El interés por lo que sucedía en Venezuela me surgió en 2005, cuando el gobierno Chávez, adoptando una visión socialista, suscita las simpatías de buena parte de la izquierda radical. Recuerdo artículos de periódicos filo-marxistas que exaltaban las reformas populares y una charla en un local de Refundación Comunista (heredera leninista del PC de Italia) en la que se hablaba de "revolución" y se prometía la emancipación popular. Fui a Venezuela varias veces entre 2006 y 2014 para comprender lo que sucedía más allá de la retórica ideológicamente alineada a favor o en contra.
Pasada una década de mi primer viaje, en Venezuela se hacen colas para conseguir comida. Los tratamientos médicos sufren una prolongada escasez de fármacos básicos, entre ellos los antibióticos. La electricidad está disponible solo unas pocas horas al día. La tasa de homicidios continúa subiendo y ahora está entre las más altas del mundo. La población está enfurecida. El apoyo electoral dado a Chávez y a sus reformas desde 1998 se ha interrumpido dramáticamente en diciembre de 2014, cuando en las elecciones parlamentarias se ha consolidado el frente opositor (que cuenta con muchos izquierdistas).
Ahora el país está en apuros con un atolladero institucional debido a la cohabitación de un presidente chavista (Nicolás Maduro, sucesor de Chávez, que murió en 2013) y un parlamento en manos de la oposición en un contexto de polarización partidista fortísima, y ahora consolidada más que nunca. En un país en el que mucha gente posee armas, es posible que el conflicto entre chavismo y oposición se transforme cada vez más en enfrentamiento armado con consecuencias imprevisibles. La retórica de la vía sudamericana al socialismo, abierta, pluralista, democrática, experimental ha durado el periodo en el que la renta petrolera la ha hecho posible. El sueño se ha desvanecido en pocos meses cuando el precio del crudo, que constituye el 95 por ciento de las exportaciones venezolanas y que rige buena parte del consumo interno, ha caído de los 100 dólares el barril en junio de 2014 a los 30-60 de los últimos dos años. La altisonante retórica revolucionaria resulta propaganda vacía frente al enésimo desastre del Estado marxista.
La caída del socialismo del siglo XXI en Venezuela tiene sus peculiaridades, pero al mismo tiempo se parece a las quiebras de los regímenes de izquierda del siglo pasado. Merece la pena razonar sobre el porqué de la enésima "revolución" fracasada. La dinámica venezolana se ha deteriorado progresivamente, sobre todo cuando, entre 2005 y 2007, el gobierno decidió acentuar el centralismo, reduciendo la diversificada alianza que apoyaba a Chávez en un partido único: el PSUV (Partido Socialista Unido de Venezuela), teñido de rojo y alineado en una coreografía y en una retórica socialistas.
¿Democracia participativa?
Entre las políticas más interesantes promovidas por Chávez se encuentran las encaminadas a promover la democracia participativa. Los Consejos Comunales (CC) son asambleas de barrio que comprenden, en el contexto urbano, entre 200 y 400 familias que se constituyen en sujeto político. Están previstas formas de coordinación de los CC, denominadas Comunas, que todavía no están en funcionamiento. La constitución de los CC se dejaba a la comunidad; el órgano decisivo supremo era la asamblea ciudadana y la participación en la asamblea era abierta para los residentes mayores de 15 años. Estos órganos han sido insertados en una legalización y una burocratización de la democracia participativa que ha previsto la orientación y la aprobación por parte de las instituciones estatales: se debían grabar las decisiones, codificar las actas de las asambleas, constituir un órgano financiero para recibir los subsidios. Constituidos en 2005, ya en 2009 los CC se habían convertido, de manera cada vez más explícita, en canales para el proselitismo político del PSUV. Progresivamente, la participación ciudadana ha disminuido, mientras que la corrupción y la apropiación personal de los recursos comunitarios han ido aumentando. En mi área de investigación, alrededor de la mitad de los CC estaba paralizada en 2014 por errores de forma o financieros.
La lección es que la democracia participativa, para ser coherente con sus planteamientos, se debe desarrollar fuera de las instituciones políticas. El control estatal sobre la democracia directa quiere decir inhibir la creatividad y la experimentación, sacrificados en aras de la codificación burocrática homogénea; quiere decir transferir la conflictividad partidista al interior de la organización comunitaria; quiere decir predisponer subjetividad política nacida como autónoma a una cooptación clientelar en el sistema de partidos. La mayor parte de los investigadores que se han ocupado del fenómeno reconoce que los movimientos sociales bajo Chávez no han sido reforzados en su independencia sino, por el contrario, embridados, patrocinados y centralizados.
Autogestión o asistencialismo
El incremento de las tensiones comunitarias (hurtos, facciones contrapuestas, competición entre líderes del barrio) es en buena parte debido a la decisión de alargar consistentes subvenciones públicas a los CC, transformando la democracia asamblearia en un simulacro de participación encaminada a conseguir subsidios estatales. Incluso el centenar de empresas expropiadas, las innumerables cooperativas-fantasma, los múltiples movimientos sociales han sido vaciados de contenido, estimulados y controlados a través del dinero público. Para todos estos agentes sociales surgidos de la base, la primera preocupación no era "hacer" sino acreditarse ante el Gobierno para conseguir un trozo de la enorme renta petrolera (las más de las veces a beneficio principalmente del líder de la organización). La sensibilidad popular del chavismo se ha traducido en políticas asistencialistas: comida distribuida a precios ridículos, subsidios a las diferentes categorías en desventaja (a quien consigue hacerse pasar como tal), distribución de bienes entre los electores fieles, lluvia de dinero en época de elecciones. Las clases populares se han beneficiado verdaderamente en términos de capacidad de consumo y de oferta de servicios subsidiados, pero esto más que estimular la autogestión y la autoproducción, las ha inhibido. El estímulo emprendedor ha sido aniquilado por las importaciones de bienes pagados con la renta petrolera, y cedidos según cadenas clientelares. ¿Quién producirá pollos artesanalmente para el mercado si el Estado compra los pollos industriales en Brasil y los distribuye a un precio subvencionado de pocos céntimos? Más que el fatigoso camino de utilizar la renta petrolífera para constituir una autonomía local o nacional (reforzar la generación de electricidad, la fabricación de fármacos, la capacidad de extraer petróleo sin tener que delegar las operaciones a las multinacionales), el PSUV ha preferido el camino de la fácil conquista del consenso cambiando sus hidrocarburos por bienes de consumo para distribuir entre los electores de los barrios pobres.
La lección es que un partido de izquierdas puede comprar el consenso, ganar las elecciones, ceder beneficios a las clases populares; pero esto mina la autonomía política y productiva. Estar de parte del "pueblo" no significa centralizar los recursos para luego distribuirlos estratégicamente con el fin de saciar los deseos hedonistas y después, en periodo electoral, pedir el voto a quienes se han beneficiado. La autogestión es una práctica alternativa al asistencialismo marxista porque se funda en la responsabilidad y la independencia tanto individual como colectiva, sobre un hacer activo en vez de sobre una pasividad inducida. Para los sujetos políticos autónomos, el dinero público es un regalo envenenado que crea dependencia.
La ilusión del líder bueno
A medida que el grado de corrupción y de conservadurismo de los políticos chavistas se ha ido poniendo de manifiesto, los sectores más radicales de las bases, más que criticar la arquitectura estatal, se han reclamado partidarios del presidente. Los militantes de barrio reconocían que la revolución estaba tomando un feo cariz, pero en un contexto en que los resortes del poder eran detentados, tanto a nivel local como nacional, por los dirigentes del partido-gobierno, las esperanzas de un giro revolucionario eran confiadas a una providencial intervención de Chávez. No ocurrió y no habría sucedido incluso aunque Chávez no hubiera muerto.
La idea del líder bueno, cercano al pueblo, garante de la revolución, representante de los intereses de los necesitados, es una ficción recurrente de la tradición marxista. Ha generado la exaltación acrítica de líderes cada vez más momificados y la falta de reconocimiento de la capacidad de autodeterminación de la variedad subjetiva que compone el cuerpo social. El vértice de la cadena de mando, que en el marxismo invariablemente toma la forma del jefe iluminado, santificado, divinizado, es también invariablemente una de las causas de la quiebra del empuje revolucionario más que de su reforzamiento.
Superar la centralización del poder
Valdría la pena razonar con quien todavía propugna perspectivas comunistas sobre los recurrentes fracasos de las revoluciones rojas. Se podría sostener -con razón- que tampoco se ha realizado nunca la ideología anarquista en un contexto de sociedad moderna y compleja. Si hacemos historia, sin duda el anarquismo y el marxismo tienen trayectorias y destinos diferentes.
En la historia europea reciente, los contextos en los que se ha afirmado una práctica libertaria (pienso en la Comuna de París de 1871, y en la España de 1936) ni se han transformado en dictadura ni han explotado internamente sino que han sido reprimidos, como tantas de las innumerables expresiones de sociedad con poder repartido que han caracterizado a la historia de la humanidad. La Historia plantea a los anarquistas la cuestión de cómo defender la praxis libertaria de la represión militar. La Venezuela contemporánea es el enésimo ejemplo de las contradicciones e incoherencias internas del marxismo hecho Estado que valdría la pena evitar en el futuro.
Si los marxistas creen en la igualdad y en la autogestión desde abajo, la Historia nos enseña que este proyecto es incompatible con formas centralizadas de poder y con el ejercicio de la soberanía monopolista institucional, en una palabra, con el Estado. Algunas tendencias del marxismo contemporáneo están tomando conciencia lentamente de la incompatibilidad de los objetivos declarados por el comunismo con los instrumentos clásicos de la izquierda: la vanguardia revolucionaria, la toma del poder, la dictadura del proletariado.
La superación de la voluntad marxista de apoyar la centralización en presidentes, Estados, partidos, permitiría el reconocimiento de algunas afinidades organizativas entre comunistas y anarquistas, en un momento en que parece urgente buscar alianzas realmente consolidadas frente a un bloque de poder estatal-empresarial-financiero que está siendo cada vez más arrogante, opresivo y violento.
Stefano Boni
Publicado en el Periódico Anarquista Tierra y Libertad, Noviembre de 2016
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