(APe).-
“Yo le pido a Dios que me haga ese milagro de encontrar a mi pobrecita
hija”, dijo Susana Trimarco alguna vez, hace unos seis años a esta
periodista. Ya hacían cuatro que le habían arrancado a Marita de sus
brazos. Por esos días acababa de desistir de viajar a Olavarría porque
el mensaje había sido demasiado claro. Si viajaba desde Tucumán a
buscarla en esa ciudad cementera en donde –le avisaron- la habían visto
en el prostíbulo “La Morocha”, tomarían represalias con su nieta,
Micaela. Susana ya había perdido demasiado y no quiso arriesgar a “la
Mica”, que por entonces tenía 10.
El entramado que se desnudó en
la ciudad chica era el mismo que ayer quedó expuesto en el juicio en el
que absolvieron uno tras otro a cada uno de los 13 imputados. Un pulpo
mafioso de infinitos tentáculos hacia la justicia, la policía, el poder
económico. Con ligazones hacia el narcotráfico, la compra-venta de
armas, el negocio de vidas humanas. Con vínculos estrechos hacia la
muerte.
“Yo a éste lo conozco”, había dicho una de las mujeres en
“La Morocha”. Ese “éste” al que señalaba por lo bajo hablando con otra
compañera era un fiscal. Marita, sin embargo, ya no estaba allí. Quién
sabe qué caminos la habrían empujado a emprender. En su lugar, habían
rescatado a una adolescente.
Los que la buscaron, antes de irse,
dijeron a esta periodista que “el análisis que hacíamos es que Olavarría
es un aguantadero, un lugar de paso para esconder por un tiempo a
chicas que son prostituidas cuando las cosas se ponen muy calientes en
la ciudad donde las hacen trabajar”.
El país está infestado de
“aguantaderos”. Donde estallan los gritos ahogados. Donde las telerañas
de perversidades engullen indefensiones. El país está atestado de
“aguantaderos” en los que se trafica para la corona. En donde no sólo se
endiosa a la crueldad violentando las dignidades, sino que además se
suman uno tras otro los pesos que prolijamente serán reservados como
botín de guerra. Cada fin de semana miles y miles de pesos embocarán el
camino de una comisaría, de un funcionario X, de un juzgado determinado.
Cada fin de semana esos miles de pesos engordarán bolsillos,
redondearán sonrisas, multiplicarán poderes. Avalarán silencios.
Comprarán simpatías.
Acelerarán papelerío burocrático.
Engullirán vidas. Olvidarán nombres. Marcarán pieles. Secuestrarán
ternuras. Picanearán sueños. Destrozarán amores. Apadrinarán orfandades.
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Fernanda
Aguirre. Florencia Pennacchi. María Soledad Morales. María Cash. Marita
Verón. Magalí Giangreco. Erica Soriano. Sofía Herrera. Ramona Mercado.
Graciela Cañete… Asesinadas o desaparecidas. Masacradas.
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“Mi
vida era una vida normal y muy feliz con mis hijos. Con mi esposo
estamos casados hace 30 años. A los 17 nos pusimos de novio y a los 21
nos casamos. Y así seguimos hasta el día de hoy. Tenemos dos hijos
maravillosos. El mayor, Daniel, que ya tiene su familia formada y María
de los Angeles, Marita, mi segunda hija. Yo traté en todo lo posible de
criarlos y educarlos cuidándolos mucho. Los llevaba y los traía. A
Marita la dejábamos en la puerta del colegio a las 7.30 y luego la
buscaba mi marido. Yo estoy orgullosa de Daniel y de Marita. Yo sé que
ella, con todo esto que está pasando, es una chica valiente, fuerte.
Sabía muy bien lo que quería para su vida, tenía un proyecto de
estudiar, trabajar y progresar en la vida. Marita estudiaba licenciatura
en Arte y a la vez hacía cursos de todo tipo. Pero también tenía su
hogar, su negocio, su vida sana de familia. Y nunca en la vida habíamos
imaginado que existían estas cosas. Era como un sueño”, dijo Susana
Trimarco a esta periodista en 2006. Cuatro años más tarde, hundido en la
depresión, moriría Daniel, su marido.
“Ellos me hicieron fría”,
decía ayer Susana después de escuchar la sentencia durante la que sus
ojos se mantuvieron mustios. “No les voy a perdonar las lágrimas de
Micaela. Las van a pagar con el cargo”, soltó.
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"Yo
hace días atrás recibí una carta anónima donde me decía un funcionario
judicial que no espere justicia de esta gente, porque ellos recibieron
mucho dinero de los Ale para que frenen y mi hija no tenga justicia",
denunció Susana Trimarco. “El Poder Judicial de Tucumán está podrido”.
Beatríz
Rojkés de Alperovich, la tercera en sucesión presidencial, la esposa
del gobernador tucumano, pareció sentirse aludida, recogió el guante y
dijo que “nos acusan de cosas terribles. Yo lo único que digo es que, si
el gobierno es mi marido y yo, no estamos protegiendo a nadie". Y aún
más: “la prostitución existe y va a seguir existiendo. Se termina con
los prostíbulos y comienzan los departamentos”.
Hace apenas un
par de meses, el Centro Interdisciplinario de Estudios Culturales
(CIDEC) y el Instituto para Pensar Buenos Aires (IPEBA) la conmemoraron
con un premio al “compromiso social femenino”. A poco de haber culpado a
los padres de una nena de 6 años asesinada en su provincia de
descuidarla “por borrachos”. A poco de haber dicho a la mamá de un chico
tucumano muerto por paco que “ahora, por lo menos, vas a poder dormir
mejor sin tener que preocuparte porque esté en la calle”.
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Micaela
cumplió hace poco 14 años. Es adulta hace demasiado tiempo. Los
fantasmas del odio y de la muerte le arrancaron la infancia de una sola
cuchillada. La hundieron profunda. Los fantasmas del odio y de la muerte
ocuparon el olimpo, ordenaron destrucciones, exterminaron abrazo.
Engulleron a Marita con el aval de cada uno de los perpetradores del
poder que siempre, sistemática y cruelmente, sacuden todo atisbo de
felicidad. La dejaron a Micaela sin mamá. Acribillaron de mil balazos la
maternidad de Susana y a la vez se la multiplicaron en cada una de esas
mujeres niñas que fue rescatando.
Patria nuestra que estás en la
sangre, escribía Gelman. Ríos enteros le fueron derramados. Riegan esta
tierra y la tiñen de rojo en cada gesto. En cada palabra. En cada
muerte. En cada sentencia.
Fuente,vía:
http://www.pelotadetrapo.org.ar/agencia/index.php?option=com_content&view=article&id=7537:el-martirio-de-marita-y-la-justicia-prostibularia&catid=36:notas-en-el-home&Itemid=107
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