“Somos los que cosechamos la hoja
verde que después se convierte en la yerba que ustedes están tomando hoy
como mate o tereré, amargo, con azúcar o con yuyitos, según vengan del
norte, centro o sur del país”. (De la carta de los tareferos de Montecarlo. Noviembre de 2009)
(APe).-
9, 11, 14 años. Más grandes, más niños. Hacinados, unos y otros, sobre
el camión de óxidos viejos. Inmovilizados e ignorados. Son los olvidados
de la tierra profunda. Cinco murieron. Dieciocho quedaron heridos. Sin
garantías de sueños. Sin garantías de presente sobre tierra firme. Iban a
tarefear, como siempre. Con los empresarios voraces tironeando de un
lado. Con las estructuras insaciables de la Uatre, patronal y
devoradora, falazmente sindical.
Saltaron sobre el camión herrumbrado,
esclavos seis meses al año. Los eternos invisibles que sólo dejarán de
serlo si estalla la muerte. Como esta vez. El camión colmado chocó sobre
la ruta provincial 220 y no hubo más muerte sólo por error. Niños y
adultos habían subido en Villa Bonita y en Campo Grande.
La rutina es siempre y eternamente la
misma. El plástico sobre el piso donde arrojarán las pequeñas ramas que
van quebrando. Las desgajan. Las quiebran. Las desgajan. Las quiebran.
Siempre igual. Como una cantinela de todos los tiempos. Unen las puntas
del plástico y arman el raído, la bolsa de 100 kilos que significará 35
pesos. Después vendrán los descuentos y pocos billetes en la mano.
Nueve, diez, once, doce horas.
Pueblos mayoritariamente sometidos a la
avidez de las grandes corporaciones, que contratan a terceros, que a su
vez esclavizan a trabajadores que viajarán amontonados y permanecerán en
carpas y en oscuros campamentos.
En ocasiones, todo termina abruptamente
como fue para Miguel Miranda, de 55 años; Luis Godoy, de 33; Fabián Da
Silva, de 23, Hugo Franco, de 33 y Diego Ferreira, de 17.
En otras, como fue para Daniel Solano, a
1300 kilómetros de distancia, en la cosecha de la manzana, la oscuridad
sobrevino cuando intentó hacer pie contra la esclavitud. Cuando
pretendió recuperar el territorio de las usurpaciones.
Por unos instantes breves, la explotación
de los tareferos saltará a la luz. Hasta que, como siempre, entre mates
demasiado amargos y olvidos, entre complicidades y abandonos, los
camiones oxidados con altas pirámides de raídos y decenas de
trabajadores, hombres, mujeres y niños, sobre ellos, volverán a las
hondas rutas de los yerbatales.
Vía:
http://www.pelotadetrapo.org.ar/agencia/index.php?option=com_content&view=article&id=7826:claudia-rafael&catid=35:noticia-del-dia&Itemid=106
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