Intuyendo que tras la tragedia en la
cárcel de San Miguel asistiremos a los “análisis profundos” del sistema
penitenciario de nuestro país -y que seguramente dichos análisis no
traspasarán el espacio de legitimidad impuesto por la lógica del Poder–
quiero plantear algunas ideas que, tal vez, ayuden a mirar con un mayor
sentido de humanidad la muerte de estas 81 personas.
Según las ideas del autor polaco Zygmunt Bauman,
en las complejas sociedades modernas, la tríada protección, seguridad y
certeza contiene el dilema del bienestar social. Pero en el actual
modelo económico, las aspiraciones de seguridad y certeza -que pueden
ejemplificarse con preguntas como: ¿cuánto durará mi trabajo? ¿Si me
enfermo, tendré atención médica asegurada? ¿Podrán mis hijos llegar a
ser profesionales?-, se han condensado en la exclusiva preocupación por
la protección. Todas las ansiedades relacionadas con el bienestar social
se han reducido a vivir “protegidos”, a salvo de la delincuencia. Y
como esta lógica requiere estimular el miedo en la población, para
desviar su atención de las necesidades sociales de seguridad y certeza
-que exigirían modificaciones estructurales del modelo-, vivimos
asistiendo al espectáculo de la criminalización de la pobreza. Los
pobres son “Los Otros” conflictivos, que no saben ajustarse a las reglas
del “buen vivir”; que cometen delitos porque el crimen está tan
instalado en su naturaleza como el vestirse sin gusto y parir hijos
sucios, como nos lo demuestra a diario nuestra parrilla televisiva.
Entonces, es legítimo preguntarse:
¿Existe alguna relación entre nuestros groseros niveles de desigualdad
económica y el alto porcentaje de población encarcelada? (el segundo
mayor en Sudamérica, después de Surinam).
Según el propio Bauman, la sociedad global ha transformado las
categorías de la desigualdad. La riqueza y pobreza materiales
constituyen una variable de una desigualdad mayor: La posibilidad de
movimiento, en una época en que las ideas de lo local y lo global
determinan el sentido de la existencia. Poder elegir el desplazamiento
(geográfico, social, cultural) es lo que determina una vida buena. La
inmovilidad forzada es la condición más abominable. “La cárcel significa
no solo inmovilización sino además expulsión. También por eso es el
método preferido por la mayoría para ‘extraer el peligro de raíz’. (…)
La divisa es: ‘Que en nuestras calles vuelva a reinar la seguridad’:
¿Qué mejor manera de llevarla a cabo que introducir a los portadores de
peligro en lugares donde quedan fuera del alcance de la vista y el
tacto, espacios de donde no pueden escapar”. En Chile somos un solo
corazón, pero con varias arterias a punto del infarto.
¿Y quiénes son los presos de la sociedad chilena? Según la lista leída por el director nacional de Gendarmería, al entregar una primera lista de “sanos y salvos”, muchos Fuentes, Poblete, Castillo, Castro, Rodríguez, Hernández. ¿Y quiénes son nuestras autoridades? El director de gendarmería es Masferrer, el ministro de Justicia es Bulnes; el ministro del Interior es Hinzpeter, la vocera de gobierno es Von Baer. El presidente es Piñera. Aunque esta situación puede extrapolarse a la realidad de Latinoamérica,
afirmo que en Chile hay una élite que encarcela y una mayoría popular
encarcelada. Los 81 muertos de San Miguel no pudieron escapar del fuego.
Pero su inmovilidad venía de antes. Incluso antes de que atentaran
contra las leyes del sistema judicial, estaban ya inmovilizados en sus
barrios; atados a una rutina de clase en la que el trabajo y la salud
son inciertos y la movilidad social, un privilegio al que, al menos
ellos, ya no alcanzaron a acceder.
Fuente, vìa :
http://www.elciudadano.cl/2010/12/08/en-chile-hay-una-elite-que-encarcela-y-una-mayoria-popular-encarcelada/
http://www.elciudadano.cl/2010/12/08/en-chile-hay-una-elite-que-encarcela-y-una-mayoria-popular-encarcelada/
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