La capital de la jueza feliz y los alegres asaltantes del cielo electoral se va convirtiendo, cada día que pasa, en un sinsentido normalizado (pues eso es lo cotidiano en el devenir de este régimen funesto nacido como la normalización de un franquismo chabacano, de puro y traje gris), en un vórtice que desnuda las miserias de la “nueva política” ante las espeluznadas huestes ciudadanas que entronizaron a exmilitantes de lo social para convertirlos en navajeros maquiavélicos, feroces monopolistas de la esperanza permitida y fieles servidores del mundo del ladrillo.
No es sólo lo que se ha incumplido, aunque bastaría para poner en cuestión gran parte de lo desarrollado por un Ayuntamiento del Cambio que, cambiar, cambia poco real: una Auditoría Ciudadana de la Deuda convertida en caricatura de sí misma, la Memoria Histórica traicionada en el altar del discurso beatífico de la Transición y el consenso entre víctimas y matarifes, la genuflexión final ante Montoro (el geniecillo de la lámpara, que te da tres deseos siempre y cuando no le cuesten nada a los bonistas alemanes) que impide desatascar el gasto social prometido pese a la disminución radical de la deuda, que parece haberse convertido en el único éxito de una Administración que habrá alegrado más de una tarde a los inversores internacionales que van a cobrar antes de lo que esperaban. Hay mucho más.
Podríamos, también, hablar del incumplimiento de la única promesa (compromiso decían entonces) hecha directamente a la clase trabajadora madrileña: la remunicipalización de los servicios públicos. Remunicipalización que sólo se ha llevado a efecto en casos menores (Bicimad y la Funeraria), donde, además, el servicio público afectado había llegado a un grado tal de colapso que ni las empresas privadas que los gestionaban querían ya saber nada de ellos. Los trabajadores de la limpieza viaria, de los polideportivos, de los centros culturales, de los semáforos, entre despido y despido, entre las órdenes espurias de las empresas concesionarias de realizar un servicio deficiente pero barato, entre contratos precarios y EREs abiertos y encubiertos, siguen esperando que los pulcros representantes de la “nueva política” se arremanguen y empiecen a cumplir su propio programa electoral.
Pero no sólo no se ha remunicipalizado, sino que, además, se han vuelto a sacar a concurso las concesiones más representativas (como la de la limpieza viaria), que han acabado en manos de los de siempre, haciendo oídos sordos a todas las alternativas presentadas por los movimientos sociales de la ciudad (que iban desde la gestión directa por el propio Ayuntamiento, hasta la remunicipalización cooperativa por parte de trabajadores y vecinos, inaugurando nuevas formas de gestión comunitaria de los bienes comunes metropolitanos).
Todo ello en el contexto de una cainita y devoradora lucha entre facciones internas en el propio Ayuntamiento (se dice que, durante mucho tiempo, los concejales no se reunían ni tenían una política común, y que ahora sólo lo hacen a cara de perro). Un conflicto creciente entre “fundis” y “realos” en el que abundan los actores intermedios, con posiciones ambiguas, y los cambios de chaqueta a toda a velocidad. Municipalistas contra Podemitas, con una juez convertida en dirigente máxima, que parece más bien la representante del mayor partido de la oposición, y sectores que pululan en los intersticios sin inmutarse, como los dioses de Epicuro. Purgas y querellas a la interna, como las relacionadas con el Open de Tenis o las derivadas del conflicto centrado en los sueldos de los concejales de Ganemos y la tesorería potencialmente menguante de Podemos, que muestran a las claras que el amplio acuerdo social que levantó Ahora Madrid está roto y va a ser muy difícil de restañar, que la “confluencia” ha dejado de “confluir”, y que su patrimonialización por un sector determinado (“intrépido”, pero incapacitado, por lo que se ve, para la negociación y las sinergias) deja el proyecto Ahora Madrid en la estacada, trasmutado en la marca blanca del nuevo partido parlamentario de la izquierda que siempre fue parlamentaria.
Esta misma semana hemos visto dos ejemplos clarísimos de la transformación final de Ahora Madrid, del traspaso del umbral que puede convertir en políticos profesionales del sistema a sus supuestos enterradores: por una parte un desahucio en Carabanchel donde los antidisturbios de la policía municipal madrileña ha hecho acto de presencia para garantizarlo, y, por la otra, la aprobación de la Operación Chamartin Norte, el gran pelotazo urbanístico de la década que estaba esperando que llegara su momento.
La imagen, lo tememos, es demasiado gráfica: antidisturbios para las clases populares, lluvia de millones para los especuladores con el suelo; una ciudad en la que no caben las familias pobres, pero si tendremos una City financiera a la altura de nuestros sueños, que parece ser que consisten en atraer a los huidos del Brexit londinense. Esperanza, la altiva anciana del Madrid populoso y proletario, con sus dos nietos, en la calle; y la constructora San José, que se revaloriza en bolsa un 300 % en sesenta días al expandirse los rumores de que Chamartín Norte va a ser aprobada. Sería sumamente interesante, seguro, saber quiénes compraron acciones de San José hace dos meses y las han vendido en los últimos días. El pelotazo sólo ha comenzado, pero ya ha comenzado.
Ahora Madrid ha traspasado un umbral. Parece claro. Pero, ¿cabe la posibilidad de una regeneración de Ahora Madrid? ¿De una reconstrucción interna, de un restañar de heridas, de un retome de los objetivos primigenios? La única matriz de tal cosa sería un compromiso con la desobediencia: desobediencia a Montoro, desobediencia a la normalidad, desobediencia a la normalización, Poner en peligro el cargo como otros ponen en peligro el cuerpo. Parece mentira, pero un buen burgués como Puigdemont ya parece hoy en día más intrépido que los “intrépidos”.
Sin embargo, poco importa a estas alturas. La pregunta ya es otra: ¿Qué van a hacer los movimientos sociales madrileños más allá o al través de Ahora Madrid? No nos metemos en lo que harán los nuevos profesionales de la política que aún tengan escrúpulos para ciertas cosas. Tendrán que romper o adaptarse, elegir entre su nueva profesión y sus valores. Allá ellos. Lo importante es qué vamos a hacer todos los demás.
Y creo, sinceramente, que sólo hay una respuesta: la tregua debe finalizar, el espejismo debe ser superado. No se trata de derribar gobiernos. Eso es lo de menos. Se trata de recuperar la autonomía y la independencia de los movimientos sociales, así como su creatividad y su voluntad de generar conflicto. A esta gente habrá que impelerla a tomar las decisiones adecuadas, desde la calles, como a los de antes, como siempre. Construir contrapoder, aunque el poder diga que es que nuestro amigo. Empujar y presionar, como siempre se ha hecho. Porque la lucha de clases no ha concluido aunque algún alegre e “intrépido” tertuliano nos diga que la va a luchar él por nosotros. Sólo el pueblo salva al pueblo, en Madrid como en cualquier otro sitio. Sólo el Madrid entrelazado y en efervescencia de los movimientos y las calles puede empoderarse a sí mismo. Recordando, además, que como explicó en su día Valeriano Orobón Fernández:
“Efectivamente, somos y seremos elementos negativos mientras en España haya tanto que merezca ser negado; pero, llegado el momento, sabremos también probar nuestra capacidad constructiva.”
José Luis Carretero Miramar.
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