—¿Cuándo podría decir que tuvo su primer acercamiento al pueblo mapuche? ¿Qué recuerdos tiene de esa experiencia?
—En las campañas presidenciales de Allende conocí mapuches que lo
apoyaban. Socialistas y comunistas tuvieron siempre mapuches entre sus
militantes. Sin embargo, mi experiencia personal más próxima la tuve
cuando era Presidente del Partido Socialista y participé activamente en
el conflicto de Quinquén, a comienzos de los años 90.
“Hice un viaje
a Quinquen, en la zona pehuenche, conocí a miembros de la familia
Meliñir y creo que los socialistas hicimos entonces una contribución a
que se adoptara una resolución favorable para ellos y pudieran recuperar
sus tierras. No obstante, no sostuve el tema con la prioridad que
debiera tener”.
—¿Es posible pensar que su primer contacto con la cultura
mapuche estuvo mediado por el pensamiento occidental de izquierda?
¿Cómo aquello moldeó alguna idea sobre ellos? —Creo
que así más o menos fue. Primaba en nosotros, en mí en particular, la
idea de los mapuches como campesinos pobres, explotados y privados de su
derecho a la tierra.
“Por otra parte, la presencia mapuche en los
partidos de izquierda, que me parecía y me sigue pareciendo válida,
eventualmente contribuía a despejar las dudas que alguien pudo tener
sobre la procedencia de aquel enfoque”.
—La relación histórica de la izquierda chilena con el
mundo mapuche se ha traducido siempre en paternalismos ideológicos.
Primero, durante la reforma agraria (1967-1973) entre el campesinado
chileno y mapuche; y luego, con la creación de la CONADI (1993-1997).
Según su posición, ¿cómo podría articularse una nueva relación entre la
izquierda y el movimiento indígena contemporáneo, dejando atrás el
clásico indigenismo de Estado? —La izquierda en Chile y
en todo el mundo tuvo como base fundamental el concepto de clase. La
tendencia a traducir todos los conflictos a uno cuya matriz fuera
clasista o a observarlos desde una perspectiva estrictamente clasista
dificultó a la izquierda la cabal comprensión de varias dimensiones de
lo social, entre ellas la de género, la relación entre desarrollo y
medioambiente, las materias relativas a la diversidad de orientaciones
sexuales y, sin duda, las de raza, etnia o nacionalidad.
“En ese
marco, la reforma agraria del gobierno de Allende tendió a considerar a
los mapuches como campesinos pobres y a asimilar su reivindicación de
la tierra a la de los trabajadores del campo en general. No obstante,
generó avances, y durante su desarrollo hubo diversas experiencias de
lucha que superaban la estrechez de ese marco. El propio Allende alcanzó
a formular distinciones que apuntaban en esa dirección.
“Las políticas de los gobiernos post dictatoriales han estado
marcadas por la incomprensión de las demandas mapuche, por propuestas de
corte integracionista que apuntan como horizonte a la extinción, creo
que a veces sin siquiera pensarlo, o por una suerte de esquizofrenia
entre el diagnóstico y las políticas, como ocurre a mi juicio con el
informe que Lagos encomendó a la Comisión Aylwin, cuyo análisis
histórico tiene un valor indiscutible”.
—¿Cómo cree usted que el actual gobierno ha manejado el
conflicto mapuche en la actualidad? ¿Qué opinión tiene del llamado “Plan
Araucanía” y su implementación?—Ha
continuado con una política que propone la integración al sistema
actual como opción única y que, cuando enfrenta dificultades para lograr
su propósito, utiliza la represión. De esta manera, la criminalización
de las demandas mapuches se ha convertido en pieza fundamental de esta
visión neocolonizadora.
—Desde 1997 en adelante, la radicalización del conflicto
étnico en el sur el país ha sido evidente. En este proceso, aún en
curso, la CAM ha sido la gran protagonista de las movilizaciones
indígenas en Chile. Las zonas rurales se han vuelto, especialmente en
Ercilla, lugares de alta confrontación y violencia política. ¿Considera
que las reclamaciones de la CAM son legítimas? ¿Y sus métodos y
estrategias de acción? —Mantengo como norma de
conducta no pronunciarme sobre las diferencias legítimas que existen
dentro del propio movimiento mapuche.
“En primer lugar, porque no soy un experto y no aspiro a serlo. Segundo, porque mi propósito al escribir el libro Weichan
junto a Héctor Llaitul, ha sido contribuir modestamente a que una voz
mapuche que ha sido denostada y deformada pueda ampliar el espectro de
su resonancia y denunciar la injusticia. En el libro habla Llaitul,
básicamente, y no yo. Lo que él piensa es lo importante, lo que yo
pienso es mucho menos significativo.
“Las reivindicaciones mapuche por tierras y autonomía son, a mi
juicio, absolutamente legítimas. Sobre cómo realizarlas hay diversos
puntos de vista entre los propios mapuche. Quienes concurrimos a las
elecciones del 2009 tras mi candidatura presidencial hicimos una toma de
posición que está en el Programa que la Asamblea Nacional de Izquierda
elaboró entonces y que es heredero de las definiciones adoptadas en 1999
por la candidatura de Gladys Marín y en 2005 por la de Tomás Hirsch.
“Por cierto no todas las materias están tratadas allí. La
problemática es compleja y lo que se requiere es una posibilidad de
establecer un diálogo real, debatir, contrastar posiciones, estudiar
otras experiencias y, sobre todo, identificar la naturaleza profunda del
problema y construir soluciones innovadoras”.
—¿Estaría usted de acuerdo con el “reconocimiento
constitucional” de los pueblos originarios, en su calidad de
pueblo-nación, y una eventual autonomía político-territorial respecto
del Estado de Chile, toda vez que los procesos autonómicos e indígenas
en la región constituirían la profundización de las democracias hacia
sociedades más interculturales, y no atentarían contra los supuestos
principios de integridad territorial y soberanía estatal que tanto
reclaman las élites políticas, especialmente la derecha?
—La izquierda, para serlo, debe proponer un mundo nuevo. En esa
propuesta creo que la izquierda contemporánea debe hacer suya la
aspiración de un mundo donde quepan todos los mundos. Se trata de un
tremendo desafío cultural y político.
“En ese contexto, cuestiones
jurídicas como el reconocimiento constitucional o la autonomía me
parecen pasos esenciales. Los contenidos precisos deben configurarse
considerando otras experiencias que puedan ser útiles y las diversas
opciones que hoy se debaten entre las propias organizaciones mapuche”.
—Usted plantea una izquierda que se abra a todo el mundo
social (género, medioambiente, etnia, clase, entre otros), ¿cuál es el
cambio o camino que debe tomar la izquierda para esa apertura? ¿Otro uso
del lenguaje, distanciarse de ciertas prácticas y abrirse a otras,
moverse con los tiempos y con sus conceptos?—La
relación con el mundo social es esencial para la izquierda. No existe
izquierda sin expresión social, salvo como club de debates. Para mí la
dicotomía entre partidos de izquierda y movimientos sociales no es muy
útil. El punto son las formas como se da esa relación, como se construye
y expresa.
“No hay que inventar todo. Siempre hay que inventar, porque ponerle
un calco a la historia sirve de poco; pero inventar todo no es
necesario. Creer que se parte de cero es un acto de mesianismo. Uno
tiene abuelos y bisabuelos. El movimiento social no nació con los
pingüinos ni el 2011. Recabarren, por ejemplo, desarrolló en paralelo su
acción de organización social y política hace un siglo.
“En los tiempos del allendismo la izquierda se expresó tanto en
partidos como en movimientos sociales y culturales (pobladores,
campesinos, trabajadores, católicos de avanzada, folkloristas y músicos,
entre otros) y movimientos políticos fuertes (el MIR, por ejemplo, o el
propio Partido Socialista que tenía fuertes rasgos “movimentistas”). Ni
la trayectoria recabarrenista ni el allendismo son modelos, pero
constituyen interesantes experiencias colectivas.
“Yo no viví, por ejemplo, la experiencia de Recabarren, pero la he hecho mía. La pienso, la imagino, la siento como mía.
“No tengo una receta, pero veo que hoy el distanciamiento entre las
organizaciones políticas y el mundo social es mayúsculo. Desde ya, en el
acto más simple y menos trabajoso de todos, ir a votar, un 60% de las
chilenas y chilenos no lo hizo en las recientes elecciones. Se trata de
indiferencia o rechazo abierto a un sistema político que es avalado,
cual más cual menos, por los partidos que lo componen.
“Para la izquierda el gran desafío es la convergencia en puntos
fundamentales entre la izquierda más organizada (partidos, entidades
sociales consolidadas) y la menos organizada o poco organizada
(movimientos de diverso calado, agrupaciones de ciudadanos, grupos de
acción, entes deliberativos).
“Sin embargo, los días que corren han probado que es muy difícil, al
menos por ahora: un segmento indispensable de la izquierda ha optado por
dar preponderancia a la acción “desde dentro” del sistema aún a costa
de su propio perfilamiento en el tiempo inmediato, otro está fragmentado
y parece consumido por la microdinámica de muchos proyectos que no
logran y que, me temo, muchos de ellos ni siquiera aspiran a una mínima
cohesión. Una cohesión que no suprima sus diferencias pero que las
coloque en un marco compartido”.
—Es conocida, en la discusión poscolonial, la pregunta de
Gayatri Spivak sobre la representación de los grupos colonizados. En el
contexto chileno, ¿cree usted que el subalterno puede hablar? ¿Cómo se
puede dar esa voz cuando su representación política es casi inexistente? —Puede balbucear…
“Creo que una de las tareas es habilitar espacios para que su palabra
pueda manifestarse con la menor intervención posible. Toda mediación va a
condicionar la palabra del subalterno, pero no toda buscará
intencionalmente deformarla. El libro que escribimos con Llaitul es un
intento de liberar su palabra y darle más alcance. Para ese efecto, la
mía se mantiene, en ese texto, comprometida pero distante”.
—Al inicio de Weichan, usted parte narrando un WeXipantu y
en la misma introducción dice que los libros permiten escapar a la
linealidad de la vida. ¿Cómo ve usted la relación entre el uso de la
escritura y la representación? ¿De qué forma usted trató de escapar de
esa linealidad que la vida impone y enfocarse en una escritura más
intervencionista?—No
soy un teórico de la escritura, sólo tengo a mi haber algunas lecturas.
En el WeXipantu pensé sobre el contraste entre el tiempo lineal a que
estamos habituados y el tiempo circular que es parte de otras culturas.
Me interesa esta diferencia y estoy leyendo de a poco sobre el tema.
Entre otras cuestiones tengo interés en comprender mejor los desarrollos
de la física. Es un tema, como usted seguramente sabe, muy complicado
para gente de otros oficios…
“Para mí la escritura es el espacio de máxima libertad. Esto ocurre
particularmente cuando uno se interna en el terreno de la ficción, pero
también la organización y edición de un libro son en cierto sentido una
ficción (su desarrollo por capítulos, los cortes, las denominaciones, el
ir y venir de los tiempos, los fragmentos de otros textos que acuden a
confirmar o negar).
“La propia política se basa —o debiera basarse—
en historias, en relatos, en diálogos. No entiendo la política del
silencio como tal; la puedo entender como un cálculo o una estrategia
de márketing, pero no como política. Entonces, uno pudiera
decir que la imaginación, y con ella la ficción, son elemento central de
la política”.
—Con respecto a lo anterior, ¿tendrá que ver esa intervención el haberle dado la palabra a Héctor Llaitul?—Sí,
creo yo, pero pienso que él tenía la palabra mapuche. Yo no la tenía y
no podía dársela. Él la usó extensa y rigurosamente en nuestro primer
encuentro. Su exposición me hizo sentir que debía continuar
escuchándolo.
—Ante los más de 35 días de huelga de hambre de Héctor
Llaitul y Ramón Llanquileo, ¿es aquello una demostración de la falta de
voluntad y diálogo de la clase política con los sectores movilizados de
la sociedad mapuche? ¿Es signo de soberbia y violencia cuando el Estado
condiciona el diálogo? —Para citar al propio Llaitul:
el cuerpo es la única arma de la que dispone hoy día. Esta es su cuarta
huelga de hambre larga. Pronto completará trescientos días en total.
“Yo no pretendo que un gobierno se rinda ante un huelguista. Pero, ¿no
sería razonable entender que detrás de estas manifestaciones, repetidas,
realizadas por diversos sujetos en momentos distintos de los últimos
años, hay una convocatoria a hacer un alto, reflexionar y plantearse
otras alternativas de política? Me parece lo mínimo pero, por el
contrario, el gobierno intensifica el modo de actuar.
“La oposición es tímida, a veces silenciosa, apenas se hace escuchar,
teme desdibujar la postura “razonable” y “moderada” que da seguridad a
los grandes poderes económicos.
“La cuestión torpe e injustificable del carabinero que no es removido
luego de ser sentenciado como responsable de la muerte de Matías
Catrileo es de una insensibilidad incomprensible, a menos que uno
interprete que a todos les conviene intensificar el despliegue
represivo.
“Unos para controlar mejor el curso de sus inversiones depredadoras y
su expansión, por medio del temor y el escarmiento. Otros para levantar
una bandera contra la violencia que les ahorre el deber moral de
pronunciarse claramente, o sea una no violencia sin proyecto.
“Al fin de cuentas, le echan más leña a la hoguera, anuncian que las llamas proliferan y luego las alimentan más todavía”.
——
* 25 de diciembre de 2012.
En www.revistainterperie.cl
*Fuente: Sur y Sur
Addenda
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Vía:
http://www.piensachile.com/index.php?option=com_content&view=article&id=10907:2013-02-13-02-04-58&catid=1:opinion&Itemid=2
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