(APe).-
José Rivero, Nicolás Arévalo, Ezequiel Ferreyra, los primos Portillo,
el 70% de los niños nacidos alrededor de las tabacaleras de Misiones,
con malformaciones y piel de cristal, los pibes que juegan y comen
tierra cerca de las tomateras de Lavalle, los muertos de cáncer y los
114 niños contaminados en Barrio Ituzaingó. Y cientos más y miles más
que se acuestan a dormir a la vecindad de la soja y se levantan con el
cuerpo y los pulmones embadurnados de glifosato. Y se mueren lentamente
cada día. Todos, en cada rincón, en cada plantío, en casitas perdidas o
debajo de la tierra vieron cómo la Justicia apretaba el picaporte el
martes de noche. Y daba dos noticias raras: fumigar con agrotóxicos
encima de la gente es delito. Envenena y mata. Pero ese delito no se
condena con cárcel. Un chacarero y un fumigador aéreo son culpables
para la Justicia que abrió despacito la puerta. El que sembró corriendo
las fronteras de su plantío sobre la mesa de la gente. El que fumigó,
lloviéndole veneno a la piel y al agua de la gente. A ninguno de los dos
le importó la vida. Pero son el último eslabón. Los perejiles del
sistema. ¿Cuándo se sentará al Estado ante los estrados del Tribunal?
¿Cuándo al modelo impuesto por los poderes económicos y avalado
servilmente por la política? ¿Cuándo a Monsanto, a la Barrick, a
Cargill, a Alumbrera, a las legislaciones ad hoc, a los gobernadores
cómplices, a los medios mudos o secuaces, al cianuro, al endosulfán, al
glifosato? ¿Cuándo ante la Justicia el modelo extractivo que vacía el
vientre de la tierra, desaloja, envenena y desertifica? ¿Cuándo el
juicio al modelo que viola los derechos humanos de la gente indefensa y
desguarnecida?
*****
Cuatro años
atrás Medardo Avila Vázquez vio la lluvia tóxica que caía sobre las
casitas de Ituzaingó. Era el subsecretario de Salud de la Municipalidad
de Córdoba. Su denuncia por “envenenamiento” y la presencia de
endosulfán y glifosato en los patios se sumó a la de las Madres de
Ituzaingó en 2004 que es la que logró sentencia el martes. Un milagro en
el reino de la in-justicia. Una mínima caricia en el alma para los
silenciados. Pero caricia al fin. Aunque el poder sonría ante el destino
de su infantería y sostenga la impunidad para multiplicar la apuesta. Y
el veneno. Cincuenta millones de toneladas de soja cosechadas por año
en diecinueve millones de hectáreas que en 2003 eran apenas doce,
necesitan de 190 millones de litros de agrotóxicos que le maten la mala
hierba. Es el veneno una de las patas que hace viable el perfil
agropecuario feroz, sostenido en el imperio de la soja transgénica que
ocupa el 56% de la superficie cultivada. Pero no sólo mata la mala
hierba. Mata también a esa maleza excedente que suelen ser los niños.
Fue
en diciembre de 2008 cuando, a partir de la presentación de la
municipalidad cordobesa la Justicia prohibió la fumigación a menos de
500 metros del barrio Ituzaingó. Sólo podían lanzar lluvias de
agrotóxicos desde el aire a 1500 metros de distancia. La disposición se
basó en la Ley Provincial de Agroquímicos que prevé penas de hasta diez
años de prisión. La denuncia de las Madres se basaba en la Ley Nacional
de Residuos Peligrosos que prevé penas similares.
El 80 por ciento
de los niños del Ituzaingó tienen agroquímicos en sangre. Algunos tienen
media docena de insecticidas y herbicidas en el cuerpo. Hasta fuera del
barrio hubo chicos con análisis positivos de envenenamiento.
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Un
productor condenado –uno absuelto- y un aerofumigador condenado, los
dos a tres años, en libertad, son símbolos. Señales de que hay sacudones
bajo la tierra. Señales de que hay pelea por dar. Lucha por venir.
Es
un desprecio a la vida que se llevó, entre tantos, a José Rivero
(cuatro años), a Nicolás Arévalo (cuatro años) en Lavalle, Corrientes; a
los tres primitos Portillo en El Tala, Entre Ríos; a Ezequiel, en el
establecimiento Nuestra Huella, Pilar. Y a centenares que murieron por
cánceres y leucemias que todos se negaron a explicar, que nacieron sin
dedos, que no lograrán entender bien lo que leen, que tienen los
pulmones con catarro eterno. Ahora ese desprecio a la vida tiene dos
caras. Aunque sea evidente que son lo peones de este juego de mano
intocable que mueve las piezas.
*****
Lucas
nació cerca de las plantaciones de tabaco misioneras. A los ocho meses
tenía ictiosis severa, una enfermedad de la piel común en las
tabacaleras. La exposición a agrotóxicos deja a los niños escamosos.
Como peces. Andrea, a los 14, tiene piel de cristal. Se hiere y se
ampolla apenas del aire. El aire se vuelve cuchillos cuando la toca.
Cinco de cada mil chicos misioneros nacen con malformaciones. Y se
multiplican alrededor de las pasteras y tabacaleras, donde los
agrotóxicos están en el aire y en el agua. El investigador y abogado
Raúl Godoy aseguró que hay en Misiones unos 3 mil niños afectados por
agrotóxicos. Y que en la provincia se utilizan varios venenos prohibidos
en otras partes del mundo. El 70 por ciento de los niños que nacen en
estas zonas tiene malformaciones. Y el cáncer está a la vuelta de la
esquina. El endosulfán es mortífero y barato. Por eso su uso masivo en
el país, a pesar de que el Convenio de Estocolmo sobre Compuestos
Orgánicos Persistentes –del que la Argentina es suscriptora- lo prohibió
por su “extrema peligrosidad”. La Red de Acción sobre Plaguicidas –600
organizaciones de 90 países– describe sus efectos: “deformidades
congénitas, desórdenes hormonales, parálisis cerebral, epilepsia, cáncer
y problemas de la piel, vista, oído y vías respiratorias”. El glifosato
es el agrotóxico estrella del planeta sojero. El célebre Roundup de
Monsanto, que se esparce de a diez litros por hectárea. Donde pasa el
Roundup nada queda. Salvo la soja transgénica, preparada para sobrevivir
a todo.
A Mercedes Méndez, enfermera del Garrahan e integrante de
Pueblos Fumigados, la mamá de Nicolás Arévalo le contó que vivían frente
a una tomatera en Lavalle donde “tiraban venenos”. “Que en esos días
habían tirado y que las zapatillas de los chicos tenían incluso pegado
el barro que se había hecho al mezclarse con el agua que venía de la
tomatera”. Su hermanita Celeste se salvó, apenas, del transplante
hepático. Cuando Mercedes supo de la muerte de José, en el mismo
pueblito de Corrientes, se imaginó “que en lugar de haber sido por
agrotóxicos, hubieran sido dos muertes en un año, en una ciudad de 5000
habitantes como Lavalle por inseguridad por ejemplo ¿cuál habría sido
nuestra reacción como sociedad? ¿Y la reacción de los medios,
corporativos o no?”.
Clarín se enteró de la muerte de José casi dos meses después. Y la informó como si hubiera sido casi dos horas antes.
Los tomates de la tomatera fatal que mató a José y Nicolás, ¿dónde se habrán vendido? ¿En qué mesas se habrán consumido?
Son los tomates más rojos del mundo. Los tomates más muertes.
Nicolás y José tenían cuatro años.
Vía,fuente:
http://www.pelotadetrapo.org.ar/agencia/index.php?option=com_content&view=article&id=7349:los-ausentes-en-el-banquillo-del-juicio-a-los-envenenadores&catid=35:noticia-del-dia&Itemid=106
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