(apro).- España ha vuelto a estar en las primeras páginas de la prensa mundial y de los noticieros de televisión.
Lo ha estado no porque la izquierda que gobierna fuera barrida en las
elecciones por una derecha irresponsable y sin proyecto, tampoco porque
sus datos económicos sigan estando entre los peores de la Europa Unida,
ni siquiera porque la reestructuración de la deuda griega parezca
inminente lo que afectará el costo de la deuda española.
Está en el centro de la atención global porque ha surgido una
rebelión juvenil. Desde el 15 de mayo pasado, primero en Madrid y luego
en prácticamente todas las grandes ciudades españolas, los jóvenes
tomaron las principales plazas hasta que fueron desalojados, como
sucedió en la Plaza del Sol, en la capital.
Ya se ha escrito mucho sobre su significado, sobre las
emociones que despierta. Ellos mismos, los que se han rebelado, están
emocionados. Resalta en cada plaza su vitalidad, pero también resalta
que se proponen lograr cambios y que no este claro para ellos, mucho
menos para el resto del país, que los observa y está dispuesto a
apoyarles como lo lograrán.
Por ejemplo en el blog de la acampada (equivalente a lo que conocemos
como plantón) de Santiago de Compostela (acampadascq.blogspot.com)
aparece un manifiesto de ocho puntos: eliminación de los privilegios de
los políticos, fin del desempleo, derecho a la vivienda, mejora de los
servicios públicos, control de bancos, fiscalidad, libertades ciudadanas
y democracia participativa y reducción del gasto militar.
Se trata de demandas de diverso nivel con las que, como
dicen los acampados, todo el mundo está, o debiera estar, de acuerdo,
salvo los grandes banqueros y empresarios. Pero de ese posible acuerdo,
que tiene valor, no está claro que pasos se proponen dar para lograrlos
y, en consecuencia, si podrán mantener el acuerdo con muchos españoles.
Dos miembros de la Comisión de Comunicación de los acampados, los del
15-M de Santiago de Compostela, Tere y Manu, señalaron que “quieren
cambiar las reglas del juego, pero no pretenden cambiar el juego.”
El juego al que se refieren se llama capitalismo y las reglas que
pretenden cambiar son las que han utilizado los que gobiernan en este
tiempo y en España. Pero los gobiernos no gobiernan el capitalismo. Las
reglas remiten a la manera en la que se ha administrado la crisis.
Los ocho puntos no se plantean como declaraciones generales.
Incorporan exigencias específicas. El punto uno, eliminación de
privilegios de los políticos, exige que castigue el ausentismo de los de
los electos, sanciones por abandono de funciones –si esto lo
aplicáramos nosotros nadie en México podría ser candidato-, supresión de
la prerrogativa para no pagar impuestos y otros asociados a
jubilaciones.
Una exigencia importante es que el salario de diputados se ubique en
el promedio salarial de los españoles –imaginemos que en México esto
querría decir que los diputados ganaran alrededor de 12 mil pesos.
Además que se elimine la inmunidad, esto es, el tan preciado fuero de
nuestros diputados y senadores. Es cierto, todos están de acuerdo en
España con esto, y lo estarían en México. El problema es cómo lograrlo.
La segunda demanda, contra el desempleo, propone que se reparta el
trabajo existente, fomentando las reducciones de jornada y la
conciliación laboral hasta acabar con el desempleo estructural (es
decir, hasta que el desempleo descienda por debajo del 5%). El acuerdo
aquí ya no es tan generalizado. Los problemas de implementación son
fundamentales: ¿quién repartiría el trabajo existente?¿cómo se lograría
que los actualmente ocupados acepten reducir su jornada de trabajo?¿cuál
sería el impacto salarial?
Otro planteo es que se mantenga la jubilación en 65 años, durante el
tiempo necesario para que los jóvenes desempleados consigan un puesto de
trabajo. Demandan que se prohíban los despidos colectivos en las
grandes empresas que mantengan utilidades.
En este momento Telefónica, la gran empresa española de telefonía, ha
decidido despedir a 8 mil 500 trabajadores, pese a que es una empresa
muy rentable. El planteo es inobjetable: evidencia que en la
contradicción entre reducir utilidades o puestos de trabajo, siempre
debe escogerse al trabajo. La pregunta obvia es ¿cómo lograrán que el
Parlamento español apruebe esto? La demanda final en este punto es
fundamental: que se restablezca el subsidio de 426 euros para los
desempleados de larga duración.
El Movimiento 15 de mayo (M-15), aunque nadie lo esperaba, tiene una
razón que lo hacía necesario. La crisis mundial, en España ha tenido su
propia dimensión. Casi todos los países sufrieron una recesión intensa
durante 2008 y el primer semestre de 2009, que afectó duramente a los
trabajadores: muchos perdieron el trabajo, otros que lograron mantenerlo
vieron reducirse sus ingresos, otros más se vieron forzados a aceptar
condiciones de trabajo precarias. En España la recesión no ha terminado y
los niveles de desempleo han alcanzado cifras record. El 21.3% de los
trabajadores se encuentra en paro, lo que no ocurre en ningún otro país
del mundo. Entre los jóvenes el desempleo llega al 43%.
La crisis española ha estado golpeando directamente los
niveles de vida de la población. Pero les golpeó en otro sitio
fundamental: en la manera como se ubican en el mundo. Hasta 2007
entendían que tras su integración a la democracia, habían logrado
integrarse por derecho propio en el primer mundo. Se concebían como un
país desarrollado, con una economía sólida y una democracia eficiente.
Grandes empresas españolas ganaron lugar entre las firmas globales:
bancos, petroleras, telefónicas, empresas productoras de ropa, entre
otras, se convirtieron en referentes importantes.
La crisis los regresó al tercer mundo, les ubicó como un país
periférico en la Europa desarrollada. Les quitó de golpe la noción de
que eran capaces de enfrentar los problemas sin afectar su estructura
social y su capacidad de representación política. Al PSOE, que gobernaba
con un proyecto socialmente incluyente, la crisis le tomó desprevenido.
Se dio cuenta tarde de que la crisis global era también española y que
era profunda. Respondió haciendo lo que los grandes inversionistas le
pidieron. Creyó que era la única respuesta posible.
La población fue castigada por algo de lo que no era responsable.
Millones perdieron el empleo. Afortunadamente se habían creado
instituciones económicas que obligaban al estado a proteger a esos
desempleados. Millones más que estaban desempleados no pudieron
conseguir empleo, pero a ellos no les protegían esas instituciones. Los
servicios médicos y educativos que se habían expandido fueron frenados y
empezaron a padecer recortes. Un gobierno de izquierdas les castigaba
igual o incluso peor que uno de derechas. Para mucha gente se perdieron
las diferencias entre los partidos políticos. PSOE y PP resultaba lo
mismo.
Por eso los jóvenes están en las principales plazas de España.
Surgieron unos cuantos días antes de las elecciones. Parecía que no
durarían. Siguen vivos. Muchos les apoyan. ¿Cuánto tiempo más lograrán
sostenerse? Lo cierto es que se han puesto de pie. Están poniendo un
ejemplo que puede ser seguido en muchos lugares de Europa: en Atenas,
Lisboa, Dublín, pero también en París; Londres e incluso en Berlín,
Hamburgo, Colonia o Frankfurt.
Las razones son comunes; quizá con cambios de grado. Lo que persiguen
es regresar a un funcionamiento económico que respete los derechos de
individuos y que haya formas sociales que impidan que un sistema
intrínsecamente explotador, que genera desigualdad, funcione a su libre
arbitrio. ¿Será ahora posible recuperar lo perdido y avanzar hacia un
sistema socialmente responsable? Los jóvenes españoles lo creen.
odselley@gmail.com.mx
Fuente, vìa :
http://www.proceso.com.mx/rv/modHome/detalleExclusiva/91735
http://www.proceso.com.mx/rv/modHome/detalleExclusiva/91735
No hay comentarios:
Publicar un comentario