domingo, 4 de julio de 2010

COSTA RICA : Crónica de una Invasión anunciada el Congreso, gracias a la Liberación + los Libertarios aprobó el arribo a Costa Rica de 48 naves de guerra artilladas, helicópteros y 7,000 marines del Ejército Genocida de los Estados Unidos Alfonso J. Palacios Echeverría

Una noticia sacudió hoy los medios de prensa nacional, y ha causado una ola de indignación general. Pero era de esperarse algo así de un gobierno que ya empezó mal, metiendo las patas, al mejor estilo de los Arias, y de quien se autodenominó su heredero natural.  Recuerden la intención de subirse a sí mismos el sueldo en casi un 100% de los diputados, iniciativa de Liberación y Libertarios como primera propuesta al iniciar sus gestiones, mientras iniciativas importantísimas hacen fila en la Asamblea Legislativa, durmiendo el sueño de los justos.
Nos señalan los medios de prensa que con el voto de las fracciones del Partido Liberación Nacional, el Movimiento Libertario y uno de los “panderetas” (en el peor sentido peyorativo)   
el Congreso aprobó la solicitud de permiso para el arribo a costas costarricenses de
48 naves de guerra artilladas, helicópteros y otros equipos militares, así como el arribo de hasta 7.000 "marines" del ejército de los Estados Unidos de América.
El permiso aprobado por la coalición gobiernista de facto y su monaguillo no establecen ninguna gradualidad en la presencia de esta enorme fuerza militar, que según los objetivos declarados vendría a reforzar la lucha contra el narcotráfico, por lo que parte o la totalidad de la misma podría ingresar al país de una sola vez.

Además, los soldados podrán recorrer con sus armas el territorio nacional sin ninguna limitación, y no estarán sometidos a la ley penal costarricense, por lo que -si cometieran delitos- no podrían ser detenidos ni juzgados y sus actos quedarían impunes.
¿Qué le parece? ¿De realismo mágico, verdad?
Pero no se podía esperar menos de un partido político que entregó el país a los intereses económicos norteamericanos y las grandes transnacionales gringas y europeas en el gobierno anterior. Se ha alineado con Colombia y Panamá en su entreguismo hacia el Imperio, y todo está hecho legalmente, siguiendo los trámites. Pero en este caso: “de madrugón”, al mejor estilo liberacionista.
Dos reflexiones debo efectuar sobre este tema.
La primera tiene que ver con el hecho comprobado de que los ejércitos jamás han controlado el narcotráfico, para ello tenemos los ejemplos de México, Colombia, y los mismos Estados Unidos de Norteamérica. Así que, a no ser que existan otras intenciones ocultas, los resultados serán magros y muy temporales, pues es de todos conocido que los narcos que han estado utilizando el territorio nacional como bodega de enormes alijos, y nuestro desamparo territorial como el mejor medio para el tránsito de cargamentos que se dirigen hacia Europa y los Estados Unidos, lo que harán serán desviar temporalmente sus rutas, como lo han hecho en el pasado y en otros países. 
Y ello lo saben bien los actuales gobernantes, pues no creo que sean tan ignorantes.  Además, con las  o­nce bases militares instaladas y por terminar de instalar en Panamá - dizque con las mismas intenciones -  a espaldas del pueblo y en contra de la constitución de ese país, ¿no les es suficiente? Algo huele feo en esta situación.
La segunda tiene que ver con la política exterior del gobierno norteamericano. Y para comenzar me remonto hasta el 27 de Abril de 1983, cuando Ronald Reagan, en un discurso ante una sesión conjunta del Congreso y el Senado de esa  nación, titulado “América central: defendiendo nuestros intereses vitales”, señaló lo siguiente: “los problemas de América central afectan directamente la seguridad y el bienestar en nuestro propio pueblo. Y América central está mucho más cerca de los Estados unidos que muchos de los lugares problemáticos del mundo que nos interesan…. El Salvador está más próximo a Texas que Texas respecto de Massachusetts, Nicaragua está tan próxima a Miami, San Antonio, San Diego y Tucson como estas ciudades lo  están a Washington…”
Y desde hace 27 años esta visión no ha cambiado, ni con Clinton, ni con Bush, ni con Obama.
A las cúpulas de Washington les cuesta enormemente admitir la derrota diplomática ni la idea de que se está erosionando su poder en el mundo, y aunque es esencial que cada nación importante evalúe periódicamente su posición en el mundo y haga algunos juicios acerca de cómo responder mejor a los cambios en los balances del poder y las amenazas implícitas de determinados fenómenos (como el narcotráfico y el consumo aberrante de drogas que existe en ese país, que es lo que lo estimula, no seamos ingenuos), no hay ninguna duda que su posición en la esfera de influencia en este continente ha cambiado desde que gobiernos más progresistas e independientes se han instalado en el cono sur.

Porque lo que es Costa Rica, Panamá y Colombia están rendidas ante los intereses norteamericanos en muchos aspectos. Y ello es parte de una estrategia geopolítica y militar claramente observable. Somos los tres países el ombligo de América. Además,  y ya habían tomado otras medidas militares, como la reactivación de la flota que ahora circula por aguas internacionales alrededor de América Latina.
Tras casi un siglo de dominio, era inevitable la erosión de la influencia norteamericana en Latinoamérica, y no debería sorprender al Imperio que se estén dando fenómenos como el que los países como el nuestro estemos buscando alejarnos de la dependencia comercial hacia Norteamérica, las revoluciones a medias aprobadas en las urnas en varios países del continente, el resurgimiento del nacionalismo, y la demostrada incapacidad para controlar los acontecimientos por la vía diplomática.
No debe sorprendernos tampoco el doble discurso de Obama. Ya lo habíamos comprobado antes con otros hechos. Lo que sorprende es el vigor de su administración en el intento de recuperar la posición de los Estados Unidos en esta esfera de influencia. El presidente está obviamente comprometido en una misión de asegurar que los gobiernos amistosos continúen en el poder y que los gobiernos hostiles no puedan difundir su doctrina de liberación con algunos tintes marxistas.
Por ello han vuelto –dado el fracaso de “la política de los dólares” y parcialmente de la penetración cultural realizada a través del apoyo hacia las sectas cristianas en Latinoamérica, para cambiar la mentalidad de los niveles más bajos e ignorantes de los pueblos (la religión siempre ha sido un instrumento político)-  hacia la política de las armas y la charla dura, que derivan hacia un real temor de estar a la defensiva y de no estar haciendo lo suficiente para recuperar la iniciativa.
Esta no será una invasión como la de Granada, Panamá, las maniobras para derrocar al gobierno nicaragüense en la revolución de los contras. Esto es más alambicado. Y como de costumbre, siempre el desplante ante el débil y el pequeño. ¡Estos desplantes no se hacen ante China, Rusia, y otros países con capacidad de respuesta militar!
A diferencia de los tiempos en que los Estados Unidos tenían un libre imperio en el hemisferio y podían lograr resultados sin temor a la crítica o a la represalia, este país no puede actuar ya de manera unilateral o esperar que su capacidad para controlar el destino de esta región carezca de límites. Por ello ahora utiliza subterfugios como la lucha contra el narcotráfico.
Hace ya varios años analistas norteamericanos habían advertido que aunque era mucho lo que podían hacer los Estados Unidos para influir en la política y la economía internas en América latina, existían cada vez más evidencias de que este país había llegado a un punto en que su influencia empezaría a tener poco peso, y que esa disminución podía estimular aún más el cambio.
Todo está bien claro. Es el inicio de la crónica de una invasión anunciada. En una nueva modalidad, muy a la medida de los tiempos, y en medio de una situación delicada con Irán y Corea del Norte. Ya veremos cuál será la reacción de la ciudadanía, pero mucho me temo que no se hará nada, excepto que algún iluso como yo y unos pocos más expresemos opiniones. Este es un pueblo indolente que adora soñar con ir a Miami de compras, o de vestirse con las marcar norteamericanas de moda (aunque sean falsificadas).

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