Dos estallidos sociales (y políticos) agudizan las metamorfosis de
las manifestaciones en las calles, con visos de revueltas y anuncios de
revoluciones. Uno de ellos, constituido por las crisis económicas en los
diversos capitalismos, cuyas cúpulas financieras y empresariales
practican el capitalismo salvaje con la punta de lanza del
neoliberalismo económico, amparados por los gobernantes que arriesgan a
sus Estados y los arrastran, incluso, al despeñadero de la
ingobernabilidad por el malestar no atendido de sus sociedades. Esta
desazón tiene lugar en Europa (Grecia, Italia, Irlanda, España, Francia,
Portugal). La otra causa es la sorpresiva rebelión, casi revolución, en
Túnez, Egipto, Libia, y Yemen; con síntomas de contagio en China, e
Irán; rebeliones sangrientas en Irak, y Afganistán; choques de las dos
Coreas; y la inestabilidad en las excolonias rusas.
Malos gobiernos políticos y económicos cierran el circuito con el
cansancio de los pueblos frente a sus dictaduras, donde el factor común
de todos ellos es el empobrecimiento masivo, la corrupción de las élites
dirigentes públicas y privadas, la impunidad en la impartición de
justicia y el entramado de leyes cuyas redes capturan a los ciudadanos
para controlarlos. No es el “fantasma” del comunismo el que recorre al
mundo (el inmortal documento de 1848; consultar la edición del historiador marxista, Eric Hobsbawm, El manifiesto comunista, Crítica-Grijalbo, 1998).
Lo que se pasea por el mundo capitalista y los resabios míticos del
socialismo, que sitia a las democracias, monarquías constitucionales,
dinastías tribales, presidencialismos y el resto de los caudillismos, es
la respuesta violenta de los pueblos que soportan toda clase de
explotaciones –no se diga la económica– y, hartos de las vías pacíficas,
caen en cuenta de que en esos callejones cerrados por los
autoritarismos no hay más salidas que las revueltas civiles, antesalas
de revoluciones, para deshacerse de los malos gobernantes.
Y es que como no se van por su propio pie, como el presidente
Felipe Calderón, entonces y por la falta de mecanismos constitucionales
para destituirlos, no hay más opción que echarlos. Deshacerse de ellos o
de él mediante revueltas-revoluciones, como sucede en el mapa de los
árabes y en cuyo impetuoso estallido social debe poner a remojar sus barbas
el panista (cómplice de las alianzas con los chuchos y asesorado por el
expriísta Manuel Camacho Solís, traidor de Andrés Manuel López
Obrador).
Los mexicanos tenemos ya un régimen de más de 10 años, que va para
12, y que con su militarismo Calderón quiere prolongar a 18 años al
imponer su sucesor. Tenemos un mal gobierno, incapaz en políticas
públicas económicas; torpe en su estrategia contra el narcotráfico que
deja al país bañado en sangre y violencia (esto con Televisa y Tv
Azteca con sus programas que promueven más terror) al acrecentar la ya
de por sí atroz barbarie de la inseguridad nacional que provoca la
intervención militar estadunidense (que ya lo hace con sus policías
encubiertos, cónsules y el embajador Anthony Wayne).
Calderón debe poner a remojar sus barbas en el volcán árabe y
no subestimar que el malestar social de la nación se desborda por el
desempleo masivo, los salarios de hambre, alzas de precios privados y de
bienes y servicios públicos. Más la impunidad de los ricos y
multimillonarios, la compra de resoluciones judiciales, los más de 300
mil pesos que cobran sus empleados del primer nivel, el reparto de
bonos, todo en un mar de corrupciones, de beneficios cupulares y
del subconsumo generalizado en una crisis social, económica y política,
donde las élites y sus directores desprecian al pueblo, entretenidos
como están, en la disputa del poder presidencial, no muy lejos del
volcán árabe que ejemplifica con revueltas-revoluciones contra los malos
gobernantes.
*Periodista
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