En todos los ámbitos, se habla
poco o nada de uno de los momentos más explosivos de la lucha social del
siglo XX, la revuelta popular gatillada por un alza en los precios del
transporte público -una práctica habitual del Estado/Capital mediante la
cual extraen parte del salario del conjunto de los proletarios, y que
se aplica hoy en día a cada rato sin resistencia alguna- , que se
expresó desde los últimos días de marzo y los primeros de abril de 1957
en las calles de las tres ciudades más numerosas de Chile.
La historia oficial en versión izquierdista suele referirse a estos hechos tan sólo para condenar su “espontaneísmo”,
e incluso ha propagado rumores de que los hechos de violencia
proletaria (asaltos a armerías, ataques a la policía, comercios,
edificios estatales y clubes burgueses, destrucción de monumentos, etc.)
sólo se explicarían por el uso intencionado de “presos comunes” y de
provocadores e infiltrados por las fuerzas del orden: No es de extrañar
que esta sea la versión fabricada y distribuida por uno de los más
importantes aparatos ideológicos del estado burgués, el P “C” (*).
Ante un escenario de ofensiva burguesa conducida por el gobierno de Carlos Ibañez (antiguo
dictador militar, reciclado como demócrata en las elecciones
presidenciales 1952 -en que fue apoyado por una alianza que incluía
desde sectores fascistoides a autodenominados “marxistas” del PS-), que incluyó el alza de más del 150% en el precio de los pasajes entre Valparaíso y Viña,
desencadenó que desde el miércoles 27 de marzo grupos de estudiantes,
pobladores y obreros se volcaran allí a las calles en mítines relámpago,
con barricadas y volcamiento de buses en las esquinas, que por sobre
todo intentaban detener la circulación de vehículos y mercancías
(materiales y humanas), paralizando así el funcionamiento normal de la
sociedad del capital.
Dicha actividad prosiguió y se fue
incrementando, para llegar al clímax con los combates callejeros del
sábado 30, en que la policía dejó dos muertos y varios heridos, pero
recibió también su cuota de violencia proletaria al punto que quedó
acorralada en la Sexta comisaría en calle Eusebio Lillo (a dos cuadras de Avenida Argentina), recibiendo ataques desde la calle y también desde arriba, con lluvias de piedras lanzadas por pobladas apostadas en Cerro Barón. La fuerza policial tuvo que ser rescatada por la Marina, que tras cubrir su retirada reemplazó con ayuda del Ejército a los de verde en la labor en que éstos claramente habían fracasado: Mantener el orden del capital en el puerto.
Las barricadas impresionantes de la
noche del sábado 30 en Valparaíso fueron acompañadas de un espíritu
festivo. La prensa denunció que bares y cantinas funcionaron hasta la
madrugada, y que se había visto “grupos de exaltados que avanzaban por
Avenida Argentina en total estado de ebriedad” (Diario La Unión, 3 de abril de 1957). Contra la multitud de proletarios rabiosos el Estado sólo pudo salvarse respondiendo con descargas de fusilería.
Luego de eso, en Valparaíso el
movimiento decreció en intensidad y fue encorsetado en la forma de
paralizaciones por horas y una jornada completa de paro el martes 2 de
abril, acciones recuperadoras convocadas por el Comando Contra las Alzas
(que junto a sindicatos y federaciones estudiantiles universitarias
tuvo el honor de representar así, en estos eventos, la función de
“izquierda del capital”, preocupada siempre de “contener elementos
extraños” y condenar públicamente los “hechos de violencia”).
Pero la llama de la rebelión ya se había encendido, y se propagó rápidamente a Concepción y Santiago,
donde miles se volcaron a las calles al grito de “¡Valparaíso!” y
pasaron al contra-ataque violento y masivo contra el Estado y el
Capital, disputándoles por horas y días enteros el espacio físico de la
ciudad -lo que demuestra el carácter contagioso de estas explosiones,
en atención al cual se justifica plenamente que la clase dominante y la
educación formal nos instalen una amnesia histórica y psicogeográfica.
En Concepción, la reacción ante las
alzas estuvo inicialmente en manos de las burocracias sindicales y
políticas, lo cual puede explicar el que acá el movimiento no fue tan
intenso en comparación a las otras dos ciudades. Las manifestaciones
callejeras se expresaron a partir del lunes 1 de abril y fueron
respondidas con la declaración de Estado de Emergencia en Concepción, Tomé y Yumbel. Luego de las manifestaciones del 4 de abril se volvió a la normalidad.
La máxima intensidad del movimiento se
dio en Santiago, donde las manifestaciones y su represión fueron cada
vez más intensas hasta llegar a un auténtico desborde popular el martes 2
en la tarde en la llamada “Batalla de Santiago”, que obligó al retiro de las fuerzas de Carabineros y su reemplazo por tropas del Ejército. Los pacos ya no podían contener los ataques en su contra, y el Gobierno estimó
que su sola presencia en las calles había llegado a ser
contraproducente. Luego de 3 horas de confusión en que el bando
dominante perdió el control de las calles, recién a eso de las 21 horas
se pudo reimponer precariamente el control de la mano del toque de
queda, hasta lograr en palabras del General Gamboa,
jefe militar de la zona, “dominar y aplastar la insurrección”. Los
muertos en el bando proletario se contaron aquí por decenas, aunque la
cifra oficial sólo reconoce 21 muertos y cerca de 500 heridos.
La violencia de masas, por su parte, se
expresó en múltiples formas de desobediencia y ataque, de la que dan
cuenta algunos extractos de la prensa burguesa:
“En la Gran Avenida, un grupo de estudiantes liceanos de ambos sexos subieron a un bus Fiat que
pasaba sin guardia ninguna. Uno de los estudiantes, pistola en mano,
exigió al chofer que devolviera a los pasajeros ‘los cinco pesos
robados’. Como éste no atinaba a moverse ante el argumento de la
pistola, una de las secundarias tomó dinero de la caja y entregó a cada
pasajero el dinero que estimaba que habían pagado de más. En la esquina
se bajaron muy alegres y satisfechos entre numerosos aplausos” (La Tercera, 2/4/57).
“Turbas incontrolables llegaron hasta Plaza de Armas
y empezaron a una metódica destrucción de bancos, casetas y faroles.
Pequeñas fuerzas de Carabineros opusieron sus armas. Y aquí la gente
tuvo la primera y engañosa sensación de victoria. Los uniformados
escaparon casi con humillación. Vi cómo un grupo de unos 30 carabineros
arrancaron de la plaza hacia Compañía seguidos de una lluvia de piedras. Se parapetaron en las puertas y en el Teatro Real. De allí disparaban al aire todavía” (La Tercera, 3/4/57).
“Hechos sintomáticos se produjeron
durante la asonada de ayer. Las turbas, en su afán sedicioso, no
respetaron ninguno de los poderes constituidos del Estado. Pretendieron
asaltar La Moneda y atacaron de hecho los edificios en que funcionan el Congreso Nacional y los superiores Tribunales de Justicia. La prensa no escapó, tampoco, a este afán destructor…” (La Nación, 3/4/57).
Un frente interesante de la acción de
los proletarios contra los llamados “bienes públicos” fue la crítica en
actos del arte monumental burgués: A las 19 horas una “turba” atacó un
monumento en construcción a Arturo Prat, en el sector de Mapocho,
procediendo a incendiar y destruir totalmente su andamiaje de madera,
fueron destruidos a pedradas los faroles del monumento a O´Higgins en Plaza Bulnes, e incluso la policía reportó un intento de incendiar la Catedral.
Hacia la noche del martes, gran cantidad de “turbas” se movilizaban desde diversas poblaciones y recorrían barrios por Estación Mapocho, San Diego, San Miguel, Plaza Chacabuco, Barrio Matadero.
Al igual que en Valparaíso, las
organizaciones estudiantiles y sindicales tendían a actuar como garantes
del orden en ausencia de la policía. Así, por ejemplo, cuando una
muchedumbre intentó saquear Almacenes París en San Antonio con la Alameda, grupos de estudiantes “acordonaron el establecimiento y, armados con fierros, impidieron el saqueo” (La Nación, 3 de abril de 1957). Posteriormente, una declaración pública de la Fech se
encargaría de expresar “su más enérgico repudio a los atentados
vandálicos” de “elementos que escapan por completo a la dirección del
movimiento estudiantil”.
En las entrevistas realizadas por Pedro Milos a
40 años de los sucesos, el entonces Presidente de la Fech declara:
“Fuimos sobrepasados, sobrellevados en lo que era la intención del
movimiento estudiantil de tomar esta bandera de reclamar por esta alza.
Se vio que había no sé si otros intereses u otras organizaciones detrás
de esta asonada, de este movimiento, pero la verdad es que no fueron
estudiantes los que dimos un golpe siquiera contra los faroles…”
(Entrevista a Eduardo Moraga, 5/1/94).
Por contraste, los proletarios las
emprendieron enérgicamente contra el alumbrado público y otras
expresiones del urbanismo capitalista, como siempre se ha hecho en toda
insurrección: “Me recuerdo haber visto un grupo de gente echando abajo
postes de la luz eléctrica, era como sorprendente ver que los ataban,
sacaban cuerdas, y quedaban doblados en las calles. La gente apedreando
vitrinas, sacando cosas y enfrentándose a la policía…” (Entrevista a Manuel Cabieses, 28712/93). A su vez, un dirigente de la juventud del partido estalinista (PC)
recuerda lo siguiente: “El asunto es que el día 2 se producen
movimientos masivos de gente. Hay combates en distintas partes de
Santiago y en el fondo la masa logra conquistar los espacios. Se puede
decir que ni el Ejército ni la policía habían podido tomar terreno en
ese asunto. Los dueños, los que se quedan con el terreno fue una masa en la que ya cada cual hace lo que quiere. De ahí la sensación que embarga a esta dirigencia es que se nos escapa la cosa” (entrevista a Federico García, 4/2/94. El destacado es nuestro).
Los días posteriores la calma fue
volviendo de a poco. El día 3 la represión se cobró varias nuevas
víctimas, y sectores poblacionales y sindicales que habían sido tomados
por sorpresa el martes, trataban de hacer lo suyo (por ejemplo, una
marcha masiva en San Miguel que derivó en incidentes y
la acusación de intentar atacar una comisaría). Además de la ejecución
directa de “saqueadores”, el aparato represivo destruyó la Imprenta Horizonte
(donde se imprimían periódicos de izquierda), realizó una espectacular
redada masiva contra un enorme grupo de individuos que se habían
escondido en el Cerro Santa Lucía con la presunta
intención de tomar las calles de nuevo en la noche, además de proceder a
detener a cuanto ciclista anduviera por el centro bajo la sospecha de
ser mensajero de los revoltosos (se requisaron más de 300 bicicletas).
Producto de la represión hubo cerca de 500 detenidos –muchos de los
cuales fueron luego relegados- y un número indeterminado de
desaparecidos.
El jueves 4 de abril a las 7 de la
mañana hubo un fuerte movimiento sísmico, la violencia se hizo más
aislada, y el viernes 5 el Gobierno anunció la creación de una comisión
para revisar las tarifas de la locomoción colectiva.
(*) Una excepción a lo anterior la constituye el libro Historia y memoria. 2 de abril de 1957,
editado por LOM en el 2007, que en más de 500 páginas presenta la
investigación minuciosa y exacta de los hechos llevada a cabo por Pedro
Milos.
Gentileza de R.A.P (Redes por la autonomía proletaria)
Descargue aquí la publicación de R.A.P Comunismo Difuso
Fuente, vìa :
http://www.elciudadano.cl/2011/04/02/2-de-abril-de-1957-valparaiso-concepcion-y-santiago-insurrectos-por-el-alza-del-transporte/
http://www.elciudadano.cl/2011/04/02/2-de-abril-de-1957-valparaiso-concepcion-y-santiago-insurrectos-por-el-alza-del-transporte/
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