lunes, 26 de diciembre de 2011

Cultura Mèxico : Tomás Segovia y la sabiduría de la poesía Javier Aranda Luna

Afines de 1974 Tomás Segovia se quejaba con Octavio Paz en una carta, del silencio que rodeaba a sus libros. A pesar de ser un autor conocido, era presa del ninguneo, esa tradición negra de la cultura mexicana. Diez años después, al parecer, la situación era la misma. En una carta de Octavio Paz a Segovia, fechada el 19 de febrero de 1985, le decía: es verdad, no nos hemos portado muy bien contigo. Me sigue doliendo nuestro silencio ante uno de los mejores libros de poesía en nuestra lengua entre los publicados en los últimos 15 años.
Paz se refería al volumen Poesía, 1943-1976, libro publicado por el Fondo de Cultura Económica en 1982, tres años antes de la carta referida y que Vuelta, la revista del Premio Nobel, no había consignado. Según refiere Paz, un colaborador había dejado un ensayo a medias sobre Poesía y mientras lo esperaban para su publicación el tiempo pasó. Esa omisión, escribió Paz, fue uno de los pecados de Vuelta. Lo siento como una falta mía.
El primer conjunto de poemas publicado por Tomás Segovia fue La triste primavera, en una edición de 200 ejemplares, impresos en multilit, armados, cosidos y encuadernados a mano por el autor bajo el sello editorial de Publicaciones de la revista Hoja. Fueron repartidos en 1950. Le siguieron Siete poemas, publicados en la célebre colección Los Presentes de Juan José Arreola en 1955. Más tarde publicó Apariciones, Luz de aquí, El sol y su eco, Anagnórisis e Historias y poemas.
Anagnórisis ha sido considerado por algunos el libro más ambicioso de Tomás Segovia porque en él se concentran todas las experiencias creadoras del poeta que es uno y los otros . Y tal vez lo sea por su elaborada estructura donde lo mítico y lo cotidiano confluyen, como nos lo ha hecho ver Aurora Sánchez Rebolledo. Sin embargo no es un pecado afirmar que Tomás Segovia será recordado por uno de sus más extensos poemas publicado en Historias y poemas: Besos. Los 136 versos de Besos cumplen plenamente con la idea del escritor de hacer una poesía interpretable. Es decir una poesía entendible en el contexto creado por el autor de los versos y el lector que termina de construirlos. En este sentido Segovia no aspiraba a hacer una poesía impenetrable sino audible. Una poesía capaz de quedarse en la oreja como quería Quevedo.
¿Besos renueva el lenguaje erótico de la poesía? No, pero no importa: es verdad que existen muchos ejemplos del erotismo en la literatura: de El collar de la paloma al Cantar de los cantares, de los versos de Safo a los de Ovidio o del mismísimo John Donne a Renato Leduc o a Julio Cortázar que escribió en su novela Rayuela uno de los poemas eróticos más bellos que se hayan escrito en prosa. Besos nos muestra que aunque no hay nada nuevo bajo el sol en materia de erotismo cada beso es diferente y cada caricia única.
Aunque Tomás Segovia fue sobre todo poeta, también fue un magnífico traductor, ensayista y crítico. No sólo eso, también fue un artesano. Construyó una casa de madera en Morelos y le gustaba hacer libros de manera artesanal. No extraña por ello que sus poemas sean construcciones verbales, pulidas como la madera y como ella ensambladas.
Segovia creyó que ser poeta era no saber que hacer con la palabra y que la poesía era a fin de cuentas, la sabiduría de la humanidad, el deseo y la vida misma cuya estructura formamos y nos da forma.
Tomás Segovia se llama un boticario tonto en los Recuerdos del porvenir de Elena Garro. Tomás Segovia es en la literatura hispanoamericana un poeta sabio y memorable porque no pocos se saben sus versos de memoria.
Cuando murió el escritor Eugenio Montejo en 2008, Tomás Segovia escribió que al morir un poeta todos nos sentimos un poco en falta. “Suele asaltarnos un vago deseo, obviamente a destiempo, de ponernos a leerlo, tal vez por primera vez… Y es que nada efectivamente nada tiene de extraño que nos sintamos en falta, porque al morir un poeta sentimos que ha muerto un hombre que vivió para ser escuchado”.
En El viejo poeta Segovia escribió unos versos que podríamos imaginarlos en su epitafio: De lo que el día hacía hice siempre mi historia/ y ahora en todas partes los sitios me la cuentan/ Todo se acuerda de mi vida/ Todo es tan mío como mi memoria.

Fuente, vìa :

http://www.jornada.unam.mx/2011/11/16/opinion/a06a1cul

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