Testimonios sobre la represión de la dictadura en el Hospital Posadas
Corre el mes de noviembre del año
1976. En el Hospital Posadas, ubicado en el barrio de Haedo, Jacobo
Chester está hoy de guardia, cubre este puesto los viernes y los sábados
por la noche. Su mujer, Marta Chester, también es empleada del
hospital, ganó su cargo por concurso. Hace unos días han cambiado las
autoridades, Jacobo y Marta continúan cumpliendo sus funciones.
Algunos meses atrás, un día de otoño,
una enfermera del área de esterilización, Marta Elena Graif, recibe con
sorpresa una notificación; no lo entiende, el telegrama informa que la
pondrán en disponibilidad por problemas de subversión. Mientras acuesta a
sus tres hijos, toma la decisión de aclarar su situación, no sabe de
qué se trata, pero al día siguiente pide a un oficial que la
investiguen. El oficial es nuevo en el hospital, probablemente ha
comenzado a trabajar ahí a pedido del ejército luego de la
intervención…-piensa Marta. “No es necesario, señora.”-. Marta, sin
opciones, deja de asistir a su puesto de trabajo. Corre el mes de mayo
del 76.
Zulema Chester tiene trece años; hoy,
veintiséis de noviembre, se ha acostado temprano, falta poco para las
vacaciones de verano. A Marta Graif algo la mantiene intranquila; hace
unos meses, una compañera le habló de listas que han sido
confeccionadas, “estás abajo, en lápiz…” –, la frase no desaparece de su
cabeza.
Al doctor Nin lo han convocado a una
reunión. Las nuevas autoridades del Hospital, según entiende, van a dar
las nuevas directivas. Al doctor no le parece tan importante asistir,
seguramente es una reunión de personal como cualquier otra -piensa-,
además, hoy ya tiene organizado otro plan con su familia.
Jacobo ve que hombres con borsegos y
fajinas están subiendo a varios compañeros a carros de asalto. Jacobo
regresa a su casa y se lo comenta a Marta. Al rato, decide volver al
Hospital, la pequeña Zulema lo acompaña. Jacobo trata de ponerse en
contacto con las familias de los que se llevaron… Al otro día, Zulema ya
no piensa en las vacaciones; a su corta edad, no tiene la certeza de
que su papá vuelva hoy de trabajar.
El doctor Hugo Nin es jefe del servicio
de anestesiología y reanimación desde el año 72, hoy no ha ido al
hospital, es domingo y, como sabemos, tiene una reunión familiar al
mediodía. En el auto cargó las bicicletas de sus hijos. Decide, al
regresar, pasar un momento por la guardia, quiere ver que tal andan las
cosas… Unos tanques atraviesan la explanada de entrada. Ayer no estaban.
El doctor Nin mira a su mujer, los niños duermen en el asiento de atrás
cansados de jugar. Lo invade una extraña sensación, el operativo parece
importante.
Marta Graif y su familia ya terminaron
de cenar, el día ha sido largo. Marta acuesta a su hijo menor en la
cuna, los otros dos niños se quedaron dormidos hace un rato. Marta está
afiliada al gremio ATE, participa en una comisión de la guardería del
Hospital. Cuando se decide hacer paro, los servicios quedan cubiertos,
así lo determinaron en las asambleas a las que Marta, a veces, asiste.
Al Dr. Nin un oficial le pide que se
identifique y le dice que espere. Ve por su espejo retrovisor que otro
oficial se acerca a su auto con tres soldados armados; ya están más
cerca, el doctor Nin distingue los fusiles. Son las siete de la tarde.
El mes de marzo del año 76 está llegando a su fin.
Ayer, veinticinco de noviembre del 76,
la enfermera Gladys Cuervo fue secuestrada. En una casa de la calle
Gaona al 1900, Jacobo y Marta están inquietos, conocen a Gladys. Zulema
se despierta de golpe, los ruidos en la puerta y las voces fuertes la
sacan de sus sueños. Camina hasta la puerta de su habitación. “-¡¿Dónde
están las armas?!” Zulema, descalza, mira sin entender…
El doctor Nin piensa que en el servicio
de anestesiología las cosas marchan bien, está contento, después de tres
años de funcionamiento de la sala de recuperación, la mortandad post
anestésica llegó a cero.
Marta Graif abre la puerta, varios
hombres vestidos de civil o con fajina, y otros con la cara tapada,
entran a su sala de estar sin identificarse. Los niños duermen, ya han
pasado las once. Le tapan los ojos, la sacan de su casa y la suben a un
auto civil. Después de unos minutos, el auto arranca, dos la acompañan.
Marta está aterrada; al rato, escucha que el motor se detiene, el
silencio le parece asfixiante.
Zulema, con los pies fríos sobre la
baldosa, escucha una voz conocida…Nicastro se llama –piensa. Siempre
circula en un jeep cerca del hospital. La niña tiene buena memoria.
El doctor Nin está en un cuarto de
limpieza del hospital que hace tiempo permanece inutilizado. No le
explicaron nada, lo cachearon y le informaron que estaba detenido. Uno,
que al doctor Nin le parece que es el oficial al mando de los cabos, ha
dicho: “Este individuo es de máxima peligrosidad; si se mueve,
disparen.” El doctor Nin da vueltas y vueltas en el cuartito.
Marta Graif mira hacia el suelo, a pesar
de las vendas ve lo pies, los cuenta. -Son quince en total -piensa-
…hace una hora eran diez-. A Marta Graif le duele todo el cuerpo, ya le
preguntaron varias veces por los subversivos del hospital, no sabe de
qué le hablan. La golpearon por cada vez que no contestó, es decir, por
cada una de las veces que le preguntaron. Ahora está sola -¿Qué querrá
decir erpiana?- Marta Graif escuchó varias veces esa palabra el día de
hoy. Le duelen las manos, el que trabaja de seguridad en el hospital se
las ató con fuerza. Marta le conoce bien la voz, lo saluda cada mañana,
está siempre en la puerta y se llama Argentino Ríos.
Las horas pasaron, ya son las diez de
la noche del veintiocho de marzo y el doctor Nin sigue en el cuartito de
limpieza. El jefe de mantenimiento del hospital se acerca y el doctor
Nin cree necesario decirle que no sabe nada, que no ha visto nada y que
no sabe por qué está ahí. No obtiene respuestas. El doctor Nin recuerda
rumores - la triple A, la triple A…- El doctor Nin decide hacer silencio
y contar los azulejos del cuartito, veinte, veintiuno, veintidós…
Zulema y su madre tienen los ojos vendados. Mientras revuelven la biblioteca, Zulema piensa en la mano del que pregunta constantemente por los panfletos que tiran los monto en la calle. Nunca había visto, a su corta edad, una mano sin anular. Zulema tiene miedo, las golpearon más de una vez. Ya se van a ir, ya se van a ir, ya se van a ir… Zulema intenta desatarse, le vuelven constantemente dos cosas a la cabeza. Las armas y los panfletos… las armas y los panfletos… “A tu papá, lo podés ir a buscar a los zanjones.”
Zulema y su madre tienen los ojos vendados. Mientras revuelven la biblioteca, Zulema piensa en la mano del que pregunta constantemente por los panfletos que tiran los monto en la calle. Nunca había visto, a su corta edad, una mano sin anular. Zulema tiene miedo, las golpearon más de una vez. Ya se van a ir, ya se van a ir, ya se van a ir… Zulema intenta desatarse, le vuelven constantemente dos cosas a la cabeza. Las armas y los panfletos… las armas y los panfletos… “A tu papá, lo podés ir a buscar a los zanjones.”
La familia del doctor Nin aún no pudo
volver a casa. En este momento, están desarmando su auto. Ya llevan casi
dos horas en la explanada de entrada. Uno de los niños se despertó.
Está preocupado por su bicicleta.
¡Somos Dios, disponemos de tu vida y de tu muerte! Marta Graif está aterrada, le hablaron de su familia y los últimos que entraron le dijeron que la iban a terminar poniendo con los cadáveres de la planta baja. Con sus pequeñas manos, una mujer con los ojos vendados, llamada Jacqueline Romano, se tapa los oídos, hoy escuchó gritos aterradores durante toda la tarde.
Son las ocho y media de la mañana, hay
sol y el doctor Nin está saliendo del cuartito que lo albergó toda la
noche. Tiene hambre. La luz le molesta, entorna los ojos al caminar,
unos cabos lo están sacando al patio del hospital. El doctor Nin ve a
las fuerzas militares y de la policía y distingue a varios compañeros
puestos en fila. Al doctor Nin ya no le molesta el sol, mira para arriba
y ve, en las ventanas, que el personal del hospital está asomado, ahora
se los llevan hacia adentro y cierran las cortinas. –Ahí está mi
hermana- piensa.
Zulema está con su mamá en la
comisaría, después de algunas horas un cabo les informó que no les iban a
tomar la denuncia. Deciden ir al hospital, Zulema cree que, quizás,
alguien pueda decirle algo sobre su padre. Nada. Nada de nada. Una
noticia corre de boca en boca; la misma noche, el mismo grupo
parapolicial secuestró a Teresa Cuello.
El marido de Marta Graif está sentado en la comisaría, dejó los niños con sus padres. Espera que lo atiendan mientras se abanica con un papel arrugado y vuelto a alisar, hace un rato no le quisieron tomar la denuncia. Verá si ahora tiene más suerte, piensa en Marta.
Zulema vuelve al hospital y se cruza
con el hombre sin anular, su nombre es Raúl Tévez, le pregunta por su
padre. Nada, otra vez nada, siempre nada, nada de nada…
Un camión celular se detiene en la
calle Moreno esquina Belgrano. El doctor Nin baja escoltado y camina
junto a los compañeros del hospital hasta el tercer piso. Entran a una
celda con rejas y vidrios esmerilados custodiada por oficiales de la
policía. Ve que hay más gente, a muchos los ha visto antes, trabajan en
el Posadas, otros son desconocidos para el doctor Nin. Recorre la celda
con la mirada, también esta Ana…-piensa.
Marta Graif no sabe qué hora es; debe
ser la tarde… – calcula. Escucha que abren la puerta, el que ha entrado
le dice que ha llegado el jefe y que ya no le van a hacer más nada.
Marta piensa que el que le habla es bueno, “…si una lo compara con los
demás, claro.” Le desata las manos y se va, a su lado ha apoyado un
plato de comida.
En la casa de Zulema no hay casi nada,
ollas libros, dinero, ropa…se llevaron casi todo, todo lo imaginable. A
su padre lo han dejado cesante, solo reciben, ahora, el sueldo de
Marta Chester.
Pasaron tres días desde que el doctor
Nin entró a la amplia celda de vidrios esmerilados. La vida en la celda
ya está organizada, turnan las pocas camas para dormir. En ocho metros
por diez, el doctor Nin ya conoce a casi todos. Le dio sus señas a uno
que no es del Posadas, quizás salga y pueda avisar…- piensa el doctor.
Empiezan a llamarlos de a uno, se los llevan encapuchados. El primero
que vuelve, un colega del hospital, trae tranquilidad, lo interrogaron,
pero -
No pasa nada… no pasa nada…- repite.
Marta Graif intenta comer en la
celda. Un ruido fuerte de golpes en la escalera de madera la saca de
sus pensamientos. Entran de golpe, Marta escucha las voces sobresaltada;
no llega a entender muy bien, pero parece que han encontrado a alguien.
Intentan sacarle la venda, Marta se niega, no quiere verlos, piensa que
si los ve, ya no volverá a ver a nadie más.
Con una venda en los ojos, el doctor
Nin sale de la celda, llegó su turno. En la sala parece haber cinco o
seis, el doctor Nin cuenta las voces, uno lleva adelante el
interrogatorio, otro acota, otro susurra. El de los susurros tiene que
ser del hospital –piensa Nin- …las peguntas lo demuestran.
A Marta Graif le quitan la venda. El capitán Torres, jefe de la aeronáutica, está junto a otro hombre vestido de fajina. Marta Graif lo mira, es alto, rubio, tiene ojos claros y es buen mozo. Parece un actor de cine… -piensa. Marta tiene miedo, al menos, ve que está con ella una compañera del hospital que es vecina suya, se llama Marta Ester Cortés.
La esposa del doctor Nin no sabe a
quién más acudir, el habeas corpus no funcionó, hoy fue a cinco
comisarías. La señora Nin está en contacto con los familiares de los
compañeros de su marido que también se han llevado en los camiones.
Cuando se acercó al edificio de la calle Moreno esquina Belgrano le
negaron que su marido estuviese allí.
La madre de Zulema sigue trabajando en
el hospital. Ayer vio que el armario donde su marido guarda algunas
cosas de uso diario está roto y no están sus pertenencias. Ya no ve al
viejo portero. El personal militar ahora cuida las puertas. Tiene miedo,
no se separa casi nunca de su hija. Hoy fueron juntas al hospital e
intentaron hablar con el Coronel Estévez, su mediador se llama Ricci y
es jefe de mantenimiento, a Zulema no le gusta. Nunca les dice nada
sobre su papá.
Ya ha pasado media hora, el doctor Nin
no tiene nombre de guerra, no puede responder a esa pregunta. Los
panfletos y el lugar de impresión es un tema que el doctor Nin
desconoce. Tampoco entiende por qué le preguntan intimidades de un
colega que tiene una relación con una enfermera. Cuando lo devolvieron a
la celda, el doctor Nin se acercó a un grupo que rodeaba, en silencio, a
un compañero; su cara tenía marcas que antes no estaban.
Hay una zona en el hospital a la que
Zulema y Marta Chester no logran nunca acceder. Siempre hay gente
clausurando el paso. A Zulema le parece extraño.
El bueno abre las persianas. Marta
Graif ve que está en el hospital, pero no logra reconocer en qué parte.
Enseguida la bajan junto a su vecina. Camino hacia el dodge 1500 verde,
ven a los militares apostados. Se prende el motor, el que maneja lleva
un fusil. ¿Dónde nos llevan…?
Zulema conoce a Nicastro y a Tévez. Su
madre alguna vez leyó las notas del hospital en las que dice que
ambos cuidan el orden interno. Zulema cree, a su corta edad, que “cuidar
el orden interno” es lo que les permite entrar y salir de donde quieren
y circular con su jeep acompañados de sus armas. “De donde quieren”
significa, también, de quirófanos y terapias.
El doctor Nin cree que ya pasaron seis
o siete días. Transcurren los primeros días de abril. Durante las
últimas horas han liberado a varios compañeros de a pequeños grupos. Por
fin, llaman al doctor Nin; le dicen que debe firmar el libro de actas.
Al salir, ve a su familia que lo espera en la puerta. El doctor Nin
siente, de repente, que una puntada le oprime el pecho.
Ya hicieron infinidad de diligencias
judiciales, en la base aeronáutica del Palomar tampoco, hoy, obtuvieron
resultados. Marta Chester y Zulema están regresando a su casa. No tienen
ganas de cenar. Las luces de los arbolitos de navidad se encienden y se
apagan en las ventanas.
El dodge 1500 estaciona en la puerta de la casa de los suegros de Marta Graif. Se ha detenido antes en la casa de Marta, pero ella no quiso quedarse, solo miró a su alrededor, la heladera y el piano estaban rotos, seguramente no pudieron cargarlos… Marta se acuerda de la casa de su hermana Dora, pobre Dora. Ya han pasado veinte horas desde que la llevaron. La casa esta vacía y las cosas que quedaron, rotas. Marta se baja, “la citarán pronto” –escucha al cerrar la puerta del dodge verde. Están por dar las nueve.
Abril trae nuevas novedades para el
doctor Nin. Hoy fue al hospital y le informaron que tenía la entrada
proscripta. Una joven se incorpora al servicio de voluntarias del
hospital, quizás, de este modo, pueda averiguar algo y esté más cerca de
encontrar a su papá.
Ya ha pasado un mes y medio de las
noches en las que el doctor Nin durmió en la celda de vidrios
esmerilados. Hace unos días recibió una extraña citación. El doctor Nin
está despidiéndose de un tal Di Maio. Acaban de informarle que ha
quedado cesante “por actividades subversivas y disolventes.” El doctor
Nin tiene tres hijos y una joven mujer; hoy se ha quedado sin trabajo.
Zulema y Marta Chester están en la
puerta de un juzgado de Capital, hace unos minutos les entregaron un
papel. El dos de diciembre del 76, en la dársena D, la prefectura sacó
el cuerpo de Jacobo del río de la Plata, no tiene huesos sanos. El
certificado de defunción contiene varias palabras, pero hay dos que
Zulema relee, asfixia y sumersión, asfixia y sumersión… Pidieron ver el
cuerpo, pero se lo negaron. La respuesta fue corta: “No hay cuerpo.”
Marta Graif llegó hace un rato a la
base aeronáutica del Palomar, así lo pedía el papel de la citación. El
capitán Torres le dice que ese no es su verdadero nombre, sino su nombre
de guerra, habla y habla de los libros y los documentos… al final
agrega: “Son gente nuestra que se nos fue de las manos.” A la noche,
Marta piensa en las palabras del capitán mientras mira el reloj, ya son
cerca de las once… -comprueba. Abre la puerta y se va. Espera poder
mudarse pronto, como lo hizo Marta Cortés. Desde mayo que no logra
quedarse en su casa una vez que dan las once.
El día tres de marzo del 77, el doctor
Nin llega al aeropuerto con su familia. Ya lo ha pensado, no quiere que
sus hijos terminen “ni bobos, ni muertos.” Un avión despega con destino
a Barcelona. En un asiento reclinado, el doctor Nin piensa en el doctor
Salas, en Dora Agustín, en el doctor Campos, en Jacobo Chester, en
Jorge Roitman, en la anestesista de la guardia Cristina Amuchastegui… El
doctor Nin recuerda ahora, no sabe por qué, las palabras que le dijo
jocosamente el director del hospital hace un tiempo; era un día de
primavera del año 75, -…sos muy zurdo, vamos a tener que hacer algo con
vos…” El doctor Nin reclina un poco más el asiento y piensa en esas
palabras, nunca antes les había prestado tanta atención.
Juliana Navarro
Vìa:
http://kaosenlared.net/america-latina/item/4198-argentina-horror-en-el-hospital-posadas.html
http://kaosenlared.net/america-latina/item/4198-argentina-horror-en-el-hospital-posadas.html
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