Se ha vuelto práctica cotidiana el referirse a la corrupción como el
problema más grande que enfrentamos actualmente. Tan cotidiana que se da
por sentado el hecho que todo movimiento político, tratado de comercio y
resolución legislativa no nace del interés por el servicio público sino
por el beneficio personal.
El control del ejecutivo por parte de un partido político durante un
periodo prolongado de tiempo, nunca ha traído consigo la trasparencia ni
la distribución de oportunidades basadas en méritos. En Costa Rica la
actual corrupción gubernamental que es expuesta en los niveles más
cínicos por Liberación Nacional, no es más que el resultado de la
relativa tranquilidad proporcionada por la inexistencia de una fuerza
ideológica contraria a los verdiblancos, y por el profundo
acondicionamiento de la población nacional a aceptar la corrupción como
un evento natural imposible de controlar.
Costa Rica se ha sumergiendo en prácticas corruptas he inmorales, no
solo por una clase política acomodada que ha convertido el servicio
patriótico en el servicio de los intereses monetarios; sino también por
las “costumbres” cotidianas que su población ha ido adoptando con el
paso del tiempo.
Si las filas son muy largas… se colan.
Si hay mucha presa… se le cruza el carro a quien sea.
Si el tiempo de espera en un hospital público es muy largo… se llama al conocido para que “los trate bien”.
Si los impuestos son muy altos… se evaden.
Si me dan más vuelto del que me tocaba… no digo nada.
Si no quiero ir a trabajar… compro una incapacidad.
Una sociedad que en sus cimientos no posee la valentía necesaria como
para reconocer y corregir sus propias faltas, no posee la autoridad
moral para exigir un comportamiento decente a sus dirigentes. Sin
embargo y como aún no hemos logrado alcanzar niveles incorregibles que
nos lleven al completo cinismo, nuestra sociedad con ayuda de los medios
de comunicación, ha encontrado la manera perfecta de “denunciar” los
actos de corrupción sin denunciar el sistema que los hace posible, que
los fomenta.
Aislar la responsabilidad señalando individuos y exponer sus faltas
ante la opinión pública es una práctica que se ha venido perfeccionando
gracias a la facilidad de acceso a los medios de comunicación. En muy
raras ocasiones es el sistema, tradiciones o “costumbrismos” los que son
expuestos ante la sociedad para que estos sean valorados por su
importancia moral y ética por encima de sus beneficios económicos. El
juzgar a unos cuantos individuos basándonos en el grado de daño que
estos le hacen o por lo menos que es percibido le hacen al país, nos ha
vendado los ojos para reconocer los mismos actos de corrupción en
nuestra rutina como sociedad.
En pocas ocasiones nos responsabilizamos por el triste estado de
confianza con el que cuentan nuestros dirigentes. De alguna manera por
más corruptos que sean nuestros actos, siempre encontramos una
justificación para perpetuar el ciclo vicioso que construye pantanos de
corrupción de los cuales elevamos a unos cuantos a posiciones de poder.
Costa Rica no posee una clase política corrupta, ni un partido único ni
destacado por su corrupción, Costa Rica ES una nación de corruptos; en
donde la honestidad, la responsabilidad social y la sinceridad no son
más que valores de los cuales se habla pero que no son ejercidos ya que
podrían “quitarnos oportunidades”.
El origen de la corrupción puede ser debatido ¿Cuál fue primero el
huevo o la gallina? Sin embargo podemos argumentar que la corrupción no
es más que la respuesta natural a un sistema que fomenta la competencia y
el egoísmo, que es parte del resultado de una teoría económica casi
darwiniana que nos obliga a creer que hay quienes merecen tener más que
otros. Y como respuesta directa a esto, la población que no posee los
medios ni las ventajas de los que tuvieron la suerte de nacer “más
evolucionados” (o con una fortuna heredada por papi) se ven obligados a
recurrir a prácticas inmorales con tal de sobrevivir y salir adelante;
mientras que los supuestos evolucionados recurren a las mismas prácticas
ya que en un ambiente tan desleal es muy difícil mantenerse en la cima.
Necesitamos comprender que la causa de tanta corrupción gubernamental
y privada (el sector privado está igual de contaminado, la única
diferencia es que La Nación no hace investigaciones exponiendo el
tráfico de influencia dentro de nuestras grandes empresas), nace, crece,
se reproduce y nunca muere, gracias a nuestras actitudes diarias. Los
políticos y los grandes empresarios no aprendieron a ser corruptos al
llegar a una cierta edad o al contar con una cantidad específica de
dinero y poder; estos aprendieron dichas prácticas creciendo en una
sociedad hipócrita, xenofóbica, egoísta, machista que los admira por el
dinero y la influencia que poseen sobre el sistema y no por su
colaboración al desarrollo de sus comunidades y la rectitud de su
carácter. Que se puede esperar de un político que antes de serlo, se
comportaba como lo hacemos la mayoría de ticos, sin conciencia social y
con desprecio a las normas éticas más fundamentales.
La verdad es que para observar de cerca la corrupción que carcome al país, lo único que tenemos que hacer es vernos al espejo.
Vía:
http://revista-amauta.org/2013/03/somos-unos-corruptos/
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