Sin embargo, los que quedan alelados son
los analistas. El ciudadano común, el que vota y decide los destinos
del país, tiene el panorama muy claro. Sólo así se explica que después
de 52 años, la derecha llegara al poder por la vía democrática. Habiendo
pasado recién 20 años después de salir de una dictadura atroz. Y que
muchos de los líderes de la coalición triunfante tuvieran un pasado
dictatorial. ¿Es que los chilenos cayeron en una amnesia colectiva?
Parece que no. Tal vez el elector mira la realidad con ojos más
pragmáticos. Y es posible que entienda mejor esta política posmo. Una
política en que sus cultivadores buscan nuevos nombres para cambiar,
cual ilusionistas, sus antiguas ideologías.
Ya la derecha es centro derecha. La
izquierda ha pasado de centro izquierda a progresismo. Los extremos han
desaparecido. Podría ser hasta positivo, si es que la “democracia de los
acuerdos” hubiera resultado equitativa. Pero no lo es. Y eso explica
que Chile tenga a cinco de sus ciudadanos -incluido el presidente- entre
los quinientos multimillonarios más acaudalados del orbe. Esta falta de
equidad -iniquidad, diría yo- no significa que los chilenos no estén
mejor que hace doscientos años, cuando se creó la república. Tampoco que
estén igual o peor que hace cien años. Pero es indesmentible que la
brecha entre ricos y pobres se ha extendido de manera exponencial. Y
por ese camino el país no sólo no llegará a ser desarrollado, sino que
seguirá entre los diez menos equitativos del planeta.
Y aquí está la clave para entender la
política chilena. La dictadura del general Pinochet usó
la brutalidad no sólo para deshacerse de sus opositores. También la
utilizó para imponer un sistema económico. Chile fue una especie de
laboratorio del neoliberalismo. Tenía la asepsia necesaria: No contaba
con entidades sindicales fuertes que pudieran contaminar, ya que habían
sido eliminadas; las organizaciones estudiantiles corrieron igual
suerte; las entidades sociales y culturales, en general, fueron
proscritas o tuvieron que prosternarse ante la bestialidad
cívico-militar.
El primer mensaje a la nación del
presidente Sebastián Piñera sirvió para aclarar varios
puntos. El primero, por qué ganó la elección. No fue por su especial
carisma. Tampoco es cierto que hayan sido sólo errores de la
Concertación. En su discurso, Piñera anunció medidas tales como reforma
(temporal) tributaria, ampliación del post natal a seis meses,
disminución gradual del 7% en salud para los jubilados, creación de
colegios de excelencia, ochocientos mil empleos, el fortalecimiento de
las Pymes, voto condicionado de los chilenos en el exterior y varias
otras.
Se trata de iniciativas que la
Concertación omitió o no impulsó con la fuerza y persistencia
necesarias. ¿Lo hizo por descuido o porque estaba gobernando para un
sector distinto al que decía representar? En tal circunstancia, el
electorado quiso probar. Finalmente, la Concertación había llevado a
cabo una democracia de los acuerdos que ponía en el primer plano el
derecho de propiedad.
Hasta ahora, Piñera ha mostrado alguna
de sus cartas. Y eso ha bastado para mostrar la escasa distancia que
hay entre los dos bloques que dominan la política chilena. Sin duda
existen diferencias valóricas. Pero ellas no incidieron en la creación
de la nueva sociedad que pretendía representar la Concertación. Un
ejemplo es la escasa gravitación de las organizaciones sindicales. En
igual nivel podría colocarse la participación en decisiones esenciales
para su calidad de vida de las entidades sociales de base.
Finalmente, las respuestas políticas
entregan otras luces. La Concertación se debate aún en la búsqueda de
culpables. Y el reordenamiento interno parece apuntar a derechizar al
conglomerado que a acercarlo a los sectores otrora llamados populares.
Las definiciones que se buscan en el Partido Socialista (PS) y en el
Partido por la Democracia (PPD) se orientan más al fortalecimiento de
liderazgos, que a la creación de propuestas nuevas. Y en ambas
colectividades no es indiferente el alineamiento con la Democracia
Cristiana (DC).
En esta última, uno de los más seguros
candidatos a lograr la presidencia del Partido, es el senador Ignacio
Walker. Su posición conservadora es ampliamente conocida.
Pero para que nadie se mueva a duda, ha declarado que no concibe una
Concertación acercándose al electorado de la izquierda. Según él, sería
dejarle el campo abierto a la derecha. Un mensaje muy claro para
quienes, en el PPD y en el PS, tratan de ampliar la base de sustentación
del conglomerado hacia ese sector.
La realidad hace pensar que el peligro
no es sólo perder el electorado de centro. También se puede perder
influencia en sectores de mayor sensibilidad social. Es el riesgo que
corren colectivos que dejaron de tener identidad ideológica y que tratan
de recuperarse ocultándose detrás de nombres vacíos. ¡Pura
posmodernidad!
fuente, vìa :
http://www.elciudadano.cl/2010/05/26/para-entender-la-politica-chilena/
http://www.elciudadano.cl/2010/05/26/para-entender-la-politica-chilena/
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