices? ¿Se
excluye entonces el castigo a los golpistas, ya que solamente se
mencionan violaciones a los derechos humanos?
Personalmente,
no creeré en las promesas de justicia, reparación y respeto a los
derechos humanos hasta que no vea al primer gorila tras las rejas; de
momento, todos siguen como si nada en las instituciones del Estado y en
la Corte Suprema. El 5 de junio, por el contrario,
los campesinos del Bajo Aguán vivieron su primera lección del
compromiso humanitario de las élites hondureñas con el asesinato de
tres campesinos y la desaparición de dos más.
Finalmente, tras este acuerdo, la OEA en sesión del 1º de junio del 2011, aceptó, casi por unanimidad (con la sola oposición de Ecuador)
la reintegración de Honduras a ese organismo. Así las cosas, podemos
decir que la oligarquía hondureña ha obtenido reconocimiento político,
un salvavidas para su situación económica, una inminente impunidad ante
sus crímenes, garantías de que el status quo se conservará
inalterado por mucho tiempo, a cambio de permitir a Zelaya volver a su
país. Los términos son tan claros que cualquier lectura triunfalista
del acuerdo no es más que negar la realidad.
UN MODELO HAITIANO PARA EXPORTACIÓN
Muchos
declararon que la universal condena al Golpe de Estado contra Zelaya
representaba el nacimiento de una nueva conciencia democrática en el
continente, donde los golpes de Estado eran un hecho del pasado,
inaceptable. En realidad, la causa de la condena internacional decía
relación más con los equilibrios políticos regionales, principalmente
por ser Honduras miembro del Alba y estrecho aliado de Chávez. Como prueba contra esa conciencia hemisférica anti-golpista está Haití, país que también sufrió un golpe de Estado el 2004, apoyado por la CIA,
pero el cual, a diferencia de Honduras, no suscitó condenas
internacionales ni aislamiento diplomático. Todo lo contrario: casi
todos los países latinoamericanos participan hoy activamente de la
fuerza de ocupación militar patrocinada por la ONU y dirigida por Brasil, la Minustah, la cual se ha convertido en la fuerza militar del régimen de facto instalado tras el derrocamiento de Jean Bertrand Aristide
(recordemos que Haití no tiene ejército nacional desde que fuera
disuelto en 1995). Esta ocupación, en gran medida ignorada por la
izquierda latinoamericana, representa el capítulo más negro y
bochornoso de la historia latinoamericana en lo que va del siglo[2].
El golpe de Estado de Honduras y la manera en que se zanjó, parecieran un déja vu
del modelo aplicado exitosamente por el golpismo en Haití. Es
importante por tanto volver sobre la cuestión haitiana porque
representa un punto de inflexión, donde se elaboró el patrón golpista
del siglo XXI.
En 1986, la movilización popular derroca al dictador Jean Claude Duvalier.
Luego de años de juntas militares que se sucedieron una a otra ante un
pueblo ingobernable, en las primeras elecciones democráticas en Haití,
en 1990, el candidato de izquierda, un teólogo de la liberación llamado
Aristide, ganó por una abrumadora mayoría. Desde su triunfo, tanto los
EEUU como sus socios haitianos, representantes de lo más rancio de la
oligarquía de ese país, dedicaron todos sus esfuerzos a desestabilizar
y, finalmente, a derrocar a Aristide en 1991, apenas a siete meses de
inaugurado su gobierno. Durante los próximos tres años el exiliado
Aristide, arrinconado y aislado, negoció los términos para su retorno
(los llamados Acuerdos de Rhode Island), que incluyeron promesas de profundizar el modelo neoliberal y de garantizar la impunidad para los golpistas.
Con
su regreso en 1994 se consumó el ciclo de debilitamiento y derrota del
movimiento popular haitiano. Pero Aristide aún volvió a terminar su
mandato presidencial al cual le quedaba un año (parte del acuerdo fue
que Aristide no reclamaría el tiempo perdido). En esos meses logró
pasar una ley que disolvió al ejército y luego vino el gobierno de René Preval
que apenas administró el neoliberalismo y dosificó la ruina de ese
país. Cuando el 2001 Aristide volvió a ganar las elecciones, con
promesas de justicia social y sin el entusiasmo privatizador de Preval,
se activó nuevamente el plan desestabilizador, el cual finalmente tomó
la forma militar: ex militares haitianos, entrenados en República Dominicana,
cruzaron la frontera sembrando el terror y el caos. Tropas
norteamericanas, canadiensas, francesas y chilenas invadieron al país
el 29 de febrero, Aristide fue secuestrado y exiliado a la República Centroafricana.
En junio, una fuerza de la ONU compuesta fundamentalmente por
latinoamericanos, relevó a los EEUU en las funciones de ocupación.
Lo que llama la atención, es cómo el modelo haitiano, grosso modo,
fue nuevamente aplicado en este caso: sacar del país al presidente,
negociar con él de espaldas a su pueblo, aterrorizar al pueblo y
destrozar su tejido social, y finalmente, normalizar la situación
post-golpista mediante el retorno del líder pero con un acuerdo que en
lo fundamental equivale o a la nada, o a la profundización del programa
golpista. Y en ambos casos, algo que objetivamente representaba una
derrota del pueblo, es presentado como una victoria popular.
LOS PROBLEMAS DE MÉTODO Y DE FONDO: UNA NEGOCIACIÓN A ESPALDAS Y CONTRA EL PUEBLO
Pero
no basta con decir que esto ha sido una derrota. Toda derrota debe ser
asimilada, las lecciones pertinentes del caso deben ser aprendidas, y
debemos comprender las causas últimas que llevaron a ella para no
volver a replicarlas. Podríamos decir que las causas que llevaron a la
derrota estaban contenidas en la manera vertical en que la Resistencia
se artículó con su Coordinador General (Zelaya), en el proyecto
político eminentemente reformista que se impulsaba en la lucha contra
la dictadura y en última instancia, en una manera de entender la
política en la cual, pese a todo el discurso de democracia
participativa, las decisiones siguieron estando en manos de pocos.
La
negociación del Acuerdo de Cartagena reflejó una constante que fue la
negociación a espaldas del pueblo en lucha. Apenas realizado el Golpe,
en julio del 2009, la estrategia de negociación no fue definida en las
calles o asambleas, sino que por un grupo de tecnócratas que apostó por
la mediación de EEUU y del entonces presidente de Costa Rica, Óscar Arias.
Desde ese primer momento, la postura de los negociadores partidarios de
Zelaya estaba clara, como lo declaró su propia esposa al afirmar que
“todo es negociable, menos el hecho de que Zelaya debe retornar a la
presidencia”. Recordemos que, durante las negociaciones de San José
de Costa Rica, Zelaya había aceptado íntegramente el plan de Arias y si
no se logró entonces consenso, fue por la intransigencia de Micheletti,
quien se negó a aceptar el retorno de Zelaya y la suspensión de los
cargos en su contra, supuestamente, por corrupción. El plan Arias
incluía la renuncia a cualquier intento por reformar la Constitución de
1982; forzar a Zelaya a formar un gobierno de unidad nacional con
participación de los golpistas; amnistía para todos los crímenes
políticos cometidos antes y después del golpe; que el Ejército
controlara el Tribunal Electoral Supremo de cara a las elecciones que se aproximaban. Entonces, el FNRP se
opuso a las negociaciones (salvo el punto del retorno de Zelaya) por
considerar que garantizaban la impunidad y se premiaría a los
golpistas[3].
Al final, después de
dos años de heroica y sostenida resistencia, hasta el retorno de Zelaya
a la presidencia fue negociable, contentándose con el retorno de Zelaya
sin más, la aceptación del actual gobierno y algunas promesas espurias
sin mecanismos claros para que se hagan carne –con lo cual se ha dado
un premio mayor al golpismo que el que hubieran tenido en San José.
Por
supuesto que sobre el contenido mismo del Acuerdo y de las promesas en
él contenidas hay muchos cuestionamientos que hacer ¿En qué momento el
FNRP debatió si quería o no ser partido político electoralista? ¿Cómo
es que el Coordinador General se arroga el derecho de imponer a la
organización la participación en las elecciones del 2013 en
circunstancias que en la Asamblea ampliada del 27 de febrero la
organización propuso abstenerse de ese proceso? ¿Cómo se entregó al
régimen de facto la facultad de velar por el proceso constituyente
cuando el FNRP habló sistemáticamente de auto convocarlo? No solamente
Zelaya desconoció los mecanismos de toma de decisiones de la
organización, sino que además, sus propuestas están en contradicción
con aquellas construidas colectivamente por el Frente, las cuales
pueden ser malas o buenas, pero son fruto de un proceso colectivo que
no debe ser ignorado.
Así llegamos a
la situación esquizofrénica en que el Coordinador General saluda la
incorporación de Honduras a la OEA, y los otros representantes del
Frente la rechazan. Mientras Zelaya llama a reconocer al régimen de
Lobos, el resto del Frente llama a no reconocerlo.
No
creemos que la negociación a espaldas del pueblo sea casual. Es parte
del desprecio por las masas que siente, desde siempre, el reformismo,
aún cuando las invoque según su conveniencia. Ese desprecio tiene bases
políticas, y no son casuales los llamados de Zelaya a la reconciliación
nacional (es decir, la reconciliación con el golpismo) en vez de
llamados a agudizar la lucha de clases que es el verdadero meollo del
asunto en Honduras así como en el resto del continente. ¿Qué significa
esa reconciliación nacional para los centenares de campesinos, pobres,
trabajadores y periodistas que dejaron la vida en esta lucha? ¿Qué
significa esa reconciliación nacional cuando ni se ha hecho justicia ni
las demandas más elementales del pueblo han sido satisfechas?
Este
acuerdo debe ser entendido, en última instancia, como un intento de
controlar la lucha de masas, de contenerla y de pacificar al
movimiento. En este punto, tanto Zelaya, como Lobos, así como la clase
a la cual ambos representan, han demostrado que no tienen
contradicciones antagónicas, como el mismo Zelaya no deja de señalarlo
con sus llamados a la reconciliación a cambio de nada. Si este intento
es exitoso o no, dependerá de la capacidad del FRNP de exigir respeto a
su Coordinador General con los acuerdos colectivos, de imponer
prácticas democráticas en su seno, y en última instancia, de reclamar
su autonomía en cuanto proyecto diferente al de la oligarquía en
cualquiera de sus variantes. Pero por sobre todo, dependerá de su
capacidad de continuar la movilización en las calles contra el régimen
y de profundizar sus concepciones políticas en la búsqueda de un cambio
de fondo. La OEA podrá sacar al régimen de su aislamiento, pero no
puede garantizar la gobernabilidad del país: eso depende de la
movilización popular y es la única carta que queda en esta lucha ahora.
EL LÍMITE DEL NACIONAL-DESARROLLISMO ¿QUÉ ANTI-IMPERIALISMO?
Para
disfrazar la derrota de victoria, aparecen los que vacían la unidad
latinoamericana completamente de contenido al decir que esta fue una
negociación sin la presencia de los EEUU. Para afirmar esto hay que
suponer que Santos, quien dijo que estaba orgulloso de que Colombia
fuese el Israel latinoamericano, ahora sea un
verdadero “hermano bolivariano”. Afirmar esto, a su vez, es desconocer
el rol clave de Colombia para la estrategia de control norteamericano
en la región, el cual no varía estando éste o el otro presidente,
porque estamos ante políticas de Estado consistentes, estructurales.
El gobierno de Juan Manuel Santos
en Colombia tiene una estrategia continental para ir afianzando a las
derechas pro-imperialistas en la región y recomponer, de esta manera,
la erosionada hegemonía de los EEUU. Ésta ha sido exitosa en
neutralizar la influencia de Chávez y del Alba y en desarrollar una
visión más dinámica y menos confrontacional (al menos en el discurso)
que la de su predecesor Uribe, la cual se adapta a la tendencia a la integración, pero sin dejar de lado su vínculo íntimo y fundamental con Washington.
La
mano del Tío Sam sí estuvo presente, por delegación en Colombia, en
estos acuerdos. Y sus intereses son convergentes son los de la
oligarquía hondureña…. Pero, ¿cómo explicar la participación de líderes
decididamente anti-imperialistas como Chávez en este juego?
Chávez
pareciera haberse agotado como un factor político y ha buscado, desde
la llegada de Santos al poder, acomodarse a un escenario de menos
movilizaciones populares en la región (como las que caracterizaron su
primer ciclo de gobierno) y mediante Santos, controlar indirectamente
la confrontación con los EEUU. Es así como se puede leer el viraje
hacia la estrecha cooperación contrainsurgente de Venezuela con
Colombia, de acciones militares conjuntas en la frontera y de entrega
de luchadores colombianos, saltándose todo el derecho internacional.
Líderes
como Zelaya, por su parte, debido a su intento de desarrollar políticas
soberanas se han puesto en contradicción con los EEUU sin cuestionar
las relaciones de fondo que sostienen al sistema imperialista. Lo mismo
es aplicable para todo el resto de gobiernos nacional-desarrollistas de
la región, incluida Venezuela. Nos preguntamos ¿Puede haber un
anti-imperialismo consecuente sin ir de la mano del anti-capitalismo?
Lo dudamos. Debido a que el sistema capitalista es dominado por las
potencias imperialistas, tarde o temprano, quien es incapaz de pensarse
en alternativa política, social y económica a esta red global, quien es
incapaz de comenzar a sentar las bases de un nuevo modelo, tendrá que
ceder a las reglas del juego de quien está en condiciones de
imponerlas. Con lo cual el discurso anti-imperialista terminará
fatalmente cediendo, a la Gaddafi, a la realpolitik de la “coexistencia pacífica”.
HOY MÁS QUE NUNCA ¡FUERZA RESISTENCIA!
Una
pregunta debe guiar todo proceso de negociación para zanjar un
conflicto social, y es si el resultado crea o no condiciones más
favorables para continuar la lucha. No creo que en todo momento el
pueblo se juegue la revolución; en la lucha contra la dictadura no era
la revolución social o la construcción de una sociedad utópica lo que
estaba en juego, sino la derrota política de la oligarquía y de la
estrategia golpista, así como el avance de la movilización popular más
allá de los límites impuestos por la democracia burguesa, que la misma
burguesía había quebrantado en primera instancia. No es un maximalismo
exacerbado el que me hace ser crítico, sino que un sentido realista
derivado del análisis del estado de aislamiento de la oligarquía así
como de sus dificultades económicas y por sobre todo, de la fuerza y
capacidad política de la resistencia. La oligarquía negoció porque se
sabía débil, pero fue más hábil que los zelayistas y sacó la mejor
negociación que pudieron haber imaginado en estas condiciones. Es,
tomando en consideración estos factores, que creo que se podría haber
sacado mucho, muchísimo más de este proceso de lucha de haberse
resuelto por otros canales y con participación de la Resistencia en
todo el proceso de negociación. Claro que se pudo haber hecho más…
Es
por ello que no puedo dejar de sentir una profunda tristeza ante este
triste epílogo para el ciclo de luchas heroicas que han dado nuestros
hermanos hondureños. No debemos negar el impacto que este pacto tendrá
(ya está teniendo) en invisibilizar la persistente situación de
violencia contra el pueblo y en dividir las fuerzas del movimiento
popular. No puedo disfrazar mi pesar, aún cuando tengo la certeza que
esta derrota, como toda derrota, ha de ser pasajera. Porque un régimen
infame no dura eternamente y porque el pueblo hondureño no lo tolerará
y sabrá seguir su lucha, que es suya, no de tal o cual individuo por
carismático que sea. Pero en estos momentos hay que sacar las lecciones
del caso, aprender del golpe y sobre todo, guiarse por la consigna que
hay que ser pesimistas del intelecto y optimistas del corazón.
Pesimistas del intelecto, porque entendemos las dificultades que se
vendrán (no sólo para Honduras) y el complejo panorama que
enfrentaremos, pero optimistas del corazón, porque nos anima la
profunda convicción que el cambio es inevitable y, a final de cuentas,
sabemos que se puede, carajo.
Por José Antonio Gutiérrez D.
9 de junio, 2011
NOTAS
[2] Sobre Haití, pueden revisarse otros artículo que he escrito: “Ayití, entre la liberación y la ocupación” http://anarkismo.net/article/4651 (parte I) y http://www.anarkismo.net/newswire.php?story_id=4652 (parte II); “Ayiti, una cicatriz en el rostro de América” http://www.anarkismo.net/newswire.php?story_id=1063 ; “Las elecciones en Ayiti: fraude democrático para validar a los golpistas y macoutes en el poder” http://anarkismo.net/article/2078; “Ayití en la encrucijada tras las elecciones” http://anarkismo.net/article/2698 ; “Ayiti, ¿hacia un nuevo dechoukaj?” http://anarkismo.net/article/8633 ; “El retorno de Baby Doc a Ayiti” http://anarkismo.net/article/18539
[3] Sobre este tema ya habíamos escrito algo el 8 de julio del 2009, “Honduras, negociando la crisis de espaldas al pueblo” http://anarkismo.net/article/13683 y el 23 de julio “¿Insurrección en Honduras?” http://anarkismo.net/article/13854
Fotografía: Lobo, Santos y Zelaya
Vìa :
http://www.elciudadano.cl/2011/07/10/honduras-triste-epilogo-para-un-ciclo-de-luchas-de-un-pueblo-bravo/
http://www.elciudadano.cl/2011/07/10/honduras-triste-epilogo-para-un-ciclo-de-luchas-de-un-pueblo-bravo/
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