Desde Río de Janeiro
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En los últimos días la Policía Federal impidió el paso a por lo menos 200 haitianos que intentaban ingresar en Brasil por la frontera peruana, en la provincia de Acre, en la Amazonia. Y cada día se suman a ellos entre 70 y 80 más, que hicieron un largo, caro y peligroso viaje partiendo de Haití hacia la República Dominicana, luego pasando por Panamá y Perú, para entonces intentar el cruce de la frontera. En Brasil les esperan ofertas seguras de empleo y, por encima de todo, sueño y esperanza. Escapan de un país destrozado, arruinado y miserable.
Hay por lo menos cuatro mil que llegaron y están trabajando. Los que por esos días llegaron a Iñapari, en Perú, a un puente de distancia de Assis Brasil, en Acre, no tuvieron la misma suerte. No podrán entrar hasta que se encuentren alternativas legales para que reciban un visado antes de pasar la frontera. El tiempo es corto: Perú acaba de decidir que exigirá visado de entrada a los haitianos dentro de quince días. Quedarán en un limbo, a la espera de que se decida su destino. Sin dinero, sin asistencia, sin tener dónde alojarse. Cada uno de los que llega a Brasil paga –vaya a saber cómo: la renta media de un haitiano es de dos dólares al día– entre 2600 y 3000 dólares a contrabandistas de gente, disfrazados de agencias de viaje.
Nadie sabe con certeza cómo empezó ese movimiento, pero a estas alturas están en Brasil poco más de cuatro mil haitianos, casi todos trabajando legalmente. La llegada de nuevos grupos constituye un problema jurídico y legal bastante intrincado, ya que, al entrar en territorio brasileño, los haitianos –mal aconsejados por los contrabandistas de gente– piden asilo. Y la verdad es que no son refugiados políticos: son refugiados económicos, refugiados de la desgracia, refugiados de la vida. De tener en cuenta, al pie de la ley y de los acuerdos internacionales, sus pedidos de asilo, Brasil tendría que deportar a todos.
Para lograr el control sobre la llegada de haitianos, el gobierno anunció medidas específicas. Alegando razones humanitarias, decidió extender, a través de la embajada en Puerto Príncipe, cien visados mensuales a haitianos que quieran venir. Serán 1200 anuales, por un período de cinco años. La ley brasileña asegura el mismo derecho a sus padres, esposa e hijos. Aquí encontrarán trabajo en la construcción, en la manutención de carreteras, en obras para el Mundial de 2014, donde sea. Algunos podrán transformarse en profesores de francés.
Al mismo tiempo, declaraciones de funcionarios del gobierno dejan bien claro que existen dos tipos de recepción para los que estén mirando hacia Brasil como una especie de tierra prometida.
Entre enero y septiembre del año pasado fueron expedidas 51.353 autorizaciones para extranjeros trabajar en Brasil. Existe, en sectores del gobierno, la firme intención de impulsar una política amplia, destinada a atraer más y más extranjeros, pero de determinado tipo. Acorde con declaraciones de algunos funcionarios, existe un potencial de hasta 400 mil “inmigrantes calificados” dispuestos a instalarse en Brasil, buscando aquí lo que la crisis económica les tomó en sus países.
Por “inmigrantes calificados” se entiende profesionales con formación universitaria. Es decir, inmigrantes de lujo, de preferencia europeos. Los haitianos, a su vez, son considerados, aunque nadie lo diga, “descalificados”, por tratarse de trabajadores humildes que huyen del hambre, la miseria y la desesperanza.
La Secretaría de Asuntos Estratégicos de la presidencia de la Nación anuncia, con evidente alegría, que está dando los últimos retoques a una nueva política nacional de inmigración, destinada exclusivamente a profesionales extranjeros “altamente calificados”. Cuando esté implantada, esa política dejará claro en que habrá colas y filas para haitianos, alfombra roja para europeos.
Funcionarios de esa secretaría alardean, sin temor, de que Brasil ahora es “una isla de prosperidad” y que existe “mucha gente de buena calidad” que quiere venir. En los últimos cuatro años, mientras España se hunde en un naufragio económico y social, el número de visas de trabajo y residencia concedida a españoles aumentó un 45 por ciento. Las empresas brasileñas los reciben con buenos sueldos y ofertas tentadoras.
Desde 2008, 87 mil españoles fueron beneficiados por la generosidad brasileña. Nadie habla de una “ola de inmigración” española, como se refieren en Brasilia a los cuatro mil haitianos que huyeron de las ruinas en que se transformó su país desde el terremoto de 2010.
Nadie admite, cuando en declaraciones oficiales destacan las “razones humanitarias” y la “generosidad brasileña” en relación con los haitianos, que mucho más generosa es la política que se diseña para la inmigración selectiva. Aquella de los “altamente calificados”.
Vìa, fuente :
http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-185987-2012-01-22.html
En los últimos días la Policía Federal impidió el paso a por lo menos 200 haitianos que intentaban ingresar en Brasil por la frontera peruana, en la provincia de Acre, en la Amazonia. Y cada día se suman a ellos entre 70 y 80 más, que hicieron un largo, caro y peligroso viaje partiendo de Haití hacia la República Dominicana, luego pasando por Panamá y Perú, para entonces intentar el cruce de la frontera. En Brasil les esperan ofertas seguras de empleo y, por encima de todo, sueño y esperanza. Escapan de un país destrozado, arruinado y miserable.
Hay por lo menos cuatro mil que llegaron y están trabajando. Los que por esos días llegaron a Iñapari, en Perú, a un puente de distancia de Assis Brasil, en Acre, no tuvieron la misma suerte. No podrán entrar hasta que se encuentren alternativas legales para que reciban un visado antes de pasar la frontera. El tiempo es corto: Perú acaba de decidir que exigirá visado de entrada a los haitianos dentro de quince días. Quedarán en un limbo, a la espera de que se decida su destino. Sin dinero, sin asistencia, sin tener dónde alojarse. Cada uno de los que llega a Brasil paga –vaya a saber cómo: la renta media de un haitiano es de dos dólares al día– entre 2600 y 3000 dólares a contrabandistas de gente, disfrazados de agencias de viaje.
Nadie sabe con certeza cómo empezó ese movimiento, pero a estas alturas están en Brasil poco más de cuatro mil haitianos, casi todos trabajando legalmente. La llegada de nuevos grupos constituye un problema jurídico y legal bastante intrincado, ya que, al entrar en territorio brasileño, los haitianos –mal aconsejados por los contrabandistas de gente– piden asilo. Y la verdad es que no son refugiados políticos: son refugiados económicos, refugiados de la desgracia, refugiados de la vida. De tener en cuenta, al pie de la ley y de los acuerdos internacionales, sus pedidos de asilo, Brasil tendría que deportar a todos.
Para lograr el control sobre la llegada de haitianos, el gobierno anunció medidas específicas. Alegando razones humanitarias, decidió extender, a través de la embajada en Puerto Príncipe, cien visados mensuales a haitianos que quieran venir. Serán 1200 anuales, por un período de cinco años. La ley brasileña asegura el mismo derecho a sus padres, esposa e hijos. Aquí encontrarán trabajo en la construcción, en la manutención de carreteras, en obras para el Mundial de 2014, donde sea. Algunos podrán transformarse en profesores de francés.
Al mismo tiempo, declaraciones de funcionarios del gobierno dejan bien claro que existen dos tipos de recepción para los que estén mirando hacia Brasil como una especie de tierra prometida.
Entre enero y septiembre del año pasado fueron expedidas 51.353 autorizaciones para extranjeros trabajar en Brasil. Existe, en sectores del gobierno, la firme intención de impulsar una política amplia, destinada a atraer más y más extranjeros, pero de determinado tipo. Acorde con declaraciones de algunos funcionarios, existe un potencial de hasta 400 mil “inmigrantes calificados” dispuestos a instalarse en Brasil, buscando aquí lo que la crisis económica les tomó en sus países.
Por “inmigrantes calificados” se entiende profesionales con formación universitaria. Es decir, inmigrantes de lujo, de preferencia europeos. Los haitianos, a su vez, son considerados, aunque nadie lo diga, “descalificados”, por tratarse de trabajadores humildes que huyen del hambre, la miseria y la desesperanza.
La Secretaría de Asuntos Estratégicos de la presidencia de la Nación anuncia, con evidente alegría, que está dando los últimos retoques a una nueva política nacional de inmigración, destinada exclusivamente a profesionales extranjeros “altamente calificados”. Cuando esté implantada, esa política dejará claro en que habrá colas y filas para haitianos, alfombra roja para europeos.
Funcionarios de esa secretaría alardean, sin temor, de que Brasil ahora es “una isla de prosperidad” y que existe “mucha gente de buena calidad” que quiere venir. En los últimos cuatro años, mientras España se hunde en un naufragio económico y social, el número de visas de trabajo y residencia concedida a españoles aumentó un 45 por ciento. Las empresas brasileñas los reciben con buenos sueldos y ofertas tentadoras.
Desde 2008, 87 mil españoles fueron beneficiados por la generosidad brasileña. Nadie habla de una “ola de inmigración” española, como se refieren en Brasilia a los cuatro mil haitianos que huyeron de las ruinas en que se transformó su país desde el terremoto de 2010.
Nadie admite, cuando en declaraciones oficiales destacan las “razones humanitarias” y la “generosidad brasileña” en relación con los haitianos, que mucho más generosa es la política que se diseña para la inmigración selectiva. Aquella de los “altamente calificados”.
Vìa, fuente :
http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-185987-2012-01-22.html
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