martes, 30 de agosto de 2016

Cultura: Los discos de antes... Hermann Bellinghausen

Hermann Bellinghausen

Portentoso para su época, el disco de 78 revoluciones por minuto (rpm) no permitía prever la masificación de la música reproducida, y menos aún la masificación de las audiencias, pero participa en la transformación de las representaciones y prácticas de las artes que analizó tempranamente Walter Benjamin. Supo ver, como señala Bolívar Echeverría, que en la segunda y tercera décadas del siglo XX el arte se encontraba en el instante crucial de una metamorfosis. Las artes encontraron formas y técnicas nuevas para producirse y reproducirse. Surgieron artes inéditas y hasta inimaginables, como la fotografía y el cine. Para la música, el impacto de la modernidad fue radical y formidable.

Las generaciones jóvenes de hoy deben encontrar incomprensible que aquellos platos circulares de tosca y veloz reproducción resultaran revolucionarios para quien los experimentaba. Los discos de 78 llevaron la música, el canto, la emoción y la orquesta a la casa de cualquiera. Menos de cinco minutos por lado (o cara) marcaban la pauta de un tango, una balada, un vals, un son o una polka. Hitler extendió su ponzoña a 78 revoluciones. Registrar una sinfonía completa requería de 15 o 20 placas fragmentarias. El fonógrafo garantizó el auge de la radio musical. Surgieron los éxitos, los discos de oro, las ventas millonarias del jazz, las arias de Caruso y la canción popular.

De esos tiempos data una dramática crisis del abuelo materno, enamorado de la música de concierto y las óperas de Wagner. Con su amigo, un doctor Nava, y otros atacados, se amurallaba pertrechado con decenas de discos para echarse una ópera completa ¡en la sala de una casa en la Ciudad de México! Cuál necesidad de acudir al Scala, el Metropolitan, Bayreuth o Bellas Artes para presenciar una representación única, ensayada durante meses, irrepetible. Podían pasar un domingo con los Nibelungos y las Valquirias casi a solas. Toda adicción es problemática, y aquella lo fue. La peña de melómanos fue desmembrada por prescripción médica y en bien de sus familias. ¿Qué se habrá hecho de la preciosa discoteca de aquel doctor Nava?

Tomó a los ingenieros muchos años producir un disco de reproducción más lenta, 33 y un tercio rpm. Un logro clave. La casi bergsoniana larga duración o LP, por long play. Ahora, para una ópera grande o El lago de los cisnes bastaban entre dos y cuatro discos; una sinfonía de Beethoven, uno solo; las de Mozart y Haydn, de a dos por uno, respetando movimientos completos, escenas, secciones, arias, recitativos. Con ello surgió un concepto nuevo, de gran impacto en la música popular del futuro, derivado de alguna manera de la forma del libro, de ahí su nombre: álbum. Estamos ya en el cuarenta y tantos. Los primeros en aprovechar la oportunidad de la longitud sonora fueron los jazzistas. Sus solos, sesiones y composiciones ganaron en libertad. Ellington ensaya los primeros discos conceptuales, Parker se tira a la carrera de fondo y Stravinski conecta con Woody Herman un concierto para clarinete pensando en el disco, en 1945.
Mas el 33 se convierte sobre todo en vehículo de programas con 10 o 12 melodías de intérpretes en busca de popularidad. Dicho formato llega hasta el presente aun sin necesidad de medir revoluciones por minuto ni existir el disco en estado sólido. En los años siguientes surgirían los sencillos o singles, para divulgar la pieza elegida para hit, el lado A del 45 rpm, hermanito del 33, reencarnación perfeccionada del viejo 78 y pronto el mejor amigo de la radio.

El 33 y un tercio rpm estaba llamado a grandes cosas, merced al perfeccionamiento de continente y contenido. El disco se convirtió en la meta de los creadores de la música nueva. Para devenir masivo, el disco necesitaba primero ser irrompible y flexible. Hasta los 40 tardíos, las placas eran frágiles, se rayaban y rompían con facilidad. Los fabricantes ensayaron distintos materiales. Mucho se evolucionó desde la ebonita de 1890. Pronto se superan los materiales primeros: de laca y piedra a celuloide. Las agujas son de diamante y de zafiro. La música vive un mundo nuevo.


vìa:
http://www.jornada.unam.mx/2016/08/29/opinion/a10a2cul

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