(apro).- Desde hace casi un siglo, cuando se dio la llamada Guerra
Cristera (1926-1929), México no vivía una etapa de violencia y muerte
como la que vivimos hoy, con 35 mil 500 ejecutados (oficialmente), 3 mil
500 desaparecidos, miles de secuestrados y poblaciones enteras en el
desamparo.
Esto, necesariamente, ha tenido un efecto en la población, que sufre
los estragos de una patología reflejada en una inmovilidad propia de la
depresión.
La guerra declarada por Felipe Calderón al crimen organizado
ha sido un enorme error desde que inició su administración. Esto porque
no ha cumplido ninguna de las metas que prometió, ocasionando la
desilusión entre quienes lo apoyaron, más pobreza en el país y una ola
de violencia y muertes de inocentes, cuyas familias podrían demandarlo
como responsable directo de las fuerzas armadas. Por ello pasará a la
historia del país como el presidente del fracaso y la decepción.
Como jefe máximo del Ejército, Marina y Fuerza Aérea,
Calderón no sólo es el responsable de las muertes de inocentes ocurridas
en esta guerra y a las que eufemísticamente llama “bajas colaterales”,
sino también de los efectos que ha ocasionado en la sociedad.
Recientemente, al ser consultados sobre las secuelas que puede causar
la espiral de violencia y muertes en la sociedad mexicana,
especialistas en tanatología manifestaron su preocupación, porque ya
existen síntomas de patología en ciertas regiones del país donde se ha
roto el tejido social, principalmente en el norte de México, donde las
peleas entre distintos cárteles y los enfrentamientos con policías y
soldados son más frecuentes y violentos. Y es también en esa región
donde se registra el más alto índice de extorsiones y secuestros.
Los miembros del Instituto y la Academia Mexicana de
Tanatología han asistido a miles de familias en sitios donde el
narcotráfico y las propias autoridades han generado miles de muertes,
como Ciudad Juárez, donde –aseguran– por cada muerto hay 200 afectados.
Algunos de estos tanatólogos han trabajado con estas familias para
que perdonen a los responsables y puedan así concluir su duelo. Sin
embargo muchas de estas familias no encuentran la forma de cerrar sus
pesares, porque no existen las condiciones de justicia entre las
instituciones estatales y federales para que investiguen y castiguen a
los responsables. Sin justicia no hay perdón, es la demanda.
Esta situación de muerte y violencia en un corto periodo de tiempo
–8mil 780 ejecuciones con Vicente Fox y 35 mil 500 con Calderón, esto es
43 mil 780 en diez años– ha generado una serie de reacciones en la
sociedad que los tanatólogos y psicólogos sociales describen como una
patología social o también como un duelo patológico. Es decir, como las
expresiones de una enfermedad social, que van desde la tristeza y la
rabia hasta la desilusión, la inmovilidad y la decepción.
Las heridas que causan en la sociedad tanta violencia y muertes
tardarán muchos años en sanar, ya que crean traumas sociales que
requieren de una atención especializada que en México aún no tenemos.
Pero esta situación también está permitiendo el surgimiento de una
cultura permisible al crimen organizado, una sociedad narca en la que
los valores que se exaltan son la violencia, corrupción, complicidad, el
éxito basado en la ilegalidad y la creación de los antihéroes.
Desde que el narcotráfico comenzó a mostrarse con todo su poderío, en
el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, van por lo menos dos
generaciones de jóvenes que se ha formado en un ambiente de crisis
institucional, corrupción, desempleo, falta de oportunidades educativas y
una desilusión en la representatividad popular de partidos y gobierno.
El creciente poderío del crimen organizado ha sido el referente de
éxito para estos millones de jóvenes sin ninguna oportunidad de empleo o
de educación. Es por ello que se observa con mayor claridad que los
sicarios y narcotraficantes son niños y jóvenes atraídos por la fama y
el dinero efímero que produce el negocio ilegal de las drogas, la
extorsión y el secuestro.
“Es preferible vivir bien pocos años que viejo y pobre”, es la idea
que permea entre los jóvenes mexicanos que deciden entrar como pequeñas
piezas de la enorme maquinaria del crimen organizado.
Antropólogos, sociólogos, comunicadores, psicólogos y especialistas
en medicina forense aún no saben cómo clasificar los niveles de
violencia que se viven hoy en México, con casos como el del pozolero,
capaz de desparecer en ácido a 300 personas, o de los sicarios que
ejecutan a decenas como si fuera algo natural, o también aquellos que
mutilan a sus enemigos, decapitándolos o quitándoles la piel de la cara
para exponerlas como un trofeo de terror y miedo.
Lo único claro que tienen los especialistas es que en algunas
comunidades, en ciudades completas, se ha destruido el tejido social, y
repararlo llevará mucho tiempo.
Hasta el momento no se ve la luz o una salida al grave problema del
crimen organizado, porque se trata de un conflicto de alcances
internacionales y con profundos intereses de grupos poderosos en países
como Estados Unidos, como la industria del armamento.
Mientras tanto, en México seguiremos sufriendo esta patología social
creada por una guerra absurda en la que nadie sale ganando y todos
perdemos.
Fuente, vìa :
http://proceso.com.mx/rv/modHome/detalleExclusiva/89012
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