El
gobierno y las organizaciones campesinas afines al gobierno han
consumado el nuevo etnocidio y la desaparición de la consulta con
consentimiento, libre, previa e informada. De acuerdo al artículo 11 de
su ley de consulta se establece que el Estado, es decir, el gobierno,
decidirá que se consulta y que no. Esto debido a la extensión inaudita,
no constitucional, de las competencias privativas del Estado. Mediante
la ley de consulta gubernamental desaparece los derechos de las naciones
y pueblos indígenas, consagrados en la Constitución, sobre todo lo que
respecta a u derecho a ser consultados en temas administrativos y
medidas estatales que afecten a su vida y sobrevivencia. El gobierno ha
vuelto a ratificar por enésima vez su apego al modelo colonial
extractivista del capitalismo dependiente. Con esto, también ratifica la
continuidad del gobierno progresista en la ruta iniciada por los
conquistadores, los colonizadores, la sociedad colonial, la sociedad
poscolonial, empero conformada como colonialidad, en los periodos
republicanos. Desde esta perspectiva, es un gobierno más en la historia
de los gobiernos extractivistas y de Estado rentista.
Sin mayor
desparpajo las organizaciones afines al gobierno aprobaron la ley
gubernamental de consulta, que de consulta, en el sentido de los
convenios internacionales, en el sentido de la Constitución, es decir,
en el sentido de la estructura conceptual y normativa de la consulta
previa, no tiene nada o, si se quiere, se ponen enunciados, para parecer
que se vinculan a la Constitución; empero, operativamente, en los
artículos efectivos, destruye los derechos de los pueblos indígenas y
evapora la consulta. Ya no sorprende nada de lo que haga el gobierno;
está embarcado en una nueva versión de desarrollismo, asentado en la
vieja versión del extractivismo. Tampoco sorprende lo que decidan las
organizaciones campesinas; estas organizaciones renunciaron a la reforma
agraria, dejando ser movimiento campesino, para embarcarse en proyectos
empresariales. Lo que es digno de atención es la psicología de los
personajes que proponen y aprueban semejantes leyes. Lo hacen a nombre
del “proceso de cambio” y de la Constitución, peor aún, lo hacen a
nombre de sus víctimas, los pueblos indígenas. Sergio Almaraz Paz
escribió sobre la psicología de la vieja oligarquía, también lo hizo
sobre la psicología de la que llamó, para su tiempo, psicología de la
nueva oligarquía, así como lo hizo en réquiem para una republica, en el
capítulo sobre el tiempo de las cosas pequeñas, sobre la psicología de
los nacionalistas de MNR, en el gobierno de los últimos años del periodo
revolucionario (1954-1964). Ahora tendríamos que escribir sobre la
psicología del nuevo populismo con pretendido rostro indígena.
Partamos
de una matriz; todos los que actúan desde la demostración desesperada
de autoritarismo, esa figura prepotente, que expresa el sentimiento
exacerbado de estar sobre los demás, repiten un rasgo ancestral, la
conducta del amo, del patrón. Parece que esta matriz psicológica es
perdurable y reiterativa, aunque muta y se transfigura, su marca inicial
reaparece como herencia. Llamemos a este itinerario el deseo de ser
amo, y cuando llega la oportunidad, serlo de una manera desmesurada,
demostrativa, para que no quepa duda. El aditamento de los amos y
patrones, que vienen del lado de la “izquierda”, es que creen que tienen
el derecho y la obligación de usar la dominación descomunal, pues lo
hacen a nombre de los explotados, de los desdichados de la tierra y de
la “revolución”. Sienten que están investidos por la historia, que son
los protagonistas de la historia; entonces cualquier error es
perdonable, pues responden a tareas trascendentales. Este sentimiento de
grandeza, quizás no lo hayan experimentado, por lo menos plenamente,
los amos y patrones tradicionales. Sin embargo, todo esto no es más que
imaginario. No hay grandezas en la historia, ni orígenes puros; no hay
tareas trascendentales. Todo es producto u ocasión del juego del azar y
la necesidad. La procacidad del poder radica en la oportunidad de
usarlo, la oportunidad de dominar, aprovechando el monopolio de la
violencia y el control de las fuerzas institucionales. No hay pues
nobleza ni legitimidad en los poderosos, estas son figuras con las que
se invisten, los que acceden al poder, para justificar sus fechorías.
Teniendo
en cuenta la historia política, no deberíamos sorprendernos de los
perfiles estrambóticos de los gobernantes de los gobiernos progresistas.
La trama se repite, sólo que con otras figuras, con otras personas, en
otros contextos, bajo otros discursos y en otros tiempos. Lo que
sorprende es que la gente deposite sus esperanzas y expectativas en
estos gobiernos y en estas personas, como si no le quedara otra cosa,
como si se apegara a una ilusión milenarista. Esta es una conducta que
manifiesta la dependencia de la gente, su subordinación al poder, a la
figura demandada del patriarca. Es una señal que la gente no cree en sí
misma, que no sabe de su propia potencia, de su capacidad
auto-determinante y auto-gestionaria. No sabe que el secreto de los
patriarcas, de los amos, de los patrones, de los gobernantes, se
encuentra en la potencia social, que es capturada, retenida,
coaccionada, usada para beneplácito de egos inflamados. En gran parte,
la persistencia anacrónica de los caudillos se debe a la complicidad de
la gente, que se inclina por el deseo del amo, se inclina por la
subordinación, por la dependencia, construyendo imaginarios y mitos,
como los del caudillo.
Salgamos de la tesis de la conspiración,
dejemos de encontrar culpables. Estos personajes dramáticos y patéticos,
que son los caudillos, no son culpables, son síntomas de de la
hipertrofia institucional, de la desmesura del poder, que captura
fuerzas y potencias, aniquilándolas. Estas criaturas insólitas, que son
los caudillos, son también efectos incontrolables del funcionamiento
maquinizado del poder. El problema radica en lo que hace la gente con la
potencia social que contiene. Debido a la historia de su constitución
subjetiva, haber sido inoculado por la formación legitimadora del poder,
por encontrarse imbuido por el fetichismo institucional, el fetichismo
del Estado, además del fetichismo de la mercancía, la gente no puede ver
que el secreto del poder se encuentra en ella, en el pueblo, en la
multitud, en la sociedad, que transfiere su potencia al grupo paranoico
de gobernantes y al conjunto histriónico de representantes. El problema
radica, dicho en términos hegelianos, aunque no adecuados, menos
correctos, pero, por lo menos ilustrativos, en la “consciencia” esclava.
La
pregunta es: ¿Por qué la sociedad no puede auto-determinarse y
auto-gestionarse, cuando precisamente estas son sus capacidades y
facultades? Hay una larga historia de dominaciones inscritas en la
superficie del cuerpo, sumidas en el espesor del cuerpo y cristalizada
en los huesos. Es difícil liberarse de esta constitución labrada, de
esta subjetividad subordinada y dependiente, de esta transferencia de la
potencia social para sobrevenir genealogía de las dominaciones. No
solamente se trata de costumbres, habitus, esquemas de comportamientos y
conductas, sino de percepciones sociales del mundo institucionalizadas;
es decir, se trata de la producción de “realidad”. La gente ha sido
convencida que no hay otra “realidad”, sino ésta, la que padecemos, la
“realidad”del sometimiento, de la subordinación; ha sido convencida de
que si se dan movimientos anti-sistémicos, el desenlace no puede ser
otro que el uso del poder y del Estado. El problema radica, como diría
Merleau-Ponty, en la fenomenología de la percepción. En la fenomenología
de la percepción interviene el cuerpo, pero también la imaginación y la
razón, así como el ámbito de relaciones sociales; por lo tanto,
intervienen las instituciones. La percepción “produce”, por así decirlo,
figuras, cargadas de sensaciones, sonidos, gustos, ritmos y
experiencias, que toma como mundo. Entre todo lo que “produce” la
percepción, también produce fantasmas, espectros, “cosas”. El problema
se encuentra en la modelación hecha por las instituciones, en el
“trabajo” institucional desplegado en los cuerpos. En las técnicas de
poder, que han hurgado y manejado los cuerpos, induciendo
comportamientos. La clave de las dominaciones se encuentra en toda la
tecnología incorporada en el cuerpo; tecnología cuya materia de
aplicación es la vida desplegada en los cuerpos, usando esta energía de
una cierta manera, en el sentido de la reproducción estatal. El tema es
este biopoder constituido, tanto en nuestros cuerpos como en sus
entornos; biopoder activado mientras vivimos.
Claro que hay
resistencias, el cuerpo resiste, el biopoder no consigue exactamente lo
que persigue, se dan lugar desviaciones. A partir de la experiencia de
los cuerpos, en el torbellino de sus relaciones, en tanto despliegue de
energía vital, emerge la biopolítica, no solo como espesor de
resistencias, sino, sobre todo, como capacidad creativa innata. Se dan
líneas de fuga, creación de espacio-tiempos no controlados por el
bio-poder. El devenir de las subjetividades se mueve entre la
biopolítica, que es la matriz productiva, producente y creativa, y el
bio-poder, que es como la tecnología que atrapa y atraviesa los cuerpos.
Ahora
bien, no es posible considerar el cuerpo como una unidad integrada,
unidad de la que se tiene “consciencia” y control. Lo que llamamos
“sujeto”, que, mas bien, tendríamos que concebir como devenir subjetivo,
complexión que se vincula con el cuerpo a través de las sensaciones,
que deriva en experiencia y memoria, no es más que una instancia de la
complejidad corporal. Gran parte del cuerpo funciona sin que se entere
para nada este “sujeto”. El cuerpo es, en cierto sentido, independiente
del “sujeto”, aunque el “sujeto” es completamente dependiente del
cuerpo. El cuerpo pertenece, forma parte, del nicho ecológico, de la
ecología; sobre todo forma parte, pertenece, al genoma, que es la
memoria de la vida, que primordialmente es virtual, en tanto programa,
sostenido por la actividad molecular. Ciertamente el cuerpo contiene a
los genes que lo constituyen; empero, el genoma trasciende el cuerpo. Se
puede pensar que el cuerpo es manifestación material del genoma. El
devenir subjetividad acontece como experiencia corporal. Desde esta
perspectiva, no se puede sostener que el “sujeto” controla estos
“universos”; está muy lejos de hacerlo. Mas bien, el devenir
subjetividad aparece como singularidad de semejantes acontecimientos. Es
una ilusión humana haberse creído el centro o el telos de todo; es una
ilusión humana el creer que el ser humano domina lo que nombra como
naturaleza. Su conocimiento y ciencia no son otra cosa que evolución de
sistemas de información de los organismos vivos, sistemas de información
que requiere para la sobrevivencia.
Por lo tanto, la
biopolítica, si bien es la matriz para comprender el devenir poder, no
es tampoco lo último, la raíz. La biopolítica forma parte de las
capacidades, las facultades creativas, las actividades inventivas, de la
humanidad; a su vez, entonces, la biopolítica, se remite al
acontecimiento de la vida, acontecimiento del que forma parte la
biopolítica, en tanto vida humana. Sin embargo, en comparación con la
inmensidad del acontecimiento de la vida, la biopolítica es particular;
el acontecimiento de la vida de ninguna manera se circunscribe en la
experiencia biopolítica; es más, la desborda abismalmente. De todas
maneras, el vincularnos, por medio de nuestro cuerpo, al acontecimiento
de la vida, manifiesta notoriamente nuestra relatividad. De todo esto,
de ninguna manera, se puede deducir, que el ser humano es primordial en
el devenir múltiple de la vida. Somos no sólo una especie entre muchas,
sino una singularidad en el acontecimiento de la vida, que comprende
multiplicidad de singularidades.
En lo que respecta a la
capacidad de autodeterminación y autogestión no es que esta capacidad
no se dé, no se manifieste; esto ocurre, pues no se podría explicar la
capacidad de resistencia, la capacidad de lucha, la capacidad de
transformación, la capacidad de invención, que despliegan las
sociedades. Lo que pasa que estas capacidades no se realizan plenamente,
quedan inhibidas, cohibidas, detenidas en el desenvolvimiento de su
potencia. Las tecnologías del poder, incrustadas en el cuerpo, terminan
transfiriendo la potencia hacia la captura institucional, usando esta
potencia en el sentido de la reproducción institucional. Se puede decir
entonces, que el cuerpo es el espesor donde se da lugar el conflicto,
entre la potencia y la modelación del poder. El cuerpo es un verdadero
campo de batalla.
Esta batalla entre potencia y poder se traslada
a los espacios tiempos de la interacción social, se traslada al campo
social. Es allí donde se pugna, donde las fuerzas entran en colisión,
donde las tendencias buscan incidir en las formas de reproducción
social, donde un conjunto de fuerzas tienden a mantener el orden, el
statu quo, la institucionalidad vigente y consolidada, y otros conjuntos
de fuerza tienden, más bien, persiguen transformar la cartografía y la
composición del campo social. Las tendencias radicales buscan demoler el
orden y emancipar la potencia social. Las historias de las sociedades
están plagadas de estas luchas. Hoy asistimos a un conflicto político,
social, ecológico, económico, cultural. El antagonismo se ha definido
como defensa de la vida contra un modo de producción depredador por
excelencia, contra un sistema-mundo que ha convertido al mundo en
materia de explotación, contra el despojamiento y desposesión de los
recursos naturales. Del conjunto de movimientos anti-sistémicos,
sociales, políticos, ecológicos, de-coloniales, anti-capitalistas,
sobresalen los movimientos indígenas, que integran las confrontaciones,
las luchas del presente, integrando, sobre la matriz anticolonial y
descolonizadora, la lucha anticapitalista, contra la modernidad
homogeneizadora y excluyente, contra la ilusión de desarrollo. Desde
esta perspectiva, la defensa de la consulta con consentimiento, previa,
libre e informada, forma parte de un conjunto de condiciones de
posibilidad histórica, encaminadas a hacer posible otros mundos, de
realizar efectivamente la descolonización, la emancipación social del
capitalismo, de liberar la potencia social. Las naciones y pueblos
indígenas comprenden que la consulta está articulada a la autonomía, al
autogobierno, a la libre determinación.
En contraste, es no
solamente mezquino el planteamiento del gobierno progresista, sino
reaccionario, pues se coloca como barrera en las luchas emancipatorias y
libertarias. Su ley de consulta no engaña a nadie, salvo a los
convencidos partidarios oficialistas. La ley del gobierno es un
dispositivo para desarmar la Constitución, los derechos de las naciones y
pueblos indígenas, la posibilidad latente de una transformación
estructural e institucional, encaminada a la descolonización y abolir el
extractivismo. La tarea consecuente es denunciar esta ley etnocida,
delatar su inconstitucionalidad, re-articular las fuerzas del bloque
popular, orientando su movilización hacia la reconducción del proceso.
Vía:
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=177953