miércoles, 11 de enero de 2012

Argentina : Gauchito Gil, desde la represión al milagro ...Por Claudia Rafael


(APe).- Extraño imán rutero. Desde el asfalto del camino asoman los trozos de tela de rojo intenso enastados en tacuaras dentro y fuera de la ermita. La presencia del santo profano, desconocido y vilipendiado por las estructuras oficiales de la religiosidad católica, es rodeada de la solidaridad de sus profesantes. Rojo y más rojo como el sacrificio y el martirio al que las fuerzas de seguridad lo sometieron aquel 8 de enero de 1878. Había que sancionar la rebeldía y el desprecio por el poder con que se insolentaba Antonio Gil. Por el poder de las instituciones, por el poder de los portadores de riqueza.

Cuentan que una noche de tantas, durante un sueño, se le presentó Ñandeyara y que el dios guaraní le habló de no derramar la sangre de los semejantes. Ñandeyara le habló -como suelen nacer los payés en la cultura guaraní- desde ese vasto territorio de los sueños, para generar conocimiento y acción. Y Antonio Gil –relata la leyenda- respondió: se transformó desde entonces en un desertor. En un vengador de las inequidades de un sistema capaz de robar y repartir entre los desarrapados. Verdades o mitos que luego se le adosaron a su larga trenza de heroicismos, hablan de aquel patrón de estancia que -cuenta el periodista y fotógrafo, Sebastián Hacher- “tenía a sus empleados a pan y agua. Si alguno se iba del trabajo para cazar en los esteros, lo mandaba a azotar o a detener con la policía. Antonio se enteró de la situación por boca de un peón que se había escapado al monte. Se unió a otros gauchos y cayeron sobre la estancia. A punta de pistola, organizaron un festín: asado y vino tinto para toda la peonada. Antonio se encargó de atar al patrón al aljibe, para azotarlo como él hacía con sus trabajadores”. Mítico Robin Hood tan repetido, a veces, entre los vulnerables y vulnerados de la historia elevado a la categoría de leyenda.

Desde la vera de todas las geografías, se rompe con las estructuras oficiales desde la esencia misma de la muerte violenta. Donde “el Rulo” se mató en un accidente sobre la ruta 3 o ahí mismo donde la policía masacró de alegre gatillo a tantos pibes a los que necesitaba imprescindiblemente disciplinar o eliminar.

Es plantar la memoria de prepo y ganar la adhesión mítica y popular incluso ahí donde los desarrapados jamás gozarían de consenso. Ese enemigo interno creado al que se desprecia y se niega, resurge desde la leyenda incuestionada del Gauchito Gil que devolverá deseos y cumplirá promesas.

“Necesito que salves a mi hijo, Gauchito. Que lo alejes de la droga y yo te prometo que me voy a tatuar tu imagen en mi cuerpo”, pide y promete. A sabiendas de que el Estado está y seguirá estando tan ausente como siempre para ella, entonces ya no le queda otra que apelar al mito. Al gaucho santificado de hecho por la gloria de los excluidos que es el único que -siente la mujer- le podría reparar la historia que la institucionalidad le niega volteándole la cara.

Despreciada tantas veces, catalogada de kitsch por las oficialidades (Galeano diría que los nadies no profesan religiones, sino supersticiones), la creencia en la santidad profana y popular divide tajante el mundo en clases sociales. María Rosa Lojo, en “Cuerpos resplandecientes”, habla de la pertenencia indiscutible a las clases populares, a la marginalidad, a la exclusión de toda índole. O, bien y a lo sumo, “porque habiendo nacido en otro estrato social, esos santos pusieron sus vidas y sus bienes al servicio de los necesitados”.

No hay libertad sin angustia, diría el danés Soren Kirkegaard que plantearía en la primera parte del siglo XIX que "la verdad sólo existe para el individuo cuándo él mismo la produce existiendo". Algo más tarde el alemán Nietzche hablaría del mito como condición básica para el florecimiento de cualquier cultura.

Nada sabían Kirkegaard o Nietzche de hombres como el Gauchito Gil. El santito mercedino podría haber integrado -de haber abarcado algo más en el tiempo- la larguísima estadística de la Correpi de víctimas de “la pena de muerte extrajudicial aplicada por verdugo de uniforme”, como llamaba Elías Neuman al gatillo fácil.

Qué diferencia hay, acaso, entre el Gauchito Gil -consuetudinario rebelde ante lo establecido- y el Patom, Jere o el Mono, de Rosario. Cuál, entre el santo de las cintas rojas y Diego Bonefoi, Nicolás Carrasco o Sergio Cárdenas, los jóvenes barilochenses. Cuán distintos fueron de él Mariano Ferreyra, en Barracas; Darío Santillán y Maximiliano Kosteki, en Avellaneda o Cristian Ferreira, en Santiago. La historia, el contexto de país, la lejanía del profundo interior de una patria azotada por la inequidad y la violencia los distancia, los diversifica, cambia sus memorias. Pero unos y otros cayeron hundidos por la bala o -en el caso del Gauchito- por el cuchillo en manos del verdugo uniformado. Sólo con la sangre de un inocente se salvaría a otro inocente, dijo Antonio Gil antes de que la savia roja de su cuerpo empezase a gotear sobre la tierra sin imaginar siquiera que estaba hablando de la entera historia del país.

“Gracias por los favores recibidos”, dice una plaqueta en el monolito de María Soledad, ahí mismo donde dos niños hallaron su cuerpo destrozado. Santos que replican, que multiplican, que crecen en esquinas o calles oscuras. Con o sin santuario, hay alguien, siempre, en algún lugar de la tierra que los evoca y los venera. Que les pide sus favores, allí donde estén, muertos violentamente y por tanto, a ojos de la creencia popular, con cercanía a los cielos.

El mito ofrece una estructura simbólica desde la cual tener a qué aferrarse para enfrentar el horror de lo real. Es estirar la mano y apostar, con una nueva cinta roja, a ese santo que para demasiados es lo único con poder de transformación que queda.

Ya lo cantó alguna vez Teresa, a otro santo: Los que deben responder, están mirando a otro lado. El pueblo muy bien lo sabe, pero se aferra al milagro, en tierra quieren el premio de algún cielo anticipado…buscando amparo en la fe, no conocen otro amparo.

Vìa, fuente :
http://www.pelotadetrapo.org.ar

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