En el nuevo memorial de Nueva York Foto Reuters
El 12 de septiembre de
2001 amaneció Nueva York abrazada de solidaridad, del heroísmo como acto
normal y de un diálogo lleno de lágrimas, temor y confusión en las
calles, que oscilaba entre la compasión y la furia, pero que se
inclinaba hacia el cariño que brota del dolor colectivo.
Muchos decían que el mundo había cambiado, pero eso implicaba tanto
la promesa de una resurrección de lo mejor de este país como la amenaza
–y gran probabilidad, sólo por estar George W. Bush y Dick Cheney al
mando– de que la tragedia se utilizaría para provocar miles de tragedias
más.Pero poco después oscureció de nuevo. Se intentó suprimir el diálogo, se anuló el debate. Los abrazos y las miradas directas se evitaban entre sí, y los políticos en el poder, con su sueño neoconservador ya elaborado, optaron por sangre, sufrimiento, desgaste y, finalmente, crisis. Con ello, la larga noche del 11-S aún impera en este país 10 años después.
En estos años, desde el 11-S, se reveló la farsa creada por la cúpula política y económica a través del engaño, el cálculo cínico y la avaricia infinita. Tan emborrachados estaban los
maestros del universo, que no sabían que estaban por aplastar su fiesta. La cruda ahora es la peor crisis desde la gran depresión, en la cual 25 millones no tienen empleo o están subempleados, los niños padecen más hambre y son más pobres, y las cárceles están llenas de jóvenes mientras casi ningún ejecutivo financiero que provocó la gran recesión, como resultado de uno de los asaltos más espectaculares a la economía en la historia, está encarcelado.
El escritor iraní-estadunidense Reza Aslan escribió en el suplemento literario de Los Angeles Times: “Decir que los atentados del 11-S ‘cambiaron el mundo’ es sólo verdad en parte. El 11-S, por supuesto, cambió al mundo, sólo que no a Estados Unidos, o por lo menos no de manera positiva… Un conteo incalculable de cuerpos en una década de guerra imposible de ganar, una contienda política narcotizante sobre seguridad nacional, la limitación de libertades civiles a cambio de la ilusión de la seguridad. Para los estadunidenses, éstos son los legados perdurables del 11-S”.
En casi todos los aspectos que importan, el 11-S no cambió nadaen este país, coincide George Packer en la revista The New Yorker. De hecho, al poner toda la atención sobre la nueva guerra contra el terror, aparentemente nadie se fijó en las graves debilidades de la economía estadunidense, argumenta Packer. Y sin liderazgo efectivo todo volvió a ser como antes,
en el que los mismos pocos ganan muchísimo dinero y la misma gente pierde tal vez un poco más.
¿Y quiénes son los
héroesguerreros que son tan elogiados por los políticos de este país? Para cientos de miles de jóvenes en esta década, que cada vez enfrentan menos oportunidades de empleo y educación, el servicio militar es uno de los pocos lugares que ofrecen ambas cosas. Estos jóvenes, de zonas rurales de Carolina del Norte o Michigan, o barrios marginales de las grandes urbes, se alistan a las fuerzas armadas y de repente se encuentran en lugares que jamás imaginaron, con órdenes de matar al
enemigo; en muchos casos, jóvenes como ellos que también se encuentran en situaciones sin salida, con el futuro anulado (y su país invadido, o, como se dice en el discurso oficial,
liberado). Después regresan a casa y, a pesar de que son felicitados por su servicio a la nación y por defender
la libertad, no encuentran empleo, a veces ni casa y menos futuro.
es hora de construir la nación aquí en casa.
Pero a lo largo de esta década oscura hubo brotes brillantes de luz.
Ante la insistencia del gobierno en lanzar la guerra contra Irak se armó lo que algunos veteranos de la lucha social aquí, como el historiador Howard Zinn, consideraron uno de los movimientos antiguerra más grandes en la historia de Estados Unidos, mayor aun en sus dimensiones que el de Vietnam. Por otro lado, la gran movilización de migrantes, donde millones marcharon en las grandes ciudades pero también en pueblos a lo largo y ancho del país, sacudió a las cúpulas política y económica.
También surgió un gran movimiento multicolor, con una participación sin precedente de jóvenes, así como de una amplia gama de sectores sociales –sindicatos, ambientalistas, granjeros, minorías, indígenas y mujeres– que llevó al primer afroestadunidense a la Casa Blanca y que fue celebrado literalmente con bailes en las calles; un movimiento que surgió de la esperanza convocada por la ilusión de un cambio, por fin.
Y apenas en los últimos meses se provocó una crisis política en Wisconsin, cuando maestros y estudiantes, apoyados por granjeros, migrantes y otros trabajadores en el estado y la solidaridad desde varias partes del país y el mundo, ocuparon la capital estatal en defensa de los derechos laborales. Algunos decían que ahí estaba la plaza Tahrir de Estados Unidos, y recibieron mensajes de apoyo desde El Cairo.
Más recientemente, la semana pasada, cientos de estibadores en el estado de Washington invadieron el puerto de Longview, sorprendiendo a guardias de seguridad en medio de una disputa laboral, en la cual los trabajadores cerraron operaciones en cuatro puertos más en la costa oeste.
A la vez, más de 10 mil enfermeras y simpatizantes realizaron acciones en 21 estados en demanda de que se aplique un impuesto a transacciones bursátiles para que Wall Street pague por los daños que causó al resto del país.
Es hora de que los financieros de Wall Street, quienes crearon esta crisis y continúan controlando tanta riqueza de la nación, empiecen a contribuir a reconstruir este país para que el pueblo estadunidense retome su futuro, declaró Rose Ann Demoro, dirigente del sindicato nacional de enfermeras (NNU, con 170 mil agremiados).
Y el mes pasado unos 45 mil telefonistas realizaron una huelga que duró dos semanas, en la costa este del país.
Aquí todavía se espera un (otro) 12-S.
Fuente, vìa :
http://www.jornada.unam.mx/2011/09/12/opinion/034o1mun
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