Los virus
generalmente son considerados enemigos de la salud humana, pues las
infecciones que producen pueden provocar enfermedades terribles e
incluso la muerte. Sus efectos pueden ser devastadores, como ha ocurrido
en algunas pandemias que desde épocas remotas han causado importantes
estragos en la población mundial. Pero, paradójicamente, el conocimiento
cada vez más preciso de sus mecanismos de acción, y el desarrollo de la
investigación científica orientada a la modificación de estos agentes,
permiten observarlos ahora no sólo como una amenaza, sino también como
aliados potenciales para enfrentar patologías que, como el cáncer,
constituyen uno de los mayores desafíos para la humanidad.
La historia de esta alianza se remonta al siglo pasado. En 1919
surgieron los primeros reportes con observaciones, hasta cierto punto
accidentales, sobre los efectos de la aplicación de la vacuna contra la
rabia sobre el cáncer uterino. Luego, en 1951, se probó
experimentalmente el virus de la rabia en enfermos con algunos tipos de
melanoma, un cáncer de la piel. Los resultados siempre fueron muy
inciertos, aunque algunos de los cambios observados en los tumores
alentaron siempre a proseguir en esta búsqueda. En esos mismos años se
conocían los efectos de incubar fragmentos de tejido canceroso del
cuello uterino en presencia del virus de la poliomielitis en
preparaciones aisladas (in vitro), en las que se observaba la
multiplicación viral y la afectación de los fragmentos tumorales.
Observaciones como las citadas sugerían que los virus tienen efectos
oncolíticos (destructores de tumores). Los tradicionales enemigos se
convertían ahora en una esperanza.
A partir de entonces se han multiplicado los estudios experimentales
en humanos y los ensayos clínicos para determinar los posibles efectos
de diversos tipos de virus en el combate de los tumores malignos. En una
revisión publicada en 2002, Terry Herminston e Irene Kuhn, dan cuenta
de los enormes avances alcanzados en este campo, pero son muy claros al
señalar que hasta ahora la promesa no se ha cumplido. En algunos casos
(muy pocos) se han producido curas relativamente duraderas
(aproximadamente durante tres años), y para evitar las recaídas se
tienen que aplicar dosis continuas del tratamiento viral, casi siempre
en combinación con métodos convencionales como la quimio y la
radioterapia. Pero, como ocurre casi siempre en la investigación
científica, los éxitos relativos o aun los fracasos no son suficientes
para desalentar la búsqueda. Hay algo ahí. Es claro que los virus tienen
efectos oncolíticos y que potencialmente pueden ser una herramienta muy
importante para combatir el cáncer. Pero, ¿cómo obligarlos a ser
nuestros aliados?
Si bien en los primeros estudios citados se empleaban virus naturales, en la actualidad la estrategia consiste en crear
virus terapéuticamente armados. Los retos son enormes. El primer problema a resolver es la vía de administración, que debe permitir que estos agentes puedan llegar activos a todos los tumores sólidos, lo que resulta indispensable, por ejemplo, en los casos de diseminación del cáncer (metástasis). En segundo lugar, los virus deben reconocer específicamente los tumores y reproducirse sólo en ellos sin afectar el tejido sano. Además del efecto oncolítico propio, estos virus deben estimular una respuesta de rechazo del organismo que se dirija específicamente al sitio en el que se encuentra la infección viral, lo que contribuye a la destrucción del tumor (inmunidad anticáncer). ¿Dónde estamos?
En el número más reciente de la revista inglesa Nature,
Caroline Breitbach y sus colegas de la empresa Jennerex y de las
universidades de Otawa y Pensilvania dan a conocer algunos datos
alentadores –que fueron informados oportunamente en esta sección–, los
cuales ilustran el nivel en que se encuentra actualmente la
investigación en este campo. Empleando la administración intravenosa,
que garantiza el arribo del agente a los tumores en la etapa de
metástasis, introducen en el organismo un virus del tipo Vaccinia
(parecido al que se emplea en la vacunación contra la viruela), con
propiedades oncolíticas, al que denominan JX-594, el cual es previamente
modificado mediante técnicas de ingeniería genética. Esta modificación
consiste en la introducción de genes (transgenes) en su molécula de
ácido desoxirribonucleico (ADN).
Los autores demuestran que el virus JX-594 se reproduce
específicamente en las células cancerosas sin afectar al tejido sano. Lo
anterior lo observan en un ensayo clínico realizado en 23 pacientes con
tumores sólidos resistentes a los tratamientos convencionales. El
trabajo ilustra esta acción selectiva en tumores localizados en el
colon, el recto y en el endometrio (tejido localizado en la cara interna
del útero). Además, los transgenes incorporados en el ADN se expresan y
se amplifican en las células invadidas, lo cual activa factores que
desencadenan la inmunidad anticáncer, lo que favorece la destrucción del
tumor. Los efectos adversos observados en estas pruebas son mínimos, y
consisten principalmente en la aparición de síntomas parecidos a los de
la gripe.
Es muy importante señalar que estos resultados no equivalen aún a la
curación del cáncer. Las pruebas clínicas con esta metodología se
encuentran todavía en etapas muy primarias, pero puede anticiparse que
en esta década se obtendrán respuestas definitivas sobre la utilidad de
los virus en el combate de esta terrible enfermedad.
Fuente, vìa :
http://www.jornada.unam.mx/2011/09/06/opinion/a03a1cie
http://www.jornada.unam.mx/2011/09/06/opinion/a03a1cie
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