Las
aventuras amorosas extramatrimoniales tienen diferentes significados en
cada
situación. La exploración puede revelar que la aventura fue un acto
que tuvo poco que ver con el compañero o que, por el contrario, le fue
“dedicada” para provocar su interés o enojo, o bien que fue estimulada
por el cónyuge. Los motivos individuales y vinculares de las aventuras
extramatrimoniales son infinitos y suelen insertarse en la urdimbre de
otros problemas, de modo que su significado es siempre múltiple y
singular. Para muchas personas, enterarse de una relación
extramatrimonial del otro tiene una gravedad enorme. En nuestra cultura,
la pareja hace al ser, al tener y al pertenecer, y muchas personas al
saber de la relación paralela sienten que no son lo que creían ser, no
tienen lo que creían tener y no pertenecen socialmente al grupo al que
creían pertenecer.
Desde la dinámica fusional del enamoramiento, el cuerpo del
partenaire se vive como una propiedad, una extensión del propio yo. La
injuria narcisista es, por ende, enorme y la cultura occidental lo
avala: el adulterio es una afrenta grave en el imaginario social. Cuando
se quiere hablar de alguien con desprecio se dice: “Es un cornudo/a”,
cuando curiosamente esta atribución es válida para una amplia mayoría de
hombres y mujeres muy valiosos.
Es siempre difícil evaluar cuándo las relaciones paralelas
vehiculizan modos de goce sádico u hostilidades de otro tenor. Por otra
parte, cuando se piensa que la relación con un tercero/a conlleva
hostilidad hacia la pareja oficial, debe distinguirse si ésta radica en
el hecho de tener la relación extramatrimonial o en el hecho de
hacérselo saber agresivamente al otro/a. En muchos partenaires, informar
abierta o solapadamente al otro de un posible tercero/a es un modo
certero de hostilizarlo.
En ocasiones, el que se considera traicionado puede utilizar el
hecho para martirizar al cónyuge, y entonces el sadomasoquismo adopta la
forma de venganzas, humillaciones interminables, flirteos públicos con
otros, maltratos de todo tipo. El comportamiento puede incluso
justificarse como un intento de protección ante la posibilidad de ser
ofendido nuevamente, y aun exhibir el agregado de una fórmula de
inimputabilidad: “Lo que yo hago es nada comparado con lo que vos me
hiciste”. En estos casos, la interdeterminación retroalimenta en ambos
la hostilidad.
Algunas parejas, después de que el otro se enteró de la aventura,
tuvieron una relación sexual como nunca antes la habían tenido; un
hombre con episodios de impotencia se sintió inusualmente potente
después de conocer la aventura de su mujer, una esposa frígida tuvo
orgasmo. Este tipo de datos confirma que el inconsciente, el masoquismo,
el superyó, la problemática edípica y otras cuestiones de esta índole
existen y tienen efectos sorprendentes y cotidianos. Pero la reacción
inicial de los partenaires puede ser muy distinta de la que se instala
luego de un tiempo: lo que hoy produjo un orgasmo mañana puede alimentar
rencores, venganzas y hostilidades reiteradas.
Hay parejas que realizan un tratamiento por otras cuestiones y en
las que las alianzas inconscientes suponen aventuras con terceros/as,
periódicas y necesarias; son matrimonios en los cuales estas relaciones
paralelas están estipuladas inconscientemente, pero conscientemente son
desconocidas. El analista debe tener esto presente para no descalibrar
con intervenciones “reveladoras” equilibrios sobre los cuales los
pacientes no están pidiendo una intervención, aunque el tema se insinúe
en sesión. Se trata de parejas en las que la relación con terceros ocupa
un lugar, pero no es el motivo de consulta; es un tema que no interesa
fundamentalmente en la conflictiva por la que consultan los pacientes.
En las situaciones clínicas en las que se trata una relación con
terceros/as (no sólo en ellas), vale la pena discutir si la sinceridad y
la franqueza son acertadas o “terapéuticas”, y en qué márgenes y qué
contextos; dicho de otra manera, cuál es nuestra actitud respecto de “la
verdad”, si corresponde el término. Algunos matrimonios dicen que la
revelación de la aventura les resultó positiva. Muchas personas, sin
embargo, no pueden elaborar esta clase de información o trauma y la
relación extramatrimonial es una noticia que les produce ansiedades de
imposible manejo. También están los/las que no quieren saber: “Yo no
quiero enterarme, y si me entero es porque quiso joderme”. La cuestión
en este tipo de pacientes es si se enteran o no, y no tanto lo que
sucede.
Hay sesiones en las que, luego de conocerse una aventura
extramatrimonial, uno de los miembros acosa desesperadamente al otro
para saber “toda la verdad”. Entre la culpa de uno y el acoso del otro,
el analista se encuentra frente al peligro de un “sincericidio” que
conviene evitar, o por lo menos postergar. Con pocas excepciones, los
detalles de la relación caen muy mal al engañado/a y agregan traumas que
no tendrán una elaboración fácil. Algunos partenaires ignoran que hay
confesiones que hacen un daño innecesario y de las que no puede volverse
atrás. Los secretos, la intimidad y la privacidad forman parte del
funcionamiento psíquico adulto y los “cómo” de una relación con un
tercero, incluidos en el fervor de una discusión, no suelen ayudar a un
posterior bienestar de la pareja. Los “porqué”, en cambio, suelen entrar
más fácilmente en un intercambio productivo.
Aunque las relaciones extramatrimoniales traen a veces sufrimiento u
otros efectos perjudiciales, en muchas situaciones parecen ser el mejor
arreglo posible. Esto, a mi juicio, suele ser claro para los
psicoanalistas que han pasado por la experiencia de atender pacientes
que quieren enriquecer y variar su vida sexual y afectiva, pero también
mantener su estructura familiar y de pareja. Sin entrar en el terreno
moral, la monogamia a rajatabla se ve muy poco en los consultorios. Hay
casos de sexo extramatrimonial que ocurren debido a diferencias muy
marcadas en las necesidades sexuales de los dos cónyuges. Hay individuos
que buscan afanosamente relaciones sexuales con otros, incluso cuando
dicen estar bastante satisfechos de la relación sexual con su pareja
matrimonial. Lo que ellos plantean ubica la cuestión en un nivel casi
biológico: están satisfechos con el otro/a pero les queda un remanente
de avidez sexual que el partenaire no está disponible para satisfacer.
“No le gusta tener relaciones sexuales tanto como a mí”, dicen de su
partenaire.
En algunas parejas, ambos tienen aventuras con terceros, pero las
mantienen exclusivamente sobre bases sexuales, y lo que sería percibido
como deslealtad y/o infidelidad al compañero es una unión emocional
profunda. Los cónyuges en estas condiciones mantienen generalmente sus
responsabilidades como padres y esposos y las relaciones
extramatrimoniales se llevan con discreción y sin compromiso emocional
importante con el tercero.
Dos divorcios
El divorcio es una experiencia que la gente atraviesa de maneras muy
diferentes. Para algunos es sumamente doloroso y afecta los nudos más
significativos del equilibrio personal. Otros, por el contrario, se
divorcian sin gran costo emocional. Así como toda pareja es única,
también los procesos de divorcio son singulares para cada uno de sus
integrantes. Esto quiere decir que, en una pareja que se está
divorciando, en realidad se trata de dos divorcios, uno para cada uno de
los protagonistas.
En los procesos de separación, los partenaires suelen “descubrir”
características del otro y del vínculo que habían desconocido. Rota la
homeostasis vincular, emergen con mayor virulencia tendencias hostiles y
se registran rasgos del otro que aparentemente no habían sido
registrados. Así, un partenaire “descubre” que el otro es un “monstruo”,
en una suerte de decepción mayúscula. Este tipo de procesamiento
psíquico se opone a la realización de un duelo y va en contra del
reconocimiento de la propia participación en las represiones,
desmentidas y alianzas inconscientes que velaban lo que ahora aparece en
la superficie.
Cuanto más ausente está el duelo en este proceso, mayor puede ser la
violencia y más prevalece en la vida cotidiana la guerra sin cuartel.
Aparece en el horizonte la posibilidad de un divorcio con un alto
despliegue de destructividad, lo cual en la mayor parte de los casos es
perjudicial para los hijos, si los hay, y para el futuro de los ex
cónyuges. La posibilidad de hacer un duelo es un factor de pacificación.
Por el contrario, si la separación se configura con una elaboración
persecutoria, será mucho menor la posibilidad de una separación
efectiva.
Es frecuente que la gente sienta el divorcio como un fracaso, lo
cual es entendible pero constituye un error. El amor, como todos los
hechos de la vida, nace y muere; no es eterno, pese a la muy extendida
fantasía de eternidad.
En los procesos de divorcio no sólo tienen importancia problemáticas
emocionales, sino que también se debe prestar atención a cuestiones
prácticas de los hijos, el entorno familiar, problemas patrimoniales,
etcétera. Una función del analista en estos casos es ayudar a pensar y
encontrar soluciones y nuevas ideas, lo que Ulloa (Novela clínica
psicoanalítica. Historial de una práctica) llama “producir
inteligencia”. Esta tarea es enormemente útil para los pacientes y no
coincide con el formato más habitual de una intervención psicoanalítica.
Por ejemplo, es ayudar a pensar una nueva cotidianidad entre hijos y
padres, lo que se llama legalmente un régimen de visitas, que se adapte a
la singularidad de la familia y permita que lo atinente a la
parentalidad sufra el menor daño posible. Otro ejemplo: ayudar a pensar y
discutir en qué terrenos se les puede pedir la opinión a los hijos y en
cuáles no.
Si el divorcio puede ser pensado como un proceso de duelo, su
elaboración no sólo implica a los partenaires, sino a todo el entorno
social y también a las instancias judiciales de la comunidad –jueces,
abogados, legislaciones–. Ahora bien, algunos abogados opinan que el
futuro ex cónyuge es un enemigo mientras no se demuestre lo contrario.
Muchos abogados tienden a plantear las cosas en términos de “buenos” y
“malos”, y lo mismo ocurre con muchos analistas y muchos pacientes, lo
que impulsa un clima de ángeles y demonios de tinte persecutorio. En
este terreno, una vez que se inicia un proceso de divorcio, el terapeuta
individual, el de pareja y los abogados que intervengan deberían estar
dispuestos a intercambiar entre ellos y estar advertidos de no recrear
entre los profesionales el clima cismático que puede imperar en la
pareja que se divorcia.
Es frecuente que, en un proceso de divorcio, en uno o ambos sujetos
aparezcan síntomas orgánicos u accidentes de alguna gravedad. Los
divorcios están entre las situaciones que mejor ejemplifican una
cuestión en la que insistía Sami
Ali: cuando no puede soñarse la salida de una crisis, debe temerse
seriamente una enfermedad orgánica. Los procesos de divorcio, en muchos
momentos, aparecen como callejones sin salida, situaciones desesperantes
que predisponen a pasajes al cuerpo en los cuales lo que no entra en la
simbolización, se instala en lo real.
Son muchos los varones que al separarse de la mujer abandonan a sus
hijos. Por otra parte, es frecuente encontrarse con madres que usan a
sus hijos como rehenes, y los manejan como posesiones personales en
planteos extorsivos contra el ex marido. Con frecuencia los sentimientos
de culpa por el divorcio activan mecanismos destructivos o
autopunitivos.
“Familia normal”
Se habla de “segundo matrimonio” cuando de un vínculo conyugal
anterior quedan hijos, lo que ubica el nuevo matrimonio en la
problemática de ensamblar en una única unidad familiar al partenaire
actual con hijos de una pareja previa. En estos matrimonios pasan cosas
semejantes a las que suceden en otros, pero cuando se habla de “segundo
matrimonio” se quiere poner el acento en que el vínculo previo o bien
las cicatrices de su ruptura, al menos en lo manifiesto, determinan
mucho de lo que sucede en la pareja y la familia actual; la problemática
más frecuente es la integración de hijos y cónyuges en la nueva unidad
familiar.
Es frecuente que el cónyuge del primer matrimonio funcione como un
objeto que es alucinado y proyectado sobre el partenaire actual, en
quien se depositan cuestiones que tienen más relación con el primer
matrimonio que con el presente. Es común, por ejemplo, que se acuse al
partenaire de no colaborar y ser egoísta con una intensidad
desproporcionada y con argumentos muy semejantes a los que se utilizaban
en el matrimonio anterior.
En ocasiones, la pareja atribuye el origen de las desavenencias a
los hijos. Una situación típica es la de la hija adolescente celosa que
le hace la vida imposible al padre en su nueva relación. En estos casos,
hay que buscar un casi seguro conflicto de lealtades en el padre, por
el cual éste no puede ponerle límites claros a la hija. Por otra parte,
es posible que la nueva esposa funcione de manera especular con la hija
adolescente. Cuando los padres se presentan como víctimas de los hijos,
conviene siempre investigar la complicidad inconsciente del progenitor
con el hijo/a; deben investigarse tanto las alianzas inconscientes de la
nueva pareja como las alianzas inconscientes entre hijos y padres y las
lealtades secretas que entre ellos funcionan. Es común que, en las
alianzas inconscientes de la nueva pareja, se establezcan áreas de
desconocimiento y negativización en las que quedan aspectos de la
relación con los hijos de la pareja anterior junto con modos de relación
con la ex pareja.
Otra situación parecida es que haya con los hijos culpa por el
divorcio, lo que dificulta la inclusión del nuevo partenaire y la
estabilización de la familia recompuesta. ¿Cómo se organiza una
actividad que integre a los hijos del primer matrimonio y al compañero/a
del presente si se siente que esto es algo tan dañino como darle un
lugar protagónico a la prenda de la discordia, a el/la instigador/a del
divorcio criminal? Puede suceder también que lo temido sea avanzar en la
disolución del viejo vínculo y en la estabilización del nuevo. Uno o
ambos partenaires no pueden avanzar en la elaboración de un duelo por la
primera familia, los modos de relación con los hijos que allí se daban,
los goces que en ella circulaban.
Muchos sufrimientos en las familias recompuestas derivan en parte de
la pretensión de ser “una familia normal”, lo que generalmente quiere
decir ser una familia organizada alrededor de un primer matrimonio, y
que “no tiene conflictos”. Conviene recordar que una pareja o una
familia “sin conflictos” constituye siempre, absolutamente siempre, una
fachada engañosa. Cuando los cónyuges elaboran que “ser normal” es una
pretensión imposible y que serán inevitablemente una familia distinta,
muchos de los conflictos se alivianan. Si las cosas van bien, con el
tiempo entenderán que todas las familias son distintas y originales, y
que las familias “normales” no existen, como tampoco los sujetos
“normales”. Los que sí existen son lo que el psicoanalista David
Liberman llamaba “normópatas”, las gentes que padecen de normalidad
psíquica y viven en un mundo de plástico.
Cuando los hijos del matrimonio anterior son pequeños y/o tienen
problemas, la relación con el progenitor, o sea, el ex cónyuge, tiene
una intensidad que puede constituirse en fuente de conflictos con el
actual compañero y despertar celos y competencias. Dicen Aguiar y
Nusimovich (“Separación matrimonial y segundos matrimonios”, en La
pareja. Encuentros, desencuentros, reencuentros, comp. J. Puget): “La
presencia de los hijos determina que una de las vertientes del vínculo
de alianza no se rompa entre los ex cónyuges: la parentalidad. Esta
indisolubilidad es una paradoja para la pareja que se divorcia:
separarse del cónyuge del que en un aspecto no se podrá desprender
nunca. El progenitor deberá dejar la cotidianidad con su ex cónyuge
mientras que, a través de los hijos, experimenta una presencia cotidiana
de éste”.
Cuando el divorcio asume una elaboración patológica, ocurre a veces
que los conflictos llevan a ex cónyuges a ser también ex padres –o ex
madres– y justificar su alejamiento de los hijos con un argumento de
sometimiento a los celos y/o posesividad del compañero/a actual. El
abandono de los hijos lo fundamentan en la necesidad de estar bien con
la pareja actual.
Los segundos matrimonios tienen a veces un trabajo doble en la
elaboración de posesividades, celos, aspiraciones fusionales y este tipo
de problemáticas, ya que en ellos la imposibilidad de generar un
espacio imaginario de completud suele presentificarse de una manera
bastante inmediata. Por el contrario, tienen a su favor, aunque no
siempre, que los partenaires suelen no ser muy jóvenes y sus
aspiraciones a la completud, al menos en la pareja, son menos virulentas
y están algo atemperadas.
* Texto extractado de La pareja en conflicto. Aportes psicoanalíticos, que distribuye en estos días editorial Paidós.
Fuente, vìa :http://www.pagina12.com.ar/diario/psicologia/9-165705-2011-04-07.html
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