Las recientes revelaciones de WikiLeaks respecto a dos de los
candidatos de la última elección presidencial chilena sin duda que
generó una situación muy delicada. Es muy decidor que aunque sea de
manera privada y supuestamente confidencial, el embajador de una
potencia dude de la honestidad de uno y de la seriedad del otro.
Pero, quizás lo más preocupante en esta situación es que no hay nada
nuevo en estas revelaciones, todos los chilenos manejábamos esa
información, pese a lo cual una gran mayoría, más del 65%, votamos por
dichos candidatos.
Algo similar, aunque en una dimensión ética totalmente distinta,
ocurrió con las atrocidades que se cometieron durante la dictadura.
Todos los que en esa época teníamos uso de razón sabíamos lo que
sucedía. Sin embargo, la mayoría callamos por temor o por simple acuerdo
con esa horripilante situación.
Incluso hoy (en aras de la convivencia política y social, o del
interés superior del Estado) todos fingimos creer las justificaciones,
en el sentido que ignoraban lo que ocurría, de quienes apoyaron dicho
régimen y aceptamos esa pueril justificación. No debemos olvidar que,
pese a toda la información que poseíamos, el 44.0% de los chilenos
votamos por la continuidad de la dictadura.
Este cinismo político, característico de nuestra sociedad, se
extiende a todo el ámbito social, y, por supuesto, al urbano.
¿Sabía usted que en Chile hay casi tantos abortos como nacimientos?
(sin embargo, nos negamos siquiera a discutir el tema) ¿Sabía usted que
en Santiago preferimos gastar en seguridad y seguir segregando (no
aceptamos mezclarnos social y espacialmente)?; en Santiago, preferimos
usar el automóvil, pese a que congestiona y hace demorar más a los otros
y a nosotros mismos (todos lo sabemos, pero nuestra reacción frente a
los problemas del transporte público es comprar más automóviles); en
Santiago, algunos emprendimientos inmobiliarios venden la idea de la
vida de barrio, para lo cual construyen horrorosos edificios,
destruyendo para ello la vida de barrio que se dice vender; en nuestras
calles se compran productos de dudosa procedencia, fomentando de esta
manera la delincuencia (de la cual nos quejamos profusamente); todos los
santiaguinos sabemos que al abusivo y amenazante cuidador de
automóviles le pagamos, obligados, no para que nos lo cuide, sino para
que no dañe o robe el automóvil; la creciente demanda por drogas provoca
un deterioro social y espacial profundo en los sectores urbanos donde
habitan los más pobres, sin embargo, nos negamos a tratar el tema (el
consumo y el microtráfico) en su real dimensión política.
Tal como lo hemos manifestado innumerables veces en estos
comentarios, la ciudad es el reflejo espacial de nuestra sociedad. En
los casos señalados, es el reflejo del cinismo y de la exclusión social
de nuestra sociedad.
Fuente, vìa :
http://radio.uchile.cl/columnas/100615/
No hay comentarios:
Publicar un comentario