Está claro que
los libros no son lo suyo. Aunque lleven la firma de Enrique Peña
Nieto, él ni los lee ni los escribe. Por culpa de ellos su aspiración a
mudarse a vivir a Los Pinos sufrió un severo traspié y su popularidad
entró en un tobogán por el que se desliza incontenible.
No es exageración. Según diversas encuestas, la intención de voto en
su favor pasó en los últimos 20 meses de 54 a 42 por ciento, es decir,
12 puntos. De acuerdo con Mitofsky, el candidato bajó 3 puntos en
diciembre, es decir, unos 2 millones de votos. Sus errores y dislates lo
están hundiendo.
De acuerdo con la encuesta publicada en Excélsior el pasado
10 de enero, a pesar de que el candidato del Partido Revolucionario
Institucional (PRI) es identificado por prácticamente toda la población
(96 por ciento), tiene 31 por ciento de opiniones negativas. Una cifra
considerablemente alta.
Tampoco le va bien al ex gobernador mexiquense en el sondeo entre los
presidentes ejecutivos de empresas (CEO, por sus siglas en inglés) de
las 500 firmas más importantes de México, difundido por CNNExpansión el
10 de enero. De acuerdo con Pulso Expansión 500, tan sólo 16.7
por ciento de los CEO encuestados votarían por Peña si hoy fueran las
elecciones presidenciales; 53.7 por ciento lo harían por Josefina
Vázquez Mota, mientras 3.7 por ciento apoyarían a Andrés Manuel López
Obrador.
Esta tendencia se confirmó en el banquete de Los 300, la reunión anual de la revista Líderes Mexicanos. Orador único en la sesión de la tarde, el abanderado tricolor
improvisó un discurso de casi una hora. El resultado fue fatal. Según
Jorge Volpi, “los rostros de los invitados pasan de la curiosidad al
aburrimiento y de la decepción a la ira (...) Peña no articula una sola
idea original, un solo planteamiento brillante, un solo destello de
lucidez que escape al lugar común. Al final de la comida, las mismas
preguntas flotan entre los comensales. ¿Éste es el joven líder que se
presenta como el renovador del PRI? ¿Éste es el político que encabeza
las encuestas? (Reforma, 8/1/12)”.
Todo comenzó con los libros. Sin mayores quejas de los priístas, Peña
dejó de lado la propuesta elaborada por la Fundación Colosio titulada Programa para México, por un país con rumbo; un diálogo con la sociedad mexicana. En su lugar estableció como eje programático de su campaña el libro México, la gran esperanza: un Estado eficaz para una democracia de resultados.
Como la legislación electoral fija limitaciones al uso de los medios
de comunicación en tiempos oficiales para los partidos que han acordado
candidaturas únicas, el PRI definió una estrategia de campaña organizada
alrededor de presentaciones del libro en todo el país.
El banderazo de salida se dio el 23 de noviembre de 2010. Para evitar
desagradables sorpresas, el libro se presentó por primera ocasión en
una exclusiva reunión con 200 invitados en la Casa del Lago, a la que
hubo ingreso restringido, previa invitación.
El libro es un desigual amasijo de recetas neoliberales
similares a las diseñadas por la tecnocracia zedillista y que han tenido
continuidad (en políticas y en políticos) durante el sexenio panista.
Lo mismo retoma las propuestas de Santiago Levy sobre seguridad social
que propone candados para dar al PRI una mayoría artificial y excluyente
en el Congreso de la Unión.
Un día después del lanzamiento del libro en la Casa del Lago, un panel de comentaristas lo ensalzó y analizó en el programa Es la hora de opinar,
transmitido por Televisa y conducido por Leo Zuckerman. Allí Peña Nieto
reconoció indirectamente que el libro no fue escrito por él, sino por
un grupo de colaboradores, a los que agradeció su trabajo.
Ni soy autor de la propuesta, sí de la idea y del convencimiento..., dijo.
La siguiente estación en la campaña presidencial que no se atreve a
decir su nombre fue la presentación de la obra en la Feria Internacional
del Libro (FIL) de Guadalajara. Allí quedó claro que el peor enemigo de
Peña Nieto es él mismo. Incapaz de mencionar tres títulos que libros
que lo impactaron en su vida, mostró su ignorancia, su falta de sentido
común y su incapacidad para enfrentar la adversidad.
El candidato evidenció tener quijada de vidrio. Para no exponerlo más, la gira nacional de presentaciones de México, la gran esperanza,
fue suspendida. Con ello se canceló la posibilidad de legitimar la
propuesta del mexiquense en una interlocución con empresarios,
universitarios, investigadores y académicos.
El equipo de Peña levantó un cerco para evitar someterlo a preguntas
inadecuadas que lo hicieran resbalar, y lo metió a una dinámica de
activismo sin sustento programático, cuya realización corresponde al
cierre de la campaña electoral, no a su arranque. Se organizaron así
actos masivos al más viejo estilo tricolor, promovidos por sus más allegados en los gobiernos estatales de Hidalgo, Campeche, Yucatán y Chihuahua.
Con poco tino, sus estrategas buscaron repetir en Huejutla lo
realizado por el malogrado candidato Luis Donaldo Colosio en su arranque
de campaña. Peña Nieto llegó cuatro horas tarde al evento y cometió una
nueva pifia. Al concluir, intentó despedirse en náhuatl, pero lo hizo
mal, diciendo tlaxcali miak (muchas tortillas), cuando debió decir tlaskamati miak, que significa: muchas gracias.
El descenso en las intenciones de voto del precandidato tiene que ver
con sus errores, tropiezos y deslices verbales, a raíz de su
participación en la FIL, el mensaje de su hija en Twitter llamando prole
a quienes criticaron a su padre, el desconocimiento del salario mínimo y
del precio de la tortilla, y la confusión en el mitin de Huejutla.
Como parte de una estrategia de contención de daños, intelectuales
afines a Peña Nieto desestiman sus pifias e insisten en que en un país
sin lectores, como México, los libros no votan. Puede que sea cierto
cierto que los libros no votan; sin embargo, a juzgar por la debacle de
la candidatura del mexiquense, los libros rebotan.
Vía, fuente :
http://www.jornada.unam.mx/2012/01/17/opinion/021a2pol
http://www.jornada.unam.mx/2012/01/17/opinion/021a2pol
La imagen no provine de la fuente original
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