Foto: Omar Meneses/ archivo La Jornada
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–Hacia los quince años con un profesor que me alentaba empecé a leer. Como todo el mundo, leyendo me vinieron las ganas de escribir. En esa época yo vivía en un medio un poco aislado, el del exilio español. Los autores eran los poetas del veintisiete, especialmente Alberti, García Lorca, la generación del noventa y ocho. Y luego poetas cercanos, como Emilio Prados. Ya un poco después lo descubrí y fue una gran influencia para mí. En una época leí mucho a Saint-John Perse, a Claudel y a Péguy, pues me dijeron que tenía cierto parecido. Me sorprendí mucho, porque no me veía ninguno. Hubo, en realidad, una primera época muy ingenua en que ni siquiera tenía todavía lecturas. Era una poesía muy ingenua la mía por aquellos días, pero con mucho frescor, que ahora me gusta mucho.
–¿Cuál es la generación de poetas a la que usted pertenece?
–Una de mis disidencias, no voluntarias, es que hay una generación española, de gente más o menos de mi edad, a la que no pertenezco. Hay una generación mexicana a la que tampoco pertenezco. No es un mérito, es más bien mi destino. Siempre he estado al margen de todo. Soy marginal a causa de la historia, la guerra mundial y las circunstancias. Tampoco en el exilio quise “identificarme” sino que también dentro del exilio me “desmarqué”. Cuando hicimos la Revista Mexicana de Literatura, en ese grupo estaban García Ponce, Juan Vicente Melo, Jorge Ibargüengoitia, José de la Colina, al final se acercaron también algunos jóvenes como Monsiváis y Huberto Bátiz. La revista existía antes. Cuando entré la dirigía Carlos Fuentes y estuve primero de colaborador, luego de codirector; finalmente, cuando Fuentes la abandonó, hice una nueva época, que dio comienzo hacia 1957.
–¿En qué año conoció usted a Paz y cómo fue su relación con él?
–Paz fue mucho después. Yo lo leía y lo admiraba. Justo cuando entré a la Revista Mexicana de Literatura había estado excluido de la literatura mexicana por un par de años, porque Alfonso Reyes decidió anatematizarme. Me excluyeron durante dos años enteros. Hicieron sin mí la Revista Mexicana de Literatura. Mi generación –por eso digo que yo no tengo generación– era ésa pero yo no estaba. Eran Carlos Fuentes, Jaime García Terrés, Emmanuel Carballo, Fernando Benítez, Tito Monterroso, en fin, era la generación de los cincuenta o bien un poco antes. Escribí un artículo sobre un libro de Reyes que no le gustó y entonces cogió el teléfono. Fue sobre Trayectoria de Goethe. Hizo tres llamadas y yo ya estaba borrado para siempre.
–En sus ensayos, ¿qué temas ha tocado?
–Son casi siempre temas relacionados con el lenguaje y la poesía. He abordado también temas de lingüística. Bueno, la lingüística propiamente dicha no tanto, más bien la lengua. Me interesan los lingüistas porque se meten en esos terrenos. Se ponen a hablar de la lengua como si supieran de verdad qué es. La lengua no es de ellos, es de los poetas. Yo dialogo con los lingüistas.
–De los premios, las becas, los reconocimientos, ¿cuáles son los que le han acarreado mayor satisfacción?
–La beca de creador emérito del Fonca. He obtenido algunos premios, aunque nunca me he presentado a ninguno. Siempre he tenido muchas dudas sobre los premios. No digo que propiamente no deban existir, aunque debería haber muchos menos y con mucho más sentido. Creo que todos estos premios que tenemos hacen mucho más daño que bien a la literatura. No comparto la idea de que los artistas seamos unos desvalidos. Tampoco pienso que los gobiernos tengan obligación de mantenernos. Además no considero que nos haga tanta falta. Un escritor puede hacer mucho. Uno puede trabajar honradamente y desarrollar una obra. Yo me he ganado la vida como mecanógrafo, corrector y traductor. Oímos hablar ahora de la incultura pavorosa que tenemos en nuestra civilización. La pérdida total por parte de la gente de su propia lengua, su propia tradición. En esa situación lamentable es muy fácil tener una visión de la literatura como una especie de competencia. Hay premios que hacen pensar que entre los escritores hay campeones, como entre los futbolistas. Eso deforma por completo la idea. Y como eso está mezclado con los medios masivos, que están podridos y pudren la civilización, creo que los escritores somos a veces demasiado frívolos y tendríamos que tener un poco más de seso. Yo he dicho veinte mil veces: “Si quieren fomentar la literatura –bueno, la cultura, el cine, todo eso– no la van a fomentar dándome una beca y un premio a mí, usen ese dinero para hacer bibliotecas, para educar a la gente.”
–Maestro, finalmente, ¿qué representa para usted la poesía?
–Ah, eso sí que no tiene respuesta. La única respuesta es absolutamente equivocada, que es la que dio Bécquer. Para mí es lo mismo que la vida. Yo no me puedo imaginar vivir sin hacer poesía. No quiero decir que todos los demás tengan que vivir así. Hay muchas maneras de vivir. La mía es la poesía, como para una señora seductora es el amor y el sexo. Ésa es su vida. Bueno, cada poeta tendrá sus ideas. A mí lo que me gustaría es que cuando alguien lee un poema mío tuviera una especie de revelación, que viera algo, no nuevo, pero diferente en la vida. Algo real que no había visto antes.
Fuente, vìa :
http://www.jornada.unam.mx/2011/12/11/sem-raul.html
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