domingo, 6 de abril de 2014

Sociedad: El gran engaño planetario del siglo XX... Enrique Calderón Alzati


Entre 1952 y 1990 un tema permanente en las noticias internacionales era la guerra fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética, es decir, entre el comunismo y el capitalismo, al que se le daba el nombre más aceptable de democracia. No era un asunto menor, en virtud de los riesgos de convertirse en una gran conflagración nuclear.
Cincuenta años después del inicio de aquella supuesta guerra, cuyos primeros enfrentamientos se dieron en la península de Corea, la desclasificación de los archivos de la CIA en 2010, de acuerdo con las leyes de Estados Unidos, empezó a dejar al descubierto que esa guerra fría nunca existió como tal, dadas las diferencias económicas reales entre los dos países, indicando que todo ello fue sólo un mito creado por la administración del presidente Eisenhower y su secretario John Foster Dulles, con el propósito de dominar al mundo.
Para entender el problema es necesario regresar unos años atrás, a los tiempos en que la Segunda Guerra estaba en su apogeo, con ventaja para los ejércitos nazis, que en semanas habían doblegado a toda Europa y se preparaban para atacar a la Unión Soviética. Unos meses después, las cosas se complicaron con el ataque japonés a Pearl Harbor y la entrada de los estadunidenses a la guerra, extendiendo el conflicto a todo el continente asiático y el norte de África.
A la par del conflicto bélico se daba otro de carácter ideológico y propagandístico por alinear al resto del mundo de un lado o del otro. Para el presidente Franklin Roosevelt resultaba vital que el conflicto quedase definido como uno entre las fuerzas de la democracia y la libertad y otro representado por los regímenes fascistas y autoritarios de Alemania, Italia y Japón.
Pero Roosevelt enfrentaba un problema serio, en razón de que los países europeos –especialmente Inglaterra– mantenían regímenes coloniales y racistas tanto en África como en India y el sudeste de Asia, mientras el gobierno soviético de Stalin tampoco tenía una imagen democrática. Aun el mismo Estados Unidos, que aparecía entonces como el país más limpio entre los aliados, tenía también posiciones extraterritoriales y apoyaba gobiernos antidemocráticos en Centroamérica. Para enfrentar estos problemas, Roosevelt planteó la creación de un organismo internacional en el que estarían representados todos los pueblos de la Tierra con calidad de naciones soberanas, dando fin al colonialismo.
El proyecto fue aceptado sin reticencias por Stalin, que veía en Estados Unidos el apoyo necesario para derrotar a los nazis, no así por los ingleses, que veían con temor la pérdida de sus colonias. Cuando la guerra terminó, estadunidenses, ingleses y soviéticos parecían ser los triunfadores absolutos, aunque la realidad era distinta. Para los ingleses como para los soviéticos su triunfo era más bien simbólico, ya que su capacidad económica y productiva había sido destruida, igual que la de Alemania y Japón, mientras la industria de Estados Unidos estaba intacta y había crecido aceleradamente para proporcionar los suministros requeridos por sus aliados, quienes tenían entonces enormes deudas con este país.
Por su parte, los ingleses contaban con el apoyo de Australia, Nueva Zelanda y Canadá para su recuperación, mientras los soviéticos habían cometido un error mayúsculo al ocupar los países de Europa del Este, igualmente destruidos por la guerra, como Polonia, Hungría, Bulgaria y Checoslovaquia, haciéndose de hecho responsables de su reconstrucción, lo cual sólo los llevó a incrementar la magnitud de sus problemas internos al tener que financiar su recuperación y la de las regiones ocupadas por ellos.
De esta manera, al despejarse el panorama, luego del fin de la guerra, el mundo estaba dividido, en términos geopolíticos, en tres grandes grupos de naciones: uno constituido por los países de Europa occidental, sus colonias en Asia, África y Oceanía, así como por Estados Unidos y Canadá con enormes recursos económicos; el segundo estaba formado por los llamados países comunistas, que incluían a la Unión Soviética, China y las naciones de Europa del Este, devastadas por la guerra, y la ocupación militar japonesa en un caso y alemana en la otra. El tercer grupo de naciones estaba formado por Latinoamérica y algunos países de Asia y África que habían recuperado su independencia y que en términos generales estábamos sumidos en la pobreza y el subdesarrollo, y nos reconocíamos como el tercer mundo.
La diferencia en las condiciones económicas entre los bloques capitalista y comunista resultaba abismal, lo cual lleva a pensar que para estos últimos una nueva guerra carecía de sentido, con independencia de las armas que tuviesen; de hecho, hoy se sabe que en esos años la Unión Soviética buscaba, con insistencia, créditos de Estados Unidos para financiar su recuperación y la de sus países satélites, los cuales, desde luego, nunca lograron obtener.
El cambio de política de los estadunidenses con su antiguo aliado se debió básicamente a la muerte de Roosevelt, y con ello la de sus ideas de crear un nuevo orden mundial, en el que las antiguas colonias europeas fuesen reconocidas como naciones soberanas con plenos derechos. Los hombres que le sucedieron en el gobierno de Estados Unidos a partir de 1952 tenían una visión diferente, la de un planeta dominado por sus intereses, conformando un nuevo imperio económico.
En aquellos años, y como consecuencia de las expectativas de libertad y soberanía, generadas en varios países del tercer mundo surgieron algunos movimientos nacionalistas de independización política y económica que de inmediato fueron estigmatizados como comunistas para dar credibilidad al mito estadunidense de una supuesta defensa de la libertad en su lucha contra el espectro del comunismo; tales fueron los casos de India, Irán e Indonesia en Asia, el Congo Belga en África y Guatemala en Centroamérica, mientras en los países de Europa del Este la CIA buscaba subvertir el orden establecido, creando problemas que generaban reacciones autoritarias y violentas en el bloque comunista, fortaleciendo así la idea del conflicto imaginario creada por Estados Unidos.
Fue así como con este mito, este país fue desplazando a los ingleses, franceses y holandeses de sus colonias para establecer un nuevo modelo de imperialismo económico en un número creciente de naciones, hasta llegar al escenario actual, de un planeta cuyo destino, valores y sistema de justicia están controlados y puestos al servicio del dinero y de sus dueños, con altos riesgos para la humanidad en su conjunto.
Mucha de la información que aquí se presenta se encuentra en el libro Two Brothers: John Foster Dulles y Allen Dulles and Their Secret World War escrito por el investigador estadunidense Stephen Kinder, que explica de algún modo el contexto en el que hemos estado viviendo. (Continuará).

vía:
 http://www.jornada.unam.mx/2014/04/05/opinion/018a1pol

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