Una de las características de la televisión que hacen Televisa y TV
Azteca es la hipocresía en las formas. El lenguaje que se emplea en
sus programas no tiene que ver con la manera en que hablamos
cotidianamente los mexicanos (ni sus contenidos con la realidad
nacional, porque la Virgen de Guadalupe sigue sin hacernos el milagro de
un país mejor a pesar de tanta rezandera en La rosa de Guadalupe ni las policías nacionales tienen la eficacia de utilería de El equipo).
En cuanto a las muchas producciones que nos llegan de fuera,
mayoritariamente de Estados Unidos, los doblajes de series y programas
extranjeros acusan también mojigatería; La ley y el orden o Dr. House
son cosas totalmente distintas en lenguaje original, con sus juegos de
palabras e insultos intocados por una censura innecesaria, a lo que
resultan traducidos por actores de doblaje que no se permiten la
impertinencia de dejar grabado un buen “¡carajo!”, y ni pensar en que
el irascible doctor zanje alguna de sus ásperas conversaciones con un
muy mexicano “vete a la chingada”. En televisión abierta, salvo
contadas excepciones, lo soez es anatema, y la prosecución de la
decencia o el buen gusto, o lo que sea que intente justificar censuras,
termina mutilando el producto, modificando la intención original, donde
la hubo, de guionistas, productores y directores de reparto o
actuación. En aras de una presunta calidad de contenido, la ley roza el
asunto buscando eliminar del lenguaje televisivo las mentadas de madre
o decirle a alguien con todas sus letras que es un pendejo. Los
legisladores que esas leyes aprueban suelen tener, sin embargo, cosa
sabida por cualquiera que les camine cerca, particulares trompas de
carretonero. Pero es la televisión misma, los ejecutivos que la dirigen
quienes imponen un velo de censura profundamente hipócrita a la
verbalización del lenguaje entre pares, a cuadro, como hipócrita suele
ser el discurso de esos empresarios cuando hablan de “valores”, pero
mantienen al aire programas que tugurizan el buen gusto colectivo.
En el otro extremo está
la ausencia total de recato y de la regulación. Televisa, sin embargo, y
aunque cueste entenderlo, ha estado realizando durante algunos años
una suerte de experimento de contenido y reacción pública en uno de sus
canales de paga distribuido por medio de sistemas satelitales como Sky
o de red privada como Cablevisión. Se trata del canal Telehit, en
principio mala copia de MTV, dedicado a la
emisión de videos musicales donde varias producciones intentan, con
esquemas más o menos humorísticos, romper el cerco del lenguaje. Lo
consiguen, pero el resultado suele ser otro de los muchos excesos en
que suelen incurrir las televisoras. De la ausencia total de majaderías
en el lenguaje acartonado de una telenovela, los conductores de varios
de los programas en la parrilla de Telehit saltan al extremo de la
vulgaridad abyecta. Algunos, como Kristoff Razcinsky lo hacen desde la
postura del conductor desenfadado, anarquista, bronco. Otros, como
Sergio Verduzco (el payaso Platanito) o Eduardo España con su personaje
de quesallidera lépera, lo hacen desde la comedia, lo que les permite
un mayor margen de maniobra sin entrar en efecto de confrontación con el
público. Allí también Las lavanderas o Guerra de chistes, aunque
suelen quedar en mero repertorio de vulgaridades.
Existe una contradicción
en la soltura de lenguaje en los programas de Telehit. Mientras unos
insisten en hacer de la homofobia o el racismo clasista una forma
trivializada y “simpaticona” de desprecio, el canal al mismo tiempo ha
sido la única plataforma televisiva en México donde sus conductores
puedan ser activistas de la comunidad homosexual. Conductores como
Horacio Villalobos, Alejandra Bogue o Alex Kaffie han encontrado en
Telehit un foro valioso, lo mismo de integración que de divulgación y
defensa de los derechos de sus colectivos.
Quizá los programas de
televisión que se permiten decir al aire lo que les venga en gana
obedecen a las necesidades de un público joven y cansado de imposturas.
Quizá sólo se trata de una treta de la gerencia para ampliar una
franja de audiencia que pueda interesar a sus anunciantes. O quizá sea
simplemente que la liberalidad en la forma sin abrevar en contenidos que
resulten incómodos a los dueños de la empresa o a sus socios y
contlapaches gubernamentales, sea un efecto de distracción y
confirmación de que los mexicanos, como suele sucedernos con los
supremos gobiernos que padecemos, tenemos la televisión que merecemos.
Fuente, vìa :
http://www.jornada.unam.mx/2011/07/24/sem-moch.html
http://www.jornada.unam.mx/2011/07/24/sem-moch.html
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