México. “Estamos a
punto de no poder volver atrás”, afirma Catherine Marielle Meyer,
coordinadora del programa Sistemas Alimentarios Sustentables (SAS), del
Grupo de Estudios Ambientales. Para la investigadora, “si se otorgan los
permisos de cultivo comercial de maíz transgénico, la Secretaría de
Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (SAGARPA)
y la Secretaría de Medio Ambiente y recursos naturales (SEMARNAT)
habrán fallado en su obligación de proteger la vida en México”.
Los transgénicos son organismos
genéticamente modificados o transformados, en los cuales se han
insertado genes de otras especies –que pueden ser bacterias, plantas o
animales– que los hacen resistentes a la aplicación de agrotóxicos.
Estos organismos son señalados por muchos expertos, debido a la
contaminación irreversible que implican para muchas plantas
convencionales, y por ser responsables de daños sanitarios y
ambientales.
De los cincos permisos solicitados a la
SAGARPA y a la SEMARNAT para la siembra comercial de semillas
transgénicas, dos son de la trasnacional Monsanto, y abarcan una
superficie total de un millón 400 mil hectáreas en el estado de Sinaloa,
y tres son de la empresa PHI México, filial de Pioneer, que abarca más
de un millón de hectáreas en el estado de Tamaulipas.
Hasta la fecha, 177 permisos de
experimentación y pilotos han sido otorgados para preparar la llegada
del cultivo comercial de los transgénicos, lo que bastó, de acuerdo con
la científica del Grupo de Estudios Ambientales, asociación que lucha
desde 1977 para la preservación del medio ambiente, para impactar el
ecosistema mexicano: “Ya tenemos muchas milpas y campos de híbridos
convencionales contaminados.
“Tanto la soya como el maíz transgénicos
involucran una afectación ambiental: si vamos a sembrar una planta
resistente al gifosato (herbicida comercializado como Roundup), se
podrán aplicar enormes cantidades de agrotóxico que contaminarán toda la
vida el suelo y los cuerpos de agua, además de la salud de los
trabajadores y de la gente de los campos”.
Aunque las empresas y científicos a su
favor los presentan como un avance y un posible remedio al crecimiento
de la población global, han sido criticados desde su aparición por sus
impactos negativos en términos de salud. Un estudio del doctor
Gilles-Éric Séralini, realizado en la universidad de Caen,
Francia,destacó los desarrollos anormales de tumores en una población de
ratas alimentadas con el maíz NK 603, variedad de maíz transgénico que
está en espera de aprobación en las comisiones de la SAGARPA.
Para la coordinadora del programa de
Sistemas Alimentarios Sustentables, la polémica causada por la
publicación del estudio del doctor Séralini destaca la falta de estudios
independientes: “Lo que en México debemos de hacer es emprender
estudios adaptados para el caso propio del país”.
En México, centro de origen del maíz que
cuenta con más de 60 razas y miles de variedades, el riesgo ambiental
del cultivo de transgénicos es la contaminación de los cultivos
originarios. Catherine Marielle explica que “progresivamente se irá
contaminando el maíz, tanto por la polinización libre que hace el polen
que es transportado por el viento o por insectos, como por el
intercambio libre de semillas que es una práctica tradicional milenaria
en México. Es un proceso irreversible.
“Tenemos una altísima responsabilidad en
preservar este patrimonio; se trata de un germoplasma muy diverso,
adaptado a través de milenios de trabajo de los pueblos indígenas y
campesinos de México”.
La preservación del patrimonio biológico
y cultural que representa el maíz en México es el propósito de la
Campaña Nacional Sin Maíz No Hay País, movimiento que une más de 300
organizaciones de diversos horizontes en defensa del maíz. El sábado 29
de septiembre realizaron una marcha creativa en el centro de la Ciudad
de México, en el marco del día nacional del maíz.
Los activistas señalaron que “sólo la
unión de los habitantes del campo y la ciudad logrará que el maíz,
alimento básico, corazón y sustento de México, sobreviva a las
trasnacionales que, como Monsanto, buscan apropiarse de su gran riqueza,
aportada al mundo por nuestros antepasados”.
El modelo económico de las empresas
agroalimentarias que desarrollan los transgénicos descansa sobre la
privatización de los bienes comunes, que son las plantas e implicará una
dependencia de los campesinos.
Marielle explica que lo que está en
juego es la soberanía alimentaria “porque las corporaciones patentan las
secuencias genéticas que insertaron en sus semillas. Implica que las
empresas transgénicas puedan ir a perseguir a los agricultores cuyos
campos fueron contaminados por no haber firmado y cobrado un convenio o
un trato con ellas, como está sucediendo en Estados Unidos y en Cánada
donde hay una policia genética privada”.
Es importante destacar que un agricultor
que compra sus semillas a una de estas empresas no tiene derecho a usar
sus propias semillas, sino que está oligado a comparlas de nuevo.
Sin que sean conocidas las consecuencias
de su consumo, y contrario a lo que recomienda el principio de
precaución, los organismos geneticámente modificados ya están presentes
en la alimentación de los mexicanos a través del maíz importado de otros
países. Diez millones de toneladas son importadas cada año de Estados
Unidos, cuya producción proviene en un 80 por ciento de cultivos
transgénicos, y dos millones de toneladas de Africa del sur. No existe
ninguna obligación de mencionar el origen transgénico en la etiqueta de
los alimentos.
En Argentina, descrita por Catherine
Marielle como la “república de la soya transgénica” por sus 14 millones
de hectáreas cultivadas, el doctor Andrés Carazco de la universidad de
Buenos Aires ha demostrado el terrible impacto glifosato, un herbicida
que acompaña la soya transgénica y que ha incrementado en todas las
zonas de siembra los casos de cáncer.
Concluye la científica del Grupo de
Estudios Ambientales: “A nivel mundial hay una gran batalla, tanto por
parte de los países y de las organizaciones que luchan contra los
transgénicos como por parte de los países que aceptaron los lineamientos
de las corporaciones transnacionales agrobiotecnológicas lideradas por
Monsanto. Luchan por el control del mercado de las semillas porque el
que domina el mercado de las semillas controla una parte vital de la
cadena agroalimentaria”.
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