A las 5:48 horas de la madrugada del 8
de diciembre de 2010, los bomberos recibieron un llamado telefónico
probablemente de un interno de la cárcel del San Miguel, comuna de la Región Metropolitana,
donde se estaba produciendo un siniestro con consecuencias fatales sin
precedentes en la historia de las penitenciarias chilenas. Sin embargo,
el incendio habría comenzado alrededor de las 4:00 horas de la
madrugada, es decir, casi dos horas antes de que llegara auxilio, a las
6:00. De acuerdo a versiones preliminares, ya son 83 los reos calcinados
y muertos por asfixia. A ello se agregan más de 300 heridos y un
número indeterminado de presos en riego vital que están distribuidos en
distintos recintos hospitalarios de Santiago. La tragedia se concentró
en el cuarto piso de la torre 5 de la cárcel. Durante los
acontecimientos, sólo había cinco funcionarios de Gendarmería en
un recinto donde estaban recluidas 1.961 personas, toda vez que la
prisión está habilitada para 900 hombres. Es decir, los niveles de
hacinamiento superaban más de un 100% las instalaciones. Los familiares
de los reos, presa de la desesperación y la incertidumbre debido a las
escasas informaciones vertidas oficialmente, lanzaron huevos y piedras a
las autoridades y la policía.
De modo oficial resultan opacas las
razones que originaron el desastre. Lo cierto es que independientemente
de las responsabilidades inmediatas –eventual negligencia de gendarmes
en particular-, existen responsabilidades políticas de fondo que recaen
en los gobiernos anteriores y en el actual, y de los actuales ministros
de Salud y de Justicia, Jaime Mañalich y Felipe Bulnes.
ANTECEDENTES
En los últimos 10 años el incremento de
la población carcelaria fue de 22.000 mil presos a 52.621 hoy.
Considerando los reos que están beneficiados por políticas
intrapenitenciarias o sistema abierto se llega a 55.000 mil reclusos.
Esto es, el sistema penitenciario chileno es responsable de 107 mil
personas.
El modelo privado que cuenta con
subsidiado estatal generado con el propósito formal de aminorar el
hacinamiento ha resultado un fracaso. En la actualidad, en los recintos
concesionados existen tres presos en calabozos hechos para un interno.
En la prisión femenina hay 300 reclusas en una habitación con capacidad
para 80 personas, mientras que en la penitenciaría las instalaciones
para 120 internos alojan a 800 reos.
La ley indica que el objetivo
fundamental de la reclusión es la rehabilitación del preso con el fin de
su eventual inserción social. No obstante, en el último tiempo se
redujo el presupuesto para Gendarmería en más de 2.600 millones de
pesos (US$ 5 millones 200 mil dólares). Esa cifra deviene en que
ninguna cárcel posee programas de rehabilitación.
El modelo penitenciario estatal
invierte por recluso 290 mil pesos (US$ 580), en tanto en los penales
privatizados, prácticamente 600 mil pesos (US$ 1.200). En el sistema
privado, los montos comportan enseñanza, salud, especialistas en
rehabilitación, comida, y gastos en arriendo del recinto, agua y luz.
Inversamente, bajo el modelo fiscal, por menos de la mitad de los
recursos todas las labores anteriores deben efectuarlas los gendarmes.
En Chile hay un funcionario de
gendarmería por 91 presos. Investigaciones, hechas por el gremio de
gendarmería, informan que sus trabajadores laboran para el Estado más de 12 millones de horas extraordinarias no canceladas.
EL FONDO DEL DESASTRE
Mientras mediáticamente Piñera intenta
explicar con abundante demagogia, como si fuera parte de la oposición
–tomando distancia absurda respecto de su propia administración y
culpando al eslabón más frágil de la cadena carcelaria-, una vez más, el
mandatario enfrenta una crisis que revela las condiciones de
subdesarrollo de Chile, asociadas, en este caso, a las inexistentes
estrategias de prevención de accidentabilidad, resguardos sanitarios,
rehabilitación efectiva de los reos, y un hacinamiento estructural del
sistema penitenciario. Tras estos fenómenos se oculta el más profundo
desprecio y abandono respecto de un segmento de la población chilena que
es pobre y cuyo comportamiento está gatillado esencialmente por las
pésimas condiciones de vida de las clases subalternas, la ausencia de
una formación cultural digna, el desempleo, falta de porvenir y
expectativas de desarrollo personal y colectivo, y la alienación social
provocada por el imperio del fetiche del consumo innecesario que
facilita la constitución de una subcultura ligada a la violencia y
produce relaciones sociales dañadas y dañinas. Si no terminan las más
que precarias condiciones materiales y educacionales de importantes
segmentos de la desigual sociedad chilena, la delincuencia cobrará,
simétricamente, una tendencia creciente y sin control. He aquí como se
suma una nueva denuncia para la conmemoración del Día Internacional de los Derechos Humanos el 10 de diciembre, dos días después de la inédita tragedia.
Fuente, vìa :
http://www.elciudadano.cl/2010/12/08/estamos-muertos-en-la-carcel-de-san-miguel-los-83/
http://www.elciudadano.cl/2010/12/08/estamos-muertos-en-la-carcel-de-san-miguel-los-83/
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