Carta Maior
Traducido por Antoni Jesús Aguiló y revisado por Àlex Tarradellas |

Esta “realidad” es tan evidente que constituye un nuevo sentido común. Y, sin embargo, sólo es real en la medida en que encubre otra realidad de la que el ciudadano común tiene, como mucho, una idea difusa y que reprime para no ser llamado ignorante, antipatriota o incluso loco. Esta otra realidad nos dice lo siguiente. La crisis fue provocada por un sistema financiero desmesurado, desregulado, indignantemente lucrativo y tan poderoso que, cuando explotó y causó un enorme agujero financiero en la economía mundial, logró convencer a los Estados (y, por tanto, a los ciudadanos) de que lo salvaran de la quiebra y le llenaran sus arcas sin pedirle cuentas. De este modo, los Estados, ya endeudados, se endeudaron más, tuvieron que recurrir al sistema financiero que acababan de rescatar y éste, como mientras tanto las reglas del juego no se cambiaron, decidió que sólo prestaría dinero bajo condiciones que le garantizasen fabulosos beneficios hasta la próxima explosión. La preocupación por la deuda es importante, pero si todos son deudores (familias, empresas y Estados) y nadie puede gastar, ¿quién va a producir, crear empleo y devolver la esperanza a las familias?
En este escenario, el futuro inevitable es la recesión, el aumento del desempleo y la miseria de casi todos. La historia de la década de 1930 del siglo XX nos dice que la única solución es la inversión del Estado, la creación de empleo, la presión fiscal sobre lo más ricos y la regulación del sistema financiero. Y hablar del Estado es hablar de conjuntos de Estados, como la Unión Europea y el Mercosur. Sólo así la austeridad será para todos y no sólo para las clases trabajadoras y medias que más dependen de los servicios estatales.
¿Por qué esta solución no parece posible hoy en día? Por una decisión política de quienes controlan el sistema financiero e, indirectamente, los Estados. Esta decisión tiene como objetivo debilitar aún más el Estado, liquidar el Estado del bienestar allí donde todavía existe, desgastar el movimiento obrero hasta el punto de que los trabajadores se vean obligados a aceptar las condiciones de trabajo y la remuneración impuesta unilateralmente por los empleadores. Como el Estado tiende a ser un empleador menos autónomo y como las prestaciones sociales (salud, educación, pensiones, seguridad social) se ejecutan a través de los servicios públicos, el ataque debe centrarse en la función pública y en los que más dependen de ella. Para los que actualmente controlan el sistema financiero es prioritario que los trabajadores dejen de exigir una cuota decente de la renta nacional, y para eso es necesario eliminar todos los derechos conquistados después de la Segunda Guerra Mundial. El objetivo es el de volver a la política de clase pura y dura, es decir, al siglo XIX.
La política de clases conduce inevitablemente a la confrontación social y la violencia. Como bien muestran las recientes elecciones de Estados Unidos, la crisis económica, en lugar de impulsar la disolución de las diferencias ideológicas en el centro político, las agudiza y empuja hacia los extremos. Los políticos de centro (entre los que se incluyen los que se inspiraron en la socialdemocracia europea) serían prudentes si pensaran que en la vigencia del modelo hoy dominante no hay lugar para ellos. Al adoptar este modelo están cometiendo un suicidio.
Tenemos que prepararnos para una profunda reconstitución de las fuerzas políticas, para la reinvención de la movilización social de resistencia, para la proposición de alternativas y, en última instancia, para la reforma política y la refundación democrática del Estado.
Boaventura de Sousa Santos es sociólogo y profesor catedrático de la Facultad de Economía de la Universidad de Coimbra (Portugal).
Fuente: http://www.cartamaior.com.br/
rCR
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