jueves, 16 de mayo de 2013

España: Un aniversario realista del 15 M .../ Manuel Navarrete

Pero ni siquiera contar con un programa adecuado es suficiente. Lo primero para que la gente te escuche es ganarte su respeto.
Mayo de 2011
En los días que siguieron al 15 M de 2011, fue curioso comprobar cómo los medios de comunicación sólo mostraban la versión de la realidad que les convenía. En las calles, es cierto, había de todo. Pero mucha gente decía cosas contundentes y claras contra la oligarquía financiera. Sin embargo, en televisión sólo mostraban a perroflautas pueriles que decían que salían a la calle “por el derecho a soñar” y cosas así.
Cuando nos hablan de mayo del 68 sucede lo mismo. Nos muestran poéticos lemas abstractos que, al parecer, dibujaban niños pijos en la universidad. Poco más. No nos cuentan que en mayo se desató una huelga general indefinida, seguidamente masivamente por la clase trabajadora francesa y que incluyó la ocupación de numerosas fábricas e incluso el secuestro de los directivos.
Por supuesto, la extraña e ineficaz insurrección francesa, por su profundidad, no puede compararse a la española (que en cambio, paradójicamente, contaba con mayores “condiciones objetivas” cimentadas en esta drástica crisis que padecemos). Quizá sólo haya dos aspectos comparables. Uno es evidente en sí mismo: ambas fueron derrotadas. Aquí queremos proponer otro. La causa de la derrota de ambas movilizaciones fue similar, pues ambas carecían de lo mismo: un programa concreto y dotado de objetivos claros y alcanzables.
Pero la persistencia y la profundización de la crisis española nos recuerda que en este Estado aún estamos a tiempo de rectificar nuestra táctica política. Si observamos el desánimo que empieza a instalarse en la gente de los movimientos, llegaremos a la inevitable conclusión de que la alternativa a este cambio no es precisamente halagüeña.
Mayo del 68
Los acontecimiento de mayo del 68 en París, extendidos posteriormente a buena parte de Francia, se han mitificado tanto que se hace difícil hablar de ellos. Una cosa, de entrada, debe quedar clara: mayo del 68 no es ningún ejemplo a seguir.
Dicho esto, mayo del 68 fue un importante estallido social, para nada caracterizado por el “pacifismo” que el movimiento hippie, falsificando la historia como es habitual en él, le ha atribuido posteriormente. En apenas un mes murieron 10 personas, entre trabajadores, estudiantes… y policías. Además, hubo disturbios asombrosamente masivos. La noche del 10 de mayo se levantaron en París 61 barricadas, que la policía tuvo que asaltar una por una. Esa noche se saldó con 800 heridos (200 de ellos policías) y 600 detenidos.
Ante la cobardía del PCF, sometido a las directrices revisionistas y posicionado en contra de los disturbios (al igual que ciertas sectas trotskistas-lambertistas), existieron grupos maoístas y anarquistas que se comprometieron firmemente con las movilizaciones, en parte surgidas como rechazo a la guerra de Vietnam.
Y en contra de la cobardía de la CGT, a partir del 14 de mayo los trabajadores de toda Francia se pusieron en huelga, desobedeciendo a su dirección. Hablamos de la huelga general más grande de la historia de Francia, y una de las más grandes de la historia del mundo. Un sólo dato al respecto: 10 de los 15 millones de asalariados franceses secundaron el paro indefinido.
Lógicamente, sólo esta segunda etapa creó condiciones revolucionarias. Por momentos, las masas llevaron la iniciativa, hasta el punto de que la burguesía llegó a sentir verdadero pánico. El día 24 los edificios oficiales, e incluso la sede presidencial, estuvieron desabastecidos. La policía y el ejército se negaban a seguir reprimiendo.
Pero el movimiento carecía de programa y no se atrevió a tomar los edificios públicos. Con el paso de las semanas, todo se fue disolviendo. Se firmaron acuerdos sindicales, incrementándose notablemente el salario mínimo y las vacaciones. Poco a poco, los obreros fueron abandonando la huelga. Finalmente, De Gaulle ilegalizó a 12 colectivos revolucionarios, entre ellos los maoístas, en una enorme ola represiva y procedió a convocar elecciones, que ganó la coalición derechista.
Revueltas sin objetivos
Hobsbawm ha señalado cómo este movimiento de masas carecía de objetivos políticos claros y concretos. No había una crisis económica determinada, un ocupante extranjero al que expulsar, una crucial decisión política que tomar… Se carecía de un objetivo unificador espontáneo, que fuera más allá de “echar al gobierno de De Gaulle”. Fuera de eso todo eran abstracciones. Se estaba contra “el sistema”. Era un movimiento no antipolítico, sino subpolítico, lo cual es garantía de fracaso.
En el Estado español actual existen similitudes y diferencias con todo esto. A pesar de existir motivos objetivos radicalmente más hondos que en la Francia del 68, aquí el movimiento popular no ha llegado, ni muchísimo menos, tan lejos. Entre otras cosas, el movimiento obrero no ha podido -o querido- dar el relevo a las movilizaciones populares iniciales, pese a que muchos defendimos, desde un principio, la necesaria ligazón entre ambas esferas de movilización.
En especial, existe una similitud de fondo: en ninguno de los dos “mayos” se ha generado una plataforma reivindicativa clara, sencilla, realista… pero que enlazara con las necesidades reales populares. Aquí hubo un primer intento, a través de los 8 puntos de DRY. Pronto, fueron reducidos a 4, de carácter netamente institucional, centrados en la reforma de la ley electoral o la lucha contra la corrupción, por ejemplo. Además, la repulsión generalizada causada en el movimiento por la actritud dirigista de DRY, ligada a la prejuiciosa incapacidad del mismo para elegir una dirección política revocable y controlada pero que sí fuera representativa, hicieron el resto.
Somos herederos de eso. A pesar de que el 15 M surgió contra el gobierno de Rodríguez Zapatero, una especie de amnesia colectiva parece haberse instalado en los movimientos, que ahora parecen centrados en “echar al gobierno” de Rajoy, considerado -falsamente- el reponsable último de la crisis y de los recortes. Por falta de debate y exceso de complejos, se ha caído en la lógica de la Cumbre Social, al servicio del PSOE.
Las luchas han devenido sectoriales. Mareas de todos los colores que no van a ninguna parte; manifestación tras manifestación y, luego, de vuelta a casa. Da la impresión de que el 15 M, que sirvió para poner debates sobre la mesa, ha agotado su ciclo. Lo que no quiere decir que no haya que seguir participando en las asambleas barriales y populares que se han generado. Sino que pronto será demasiado tarde para aprovechar la oportunidad de convertir estos espacios en algo realmente peligroso para la oligaquía. Pero, ¿cómo hacerlo?
Sobre programas de mínimos
En la interesante charla-debate sobre la crisis organizada por Red Roja en la Corrala la Utopía, surgió una discusión sobre si necesitamos -o no- un programa de mínimos, y por tanto un frente de masas. Un militante del PCOE decía que no, porque las reivindicaciones “de mínimos” son imposibles de satisfacer bajo el capitalismo. Otros opinamos que eso último es cierto, pero que, por esa misma razón, necesitamos un programa de mínimos.
El programa de mínimos sirve como nexo con las masas. No podemos ir a la gente como hizo un trotskista en la asamblea de barrio de La Macarena (Sevilla): con el programa de su secta, hablando de “nacionalización de la producción bajo control obrero”. Eso no puede ser comprendido por la gente desde el primer día. Es preferible un programa incompleto pero que salga de la gente, de sus necesidades reales, que uno perfecto pero que no logre salir de la sede de tu partido.
Además, si el programa de mínimos está elaborado correctamente, sus reformas serán, paradójicamente, “revolucionarias”, precisamente por imposibles de satisfacer bajo este sistema. Ya hablaba Lenin de “hacer que los mencheviques trabajen para los bolcheviques sin darse cuenta”.
Hace falta un programa de mínimos que no sea, sencillamente, el “socialismo” o “el fin del patriarcado”. Que no sea una “carta a los Reyes Magos”. Un programa hasta cierto punto “posibilista”, de sólo tres o cuartro puntos, fácil de memorizar. Un programa que pueda unificar a todas las mareas y acabar con la dispersión. Un programa que, por su enfoque, cale en la gente normal de la calle, pero que a la vez sea imposible de asumir por los oportunistas (a causa de sus compromisos políticos) y, por tanto, los desenmascare definitivamente.
Un programa de mínimos posible sería el sugerido en el importante artículo “Línea revolucionaria y referente político de masas”, de Vicente Sarasa, que propone unos puntos que podrían reestructurarse por ejemplo de la siguiente manera: 1) No al pago de la deuda y salida de la UE; 2) expropiación de la banca y planificación democrática de la economía; 3) ruptura democrática y proceso constituyente.
Estos puntos de mínimos, democráticos, más tarde podrían desarrollarse, como hace el artículo reseñado de Vicente Sarasa. La necesidad de no pagar la deuda dimana del objetivo de no vernos obligados a recortar todos los servicios públicos conquistados por los trabajadores, y sólo puede materializarse con el consiguiente abandono de las “instituciones imperialistas euroalemanas” que encubren su política criminal bajo la engañifa de las “directrices de Bruselas”. Pero no podemos hacer políticas a favor del pueblo sin crear una banca pública, que sólo puede levantarse expropiando la banca privada que generó la crisis y a la que van destinados millones de “ayuda pública”. Si a ello se suma que la banca mantiene paralizada toda la actividad productiva, su nacionalización debería llevar aparejada una planificación democrática de la economía, para evitar el desastre al que nos están conduciendo. Por último, dado que la batalla popular para conseguir estos logros conllevaría una agudización de la lucha de clases, debe ponerse en cuestión el régimen surgido de la Transición (caracterizado por Sarasa como “régimen de contrarrevolución preventiva”), con la consiguiente depuración de los cuerpos represivos y la ruptura democrática, para evitar una terrible represión por parte del Estado que asesine este proyecto político en su cuna.
Ganarse a la base, a las masas
Una de las primeras cosas que debemos comprender es que si te pliegas al atraso ideológico general, no eres vanguardia; pero que si te encierras en una habitación por pureza, tampoco. Sólo quien está entre la gente puede ser vanguardia de la gente. Y para conectar con la gente, en la etapa actual hace falta, como hemos dicho, un programa de mínimos. Un programa que conecte con las necesidades reales e inmediatas del pueblo, sin abstracciones. Un programa que no sea el programa completo comunista (el socialismo). Sino constituido por puntos que, como los propuestos por Sarasa, ofrezcan alternativas al sufrimiento real y concreto de la población, como escalón para conectar con la misma y, en un trabajo político progresivo, ir generando fuerza revolucionaria.
En este programa de mínimos anti-crisis, anti-deuda no debe, como hemos adelantado, reflejarse el programa completo comunista (aunque sí se debe introducir una semilla que permita más adelante hacerlo germinar). Una vez más, hay que distinguir las organizaciones de cuadros y las organizaciones de masas. Quiero que mi organización de cuadros defienda a Cuba y Venezuela, aparte de a las FARC, los naxalitas y otros grupos que no pueden decirse; que denuncie las maniobras imperialistas en Libia y Siria, defienda el derecho de autodeterminación y luche consecuentemente contra el patriarcado, por poner más ejemplos.
Pero no es táctico llevar a los barrios y las asambleas populares todos los puntos del programa de mi organización de cuadros. Es más, precisamente porque queremos que esos puntos sean asumidos por el movimiento de masas algún día, no debemos llevarlos desde el primer día. Así no es posible ganarse a la gente, sino sólo espantarla. Debemos llevar aquellos puntos que, tácticamente, teniendo en cuenta cuál es la contradicción principal hoy en día, enlacen con las necesidades más acuciantes en este contexto de crisis económica, enfrentando la política de recortes causada por la necesidad de pagar la deuda externa.
Esos puntos son inasumibles para el oportunismo, centrado en “echar al PP” o “reformar la ley electoral”, encerrado dentro de los límites de la protesta inconsecuente, pues el oportunismo está firmemente comprometido con el proyecto imperialista de la UE y la tan criticada política del PP, o la del PSOE en el anterior gobierno, no es más que una imposición europea. Por tanto, si el movimiento popular hace suyos estos puntos, el oportunismo se verá desenmascarado y desbancado. Eso abrirá la posibilidad de que las posiciones consecuentes (es decir, las comunistas, pues, pese a quien pese, los comunistas han protagonizado todas las revoluciones sociales importantes desde 1789 hasta hoy) se verán reforzadas y tomarán el control del movimiento popular. Y entonces será el momento de ampliar ese programa y hablar de Cuba, de la autodeterminación, del patriarcado. En una palabra: del socialismo.
Necesitamos, pues, partir de una lógica de lo concreto (a la vez que, desde la estructura de cuadros, se continúan trabajando también los contenidos propios del plano superior). Incluso cuando se vayan introduciendo, habrá que saber cómo hacerlo, tener pedagogía. Por ejemplificar, un programa de mínimos, en sus desarrollos progresivos, no hablará del objetivo estratégico que es el “fin del patriarcado”, sino de medidas de conciliación de la maternidad y la vida laboral. No hablará de algo tan genérico como el “rechazo de la especulación inmobiliaria”, sino que propondría la prohibición de los desahucios y expropiación de las viviendas vacías. Y así sucesivamente.
Ganarse el derecho a ser escuchados
Pero ni siquiera contar con un programa adecuado es suficiente. Lo primero para que la gente te escuche es ganarte su respeto. Y eso no se hace publicando artículos por internet, ni sacando documentos perfectos. Ni siquiera organizando debates o repartiendo panfletos. Quienes lo centran todo en organizar el mejor cortejo de manifestaciones a las que sólo va la vanguardia no se han enterado de nada.
Con quien hay que trabajar es con el pueblo. Al pueblo jamás se lo desprecia; si no ha reaccionado de manera más contundente, la culpa es exclusivamente nuestra. Y no somos propietarios de su atención por definición. Para ganarnos su respeto, para ganarnos el derecho a ser escuchados, debemos ayudar al pueblo. Organizar comedores populares, clases particulares gratuitas. Recolectar ropa usada para quien la necesite. Arreglarle un enchufue a quien lo necesite. Solucionar sus problemas reales, ligando esto a un discurso político que vaya más allá del mero “asistencialismo”.
Porque, ante todo, insistamos en algo: el futuro referente político debe desarrollarse con la gente, con el pueblo, con los que todavía no están organizados. No entre organizaciones, sectas y sopas de siglas (aunque, por supuesto, las organizaciones de cuadros son necesarias y, es más, sin ellas no hay movimiento popular serio). No es el momento de crear otro chiringuito pilotado por ninguna organización en particular, como el FOPS o los CUO que propone el PCPE.
No hace falta un “frente obrero por el socialismo”. Primero porque el frente popular del que hablamos no debe estar exclusivamente constituido por la clase obrera en su sentido tradicional, sino que deben sumarse al mismo todos los sectores populares (profesionales, funcionarios, parados, estudiantes, jubilados, autónomos) afectados por la política de recortes al servicio de la oligarquía financiera europea. Y segundo porque no es todavía el momento de crear un frente para luchar por el socialismo, sino un referente político anti-crisis o (valga la redundancia) anti-deuda; un programa de mínimos, democrático.
Y es que ser revolucionario no implica estar contra las reformas. Implica concebir, como diría Luxemburgo contra Bernstein, las reformas como medios, nunca como fines. Que rechacemos el reformismo no significa que debamos prescindir de toda táctica y de toda inteligencia política, negándonos a hablar en otros términos que no sean “socialismo, socialismo, socialismo”. ¿Y nuestra táctica de masas? Algún día tiene que comprenderse: nuestro estrategia es subir la escalera, pero nuestra táctica es subir el siguiente escalón.
Oportunismo y sectarismo
Hay que huir del oportunismo, tan habitual en los partidos trotskistas, disueltos en las “mareas ciudadanas” y que, con su discurso exclusivamente centrado en “echar al gobierno” (como la “Corriente Roja” actual, posterior al robo de su sigla), acaban por hacerle el juego a la Cumbre Social orquestada por el PSOE y, por lo tanto, al bipartidismo, reforzando los intereses de la clase dominante. Cayendo asimismo en el pacifismo contrarrevolucionario; mitificando el sindicalismo pese a sus límites evidentes. Despreciando el papel de las capas no ligadas al sector industrial, pese a ser minoritario en nuestro marco de actuación real y pese a que, a lo largo de la historia, todas las revoluciones socialistas las haya protagonizado el campesinado alzado en armas (incluso la rusa, habida cuenta de que el campesinado constituía el 80% del Ejército Rojo).
Las recientes declaraciones de Miguel Urbán, líder de Izquierda Anticapitalista, lo dicen todo: “queremos unificar el sentimiento de que es necesario echar a esta gente. Se les puede echar desde el parlamento, con las armas o con los votos. Como con uno no podemos y con las armas no queremos, habrá que echarlos con los votos“. Entre lo que Izquierda Anticapitalista “no puede” hacer y lo que “no quiere” hacer, parece quedar sólo una sola opción para ellos: volver a entrar en IU, mediante la creación de una candidatura unitaria con IU para las próximas elecciones, de la que habla Urbán en dichas declaraciones. Los hijos pródigos vuelven, y para semejante viaje no hacían falta tantas alforjas. Pues, si algo aprendimos en estos años es que el pequeño no puede “fusionarse” al grande, sino, en todo caso, dejarse absorber por él.
No tiene empacho este oportunismo, incluida IU, en dejarse seducir por el discurso socialdemócrata neokeynesiano. Nosotros, desde luego flexibles en el plano de construcción entre las masas, creemos que dicha flexibilidad tiene límites. Un límite evidente sería el principio del internacionalismo proletario. Y, dado que los socialdemócratas plantean financiar su proyecto reformista a través del cobro de impuestos a las superganancias que las multinacionales, así como las redes bancarias, obtienen mediante la sobreexplotación de las mayorías sociales y los trabajadores del Tercer Mundo, sería una incoherencia apoyarlos, incluso aunque se hiciera como “mal menor”.
Pero hay que huir también del sectarismo, propio de otro tipo de sectas dogmáticas, cuya actitud ante el surgimiento de las movilizaciones populares del 15 M, o de las convocatorias históricas para rodear el parlamento burgués, fue recurrir al purismo facilón o incluso a la conspiranoia. Limitándose en buena medida al estudio y el trabajo “de monasterio”, cuando sólo en estrecha relación con los movimientos reales de la clase y el pueblo se puede teorizar correctamente, pues la teoría es práctica concentrada. Haciendo desfiles teatreros que se convierten en un cachondeo generalizado y, precisamente, impiden la acumulación de fuerzas necesaria para que algún día puedan crearse milicias que desfilen de verdad. Ya no es el fantasma del comunismo lo que recorre Europa, sino que un grupo de fantasmas lo que recorre el movimiento comunista. Insistiendo en el folklore soviético, como si Stalin y sus citas pudieran venir aquí a hacernos la revolución.
La precipitada salida de la UJC-M y de los CJC de Castilla La Mancha del PCPE son sólo síntomas de esto. Pero si estos “destacamentos” salen del PCPE pero siguen presos de la misma lógica, no habremos avanzado nada.
Dualidad organizativa
Como dice Vicente Sarasa en el artículo reseñado, “la fórmula que en el marco de Red Roja estamos sintetizando para afrontar dicha contradictoria tarea estratégica es la dualidad organizativa, que distingue el plano de “acumulación de comunistas” del de la “acumulación entre la gente”. La consideramos la base para inmunizamos contra la tendencia a rebajar nuestros planteamientos de principio generales, a largo plazo, en aras de acumular “más gente” aquí y ahora. A la vez, nos permite afrontar sin complejos y de forma flexible la tarea de encontrar en el marco concreto en que nos situamos las fórmulas políticas y organizativas que hagan avanzar lo máximo posible un movimiento político-práctico real de las masas que vaya en contra objetivamente de los intereses del enemigo de clase, del sistema capitalista, por tanto, que trabaje por la revolución. Y ello, a pesar de las “defectuosas” proclamas y límites de todo tipo que pueda portar ese movimiento práctico”.
Máximo rigor en el interior, máxima flexibilidad en el exterior. Pero sin reforzar jamás las estrategias del bipartidismo (como la Cumbre Social orquestada por el PSOE y sus sindicatos verticales) o la explotación de los hermanos proletarios de otras naciones empobrecidas (como sucede con el proyecto del “Estado del Bienestar”). Más detalladamente: un programa de máximos socialista para la organización comunista (cosa de la que carece el PCE), combinado con un programa de mínimos democráticos para los frentes de masas (cosa de la que carecen tanto el oportunismo como el sectarismo de la izquierda extraparlamentaria).
Pero nos referimos a un programa de mínimos que sea coherente con el programa de máximos y que, al exigir medidas imposibles de satisfacer por el sistema (e imposibles de aceptar por el PSOE e incluso por IU, dados sus compromisos políticos e intereses creados), facilite la acumulación de fuerzas, desenmascarando simultáneamente a los oportunistas que hasta ahora han venido actuando como diques de contención. Sólo esa fórmula nos parece capaz de generar fuerza popular.
Vayamos concluyendo, no sin antes recordar que, evidentemente, hay algo más, aparte del programa unitario, que se echa en falta en los movimientos populares actualmente existentes: la estructura organizativa adecuada para hacer cumplir cualquier eventual programa que se consensúe (e incluso para poder consensuarlo). Porque no será con el mantra del “horizontalismo”, sin adecuados mecanismos de delegación, rendición de cuentas, centralización, voto ponderado y representación democrática, como se haga avanzar el proceso. Y porque, en ausencia de una dirección elegida y respaldada democráticamente, se impone “la ley del que tiene más tiempo libre”, que no suele ser precisamente el trabajador…
La táctica trazada, desde luego, no parece fácil de generalizar. Son demasiados años haciendo lo contrario. Pero si, como decimos siempre, la izquierda está mal, ya es hora de que salgamos de la rueda de ratón y hagamos algo por cambiarla realmente.


La Haine

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