(APe).-
Hay 30 mil detenidos en las cárceles de la provincia de Buenos Aires,
el primer estado de la República Argentina, y la mayoría de ellos son
pibes y pibas menores de veinticinco años. Para la Comisión de la
Memoria bonaerense, las fuerzas de seguridad esclavizan a muchos de
ellos y les dicen que si no venden drogas o roban les va a pasar lo
mismo que a Luciano Arruga, los terminarán matando. En la provincia de
Santa Fe, mientras tanto, en los últimos dos años se detuvieron 120
chicos entre 16 y 18 años, relacionados al negocio de la venta de
estupefacientes, mientras no hay ni media docena de grandes empresarios
detenidos que fueran identificados como inversores en la importación de
cocaína. Y en Córdoba, este 6 de setiembre se cumplirá 22 años del
asesinato del ex senador provincial, Regino Madres, que denunció, allá
por 1991, que la droga era repartida en las camionetas de la Empresa
Provincial de la Energía con absoluto conocimiento del poder político de
entonces.
Postales que hablan a las claras de la
continuidad del negocio narco en las principales provincias argentinas y
de su principal consecuencia: la sangre joven derramada en las calles
de los barrios de las grandes ciudades.
Por eso es necesario repasar una tentativa
de historia política del narcotráfico en estos arrabales del mundo.
Porque el narcotráfico no es un fenómeno delictivo aislado, se trata del
circuito de dinero fresco que tiene el sistema capitalista.
Enfrentar al narcotráfico es enfrentar al capitalismo.
O por lo menos reducir su ferocidad.
Y comprender las decisiones tomadas por el imperio a partir de los años setenta.
La presidencia de Richard Nixon decidió
crear el Departamento Antinarcóticos del Estado norteamericano el
primero de julio de 1973. Durante los años sesenta, el gobierno
estadounidense impulsó, en primera instancia, el consumo de cocaína con
la idea de alentar el heroísmo para ir a Vietnam; luego, a medida que
avanzaba la guerra y las derrotas, la administración estatal generó la
difusión de la marihuana para apaciguar los ánimos. A fines de los años
setenta, Estados Unidos tenía 36 millones de consumidores y el mercado
era manejado por los carteles colombianos: los Rodríguez Orejuela, de
Cali, y Pablo Escobar Gaviria, de Medellín.
A finales de los años ochenta, la DEA,
junto al Comando Sur del Ejército imperial, promovieron la ofensiva
final contra esos carteles. El grueso del dinero de los consumidores
norteamericanos y del derivado de la exportación hacia Europa debía
pasar por la dirección inventada por Nixon.
Fue el momento de buscar una ruta
alternativa, una plataforma de exportación distinta que llevara la
cocaína y otras sustancias hacia Europa.
Surgió la geografía del segundo productor
de éter a nivel mundial, este elemento químico que transforma la hoja de
coca en cocaína, y ese país es la Argentina. Eran los primeros tiempos
del menemismo. Se democratizó el consumo y comenzaron las exportaciones
hacia el viejo continente. De esto dan cuenta diferentes expedientes
judiciales en los tribunales federales rosarinos, en particular, y de
cualquier otro punto del país, en general.
Un doble negocio para el capitalismo y para
Estados Unidos: millones de dólares y miles de pibas y pibes
controlados químicamente para que dejen de surgir revolucionarios y, en
todo caso, que crezca el delito pero nunca más el pensamiento crítico y
la urgencia de cambiar la realidad. Vale más un delincuente que un
revolucionario. Doble negocio: económico y político.
En forma paralela, el país de los años
setenta, aquel contexto del nacimiento de la DEA, era un espacio donde
todavía eran posibles ciudades obreras, ferroviarias, portuarias e
industriales como se daba en el Gran Buenos Aires, Rosario y Córdoba.
A mediados de los años noventa ya no quedaba casi nada de aquello.
Las llamadas reconversiones industriales
fueron saqueos de las identidades barriales. El rubro servicio reemplazó
al industrial y miles de chicas y chicos se quedaron sin empleo y, por
lo tanto, sin futuro.
Los grandes partidos políticos miraron para
otro lado. Se acomodaron a la ola de destrucción de las ciudades
obreras, industriales, portuarias y ferroviarias.
En la primera década del tercer milenio,
los ex barrios trabajadores mutaron en zonas rojas como sucedió en las
tres grandes ciudades. Fruto también de la hipocresía de los grandes
medios de comunicación que satanizaron esos puntos de la geografía
urbana desde el centro de la ciudad, lugar donde se lavaba dinero desde
hacía tiempo y en los que comenzaba a hablarse del boom inmobiliario.
Las pibas y los pibes empezaron a sentir su
valían menos que los demás y que, para colmo, cada vez tenían menos
palabras para decir lo que querían y expresar por qué no querían otro
tipo de cosas.
A cuarenta años de aquella decisión del
imperio, el capitalismo hace negocios sobre la sangre derramada de
nuestros pibes. Es hora de darse cuenta.
Fuentes: Datos oficiales de cada una de las
provincias y el cuaderno de investigación “Narcomafias. De Galtieri a
Tognoli. Historia política del narcotráfico” que el autor de estas
líneas presentará el viernes 6 de setiembre en la Facultad Libre de
Rosario, 9 de Julio 1122, a partir de las 19.30.
Vía:
http://www.pelotadetrapo.org.ar/agencia/index.php?option=com_content&view=article&id=7936:carlos-del-frade&catid=35:noticia-del-dia&Itemid=106
http://www.pelotadetrapo.org.ar/agencia/index.php?option=com_content&view=article&id=7936:carlos-del-frade&catid=35:noticia-del-dia&Itemid=106
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