(APe).-
Una vez más, el Estado vistió los ropajes de la perversidad. Vulneró la
historia, desoyó la vida, no buscó donde debía buscar. Como antes,
tantas veces, llegó demasiado tarde. Sofía Milagros Viale estuvo –con
sus 12 años tenues- sesenta y seis días desaparecida desde aquel 30 de
agosto a las cuatro y media de la tarde en que salió a vender panes,
roscas y masitas que cocinaba su mamá. Empujando su carrito, como
siempre. Ya tres horas más tarde no respondió al llamado materno al
celular. Otras tres horas después, presentaron la denuncia ante la
policía. Fue encontrada –irreconocible, quebrantada, destruida- sesenta y
seis días después, bajo una parrilla, en el patio de la casa de un
hombre que ya cargaba con una condena por abuso sexual a escasos 100
metros de donde ella vivía.
Como antes, tantas veces, el Estado
llegó demasiado tarde. Sesenta y seis días tarde para Sofía. Cinco meses
tarde, para Marela Martínez, que con sus 9 años, fue hallada en el
tanque séptico de la casa de un vecino, en Avellaneda. Nueve días tarde
para Candela Sol Rodríguez, con sus 11 años, en una historia que reveló
los entramados sistémicos de la crueldad, la droga y la connivencia
institucional.
Sofía había salido a vender sus panes. Marela
había ido al kiosco a comprar un regalo para su mamá. Candela esperaba a
sus amigas en la puerta para ir juntas a la parroquia San Pablo
Apóstol, donde integraban el grupo de boy scouts.
Sistemáticamente
se golpea la puerta equivocada. Se busca y se indaga lejos de la
verdad. Se abona la entrega en sacrificio de la infancia.
Sistemáticamente la policía dirá “fueron los fiscales que no dieron la
orden a tiempo”; los fiscales pronunciarán: “no teníamos recursos para
investigar”; los gobiernos dirán: “vamos a investigar los que ocurrió
hasta las últimas consecuencias”.
A Sofía la buscaron en los
basurales de General Pico. Requisaron en el auto de su abuela.
Observaron con lupa los movimientos familiares. Requisaron en sitios de
San Luis, Córdoba, Mendoza y Buenos Aires, donde la pequeña tenía lazos
familiares. La encontraron enterrada a una cuadra de su casa. "Lo que
nosotros les decíamos no lo tomaban en cuenta, porque nosotros para
ellos también éramos sospechosos. Es una vergüenza, ninguna explicación
me dieron", dijo la mamá. "No va a quedar nadie ahí, se tienen que ir
todos porque no saben nada. La buscaban muerta, sino para qué lo hacían
en el basurero, en el desagüe y en la cloaca", reclamó.
A Sofía
no la encontraron por agudeza investigativa. El papá de otra niña de 14
años, que había alcanzado a fugarse de esa misma casa, avisó a la
policía y fue por su cuenta a tratar de romper puertas y ventanas. A
Candela la encontró una mujer que revolvía basuras, como cada día, esa
tarde de agosto de un año atrás.
Una y otra vez el mismo Estado
ofrece sus tentáculos de crueldades viejas y afiladas. Empuja a los
acantilados del olvido. Y llora a destiempo cuando ya todo es muerte.
Cuando no hay máquina del tiempo que pueda regresar a Sofía a la Escuela
de Educación Técnica 2 a la que iba. Cuando ya no hay modo de
encontrarla empujando su carrito de panes y roscas para quien quiera
comprar.
Sofía había nacido para reir. Tal vez, en otro contexto,
en otras geografías, en otros tiempos, hubiera jugado a la mancha con
Candela o hubiera intentado una carrera feroz a la manzana con Marela.
Fueron devoradas en un pacto social tácito que permite sacrificios
suicidas en una sociedad que corta sus brotes y asesina y destruye la
primavera.
Vía:
http://www.pelotadetrapo.org.ar/agencia/index.php?option=com_content&view=article&id=7482:sofia-sin-milagros&catid=35:noticia-del-dia&Itemid=106
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